Juan Restrepo

Ex corresponsal de Televisión Española (TVE) en Bogotá. Vinculado laboralmente a TVE durante 35 años, fue corresponsal en Manila para Extremo Oriente; Italia y Vaticano; en México para Centro América y el Caribe. Y desde la sede en Colombia, cubrió los países del Área Andina.

Juan Restrepo

En busca del centro perdido

Dije en mi columna anterior lo que pensaba de Gustavo Petro, Rodolfo Hernández y Federico Gutiérrez como posibles presidentes de Colombia. Para no caer en el vicio de la autocita, lo resumo en dos palabras: Nada bueno. Ahora Petro y Hernández son lo que queda en el mercado, y entre esas dos opciones deberán elegir los consumidores que acudan a la plaza el próximo 19 de junio.

Desde mis tiempos de corresponsal de prensa en varios países, tengo por costumbre en período electoral, hablar con los taxistas. Éstos suelen ser unos profesionales de verbo fácil y mi método demoscópico, nada científico por supuesto, consiste en preguntarles qué dicen sus pasajeros sobre los candidatos a la presidencia. No suele fallar.

Esta vez no ha sido diferente, el tracking de esas charlas movilizadas coincidió con el resultado que arrojaron las urnas el domingo 29 de mayo.  Sin embargo, hubo un factor añadido que me llamó poderosamente la atención: diría que el noventa por ciento de mis “encuestados” en Medellín, Bogotá y Palmira, ciudades en las que por razones que no vienen a cuento hice uso de ese servicio, mencionó en algún momento el robo de los 70.000 millones por parte de Centros Poblados en Mintic. Ahí le queda el dato al uribismo para que se mire al espejo.

Iván Duque acudiendo a votar sobre alfombra roja, y escoltado por guardia de honor en el camino, deja como legado para la historia —sin ser consciente de ello, por supuesto— la imagen más icónica del fin de una época. Un gesto que no se le hubiera ocurrido ni a Jean Bedel Bokassa, un dictador centroafricano que cenaba carne de niños. Los colombianos han querido arrinconar a la clase política tradicional y Duque ha clausurado el ciclo esa mañana con pompa y esplendor.

Ahora Petro y Hernández deberán buscar desesperadamente el centro, intentando alcanzar la mayoría en una recta final que se presagia dura y, por algunas señales que estamos recibiendo, ciertamente preocupante. En el Pacto Histórico tenían a Federico Gutiérrez como un candidato fácil de vencer, pero se les enredó la cometa con el ingeniero Hernández. Ya están sembrando dudas en las redes sociales —factor determinante hoy en día— sobre la votación recibida por Rodolfo Hernández en regiones apartadas del país carentes o con deficiente servicio de internet, y sobre la idoneidad de un candidato presuntamente implicado en un asunto de corrupción.

La irrupción de Rodolfo Hernández en el panorama político colombiano tiene mucho en común con la de Alberto Fujimori en el Perú de 1990. Tres factores hicieron que aquel otro ingeniero de origen japonés barriera a Vargas Llosa, el candidato del establecimiento que parecía imbatible: su rostro era conocido como comentarista de un programita semiclandestino del Canal 7 de televisión, daba imagen de eficacia por su profesión y su ascendencia japonesa y, fundamentalmente, apareció como candidato presidencial absolutamente desvinculado de la clase política tradicional. Los mismos elementos que llevaron a Rodolfo Hernández a disputarle a Petro la presidencia.

Si a alguien le interesa profundizar en el fenómeno, léase el libro de Luis Jochanowtz Ciudadano Fujimori, la construcción de un mito político. Lectura recomendable sobre todo para quienes identifican —que ya lo están haciendo— a Rodolfo Hernández con un expresidente peruano que terminó en la cárcel, con el fin de rebajar la imagen del ingeniero santandereano. Fujimori tuvo un buen comienzo y unos logros estimables para la sociedad peruana, pero se equivocó luego. Su modelo fue Singapur y no se puede poner en práctica el rigor del confucionismo oriental en un país latinoamericano y con unos  criollos corruptos; se fio de Vladimiro Montesinos y lo demás es historia.

Haría bien, pues, Gustavo Petro, de cuya capacidad intelectual no tengo dudas, en apaciguar a sus huestes y no incendiar el país si llega a ser derrotado. No hay fraude en el probable triunfo de Rodolfo Hernández. El ingeniero santandereano es un pozo sin fondo y no sabemos adónde puede llevar a este país, pero es lo que hay; y es el producto del hartazgo de la sociedad colombiana. Hartazgo que comparten los votantes de Petro desde la otra orilla.

Y haría bien Rodolfo Hernández si se hace con la presidencia, ya que en este momento las encuestas lo muestran favorito, en estudiar el caso Fujimori y —por qué no— el caso Silvio Berlusconi, otro empresario ex primer ministro hoy a las puertas de entrar en la cárcel, y aprender la lección de esos dos caballeros. Pero sobre todo, hará bien don Rodolfo en tener muy en cuenta la profunda frustración que supondría para la izquierda colombiana perder, si eso llega a ocurrir, la oportunidad que más cerca ha tenido de llegar a la presidencia.

Y todos haríamos bien, aunque sé que eso es mucho pedir, en no atender al histerismo de las redes sociales y dedicar tiempo a leer con detenimiento el programa de los dos candidatos. Es como la literatura de ficción; no tan entretenido, pero apacigua los ánimos.

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