Eso pasa por falta de cancillería

Saltando por encima de las más elementales prácticas de relación entre estados, funcionarios del Gobierno de Iván Duque y miembros del gubernamental Centro Democrático, apostaron por el triunfo de Donald Trump en las pasadas elecciones norteamericanas. Su participación en la campaña del partido Republicano fue descarada y grosera. 

La cosa llegó a tales niveles que el mismo embajador de Estados Unidos en Bogotá, Philip S. Goldberg, se vio obligado a pedirles que no se inmiscuyeran en los asuntos de ese país. La advertencia no deja de tener gracia, viniendo de una embajada cuya práctica es precisamente la de inmiscuirse en los asuntos de Colombia; pero bueno, resultó insólita, nunca antes un embajador norteamericano aquí se había visto en tal tesitura durante una contienda electoral en el norte.

Ya a comienzos de septiembre pasado, con motivo de la elección del presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, el voto de Colombia decantándose por el candidato de Trump para ese cargo --el norteamericano de Florida Mauricio Claver-Carona-- rompió un acuerdo tácito que había regido durante seis décadas, según el cual la jefatura del organismo multilateral ha correspondido siempre a un candidato latinoamericano.

Coincidiendo con aquel sorpresivo alineamiento de la Casa de Nariño con el mandatario de Washington, en el que muchos vieron que el Gobierno colombiano se decantaba no precisamente por el bando de Joe Biden, una noticia a la que no se le dio mucha importancia en Colombia, indicaba que el ex presidente Juan Manuel Santos recibió llamadas desde la capital norteamericana, advirtiendo de la participación de funcionarios de la administración Duque en la campaña reeleccionista republicana; lo cual no solamente era ilegal sino que generaría reacción del Partido Demócrata, en caso de ganar éste las elecciones, muy perjudicial para Colombia.

Pero el oficialismo colombiano estaba desatado con Trump. En Florida, bastión del trumpismo de la mano de cubanos anticastristas, venezolanos antichavistas y arrebatados uribistas, se dedicaron a advertir al mundo del peligro que se cernía sobre la sociedad norteamericana con la llegada del castrochavismo que encarnaba Joe Biden. 

Y el propio Trump, a quien seguramente le quedará difícil identificar la situación de Colombia en el mapa del mundo, se refirió a políticos colombianos y a uno de izquierda con nombre y apellido, y a algo tan exótico y olvidado como el M-19, como un peligro para el futuro de este país; obviamente, nombres soplados al oído del candidato republicano por la histeria que reina siempre en La Florida en ocasiones semejantes.

Con estas referencias, el empresario-presidente pretendía ganarse el favor electoral de esa franja mayoritaria de la colonia latinoamericana en ese estado. Y se la ganó. El Partido Republicano local agradeció la entrega de los colombianos dedicando una calle a Álvaro Uribe, y Trump endulzó el oído de los uribistas llamando “héroe” al ex senador. Hasta que llegaron, como dicen los italianos, los nudos al peine, con un resultado adverso en las urnas.

Ahora se ha venido a saber que la advertencia de Juan Manuel Santos en septiembre se refería al embajador colombiano en Washington, Francisco Santos, quien buscó asesoría con un contratista del Pentágono para ver en qué manera podía el Gobierno colombiano ayudar a Donald Trump; incluso el Gobierno colombiano estuvo contemplando la posibilidad de que Iván Duque fuese a Miami o Washington a hacer campaña a favor del republicano. Una iniciativa de ese tipo no se le ocurre ni al que asó la manteca. 

A una idea tan descabellada no parece del todo ajena la visita que en el mes de septiembre hizo a varios países de la región el Secretario de Estado, Mike Pompeo, quien en privado habría solicitado a Iván Duque “articular el apoyo de la comunidad colombiana radicada en Texas, New Jersey y el sur de la Florida, a favor del voto republicano”.

Que el Secretario de Estado haya venido pidiendo apoyo y el embajador norteamericano en Bogotá que no se metieran, es una situación muy propia de lo que ha sido la caótica administración de Donald Trump en materia de relaciones internacionales. Y cuando se encuentran con un país como Colombia, en el que el ministerio de Relaciones Exteriores es casi inexistente, el escenario es más propio de una película de Monty Python que de una cancillería respetable. Ahí tiene ahora el palacio de San Carlos para recoger los frutos

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