Estamos viviendo una época determinada por el dominio de la información y su procesamiento a través de algoritmos e inteligencia artificial. En la actual sociedad de la información, con el dominio de las redes abiertas se explotan los datos y con ello se determinan decisivamente la política y los procesos sociales y económicos. Uno de filósofos más leídos del mundo, el surcoreano Byung-Chul Han, menciona en su maravilloso libro Infocracia, la digitalización y la crisis de la democracia: “El tsunami de la información desata fuerzas destructivas y provoca distorsiones y trastornos masivos en el proceso democrático. La democracia está degenerando en infocracia”.
Vemos con esperanza, y en algunos casos con perturbación, el crecimiento vertiginoso e incontrolable de la tecnología. En el mundo de la infocracia, la información se utiliza como un arma para desinformar, provocar la división y la polarización. Varias prácticas comunes están socavando el juicio y la racionalidad ciudadana. Un tuit de un gobernante guiado solo por las reacciones del público frente a un delito es más efectivo que un buen argumento o una política pública de seguridad ciudadana. Las fake news y los memes concitan más atención que un análisis o un diagnóstico de un asunto público de trascendencia social. Hay una crisis de narrativa o, mejor dicho, una crisis de la verdad.
Byung-Chul Han menciona que “quien inventa una realidad no miente en el sentido ordinario”. Cuando algunos líderes políticos afirman por redes sociales, sin el menor escrúpulo o tapujo, cualquier cosa que les convenga o que no guarda relación con los hechos, no estamos viendo a un charlatán o a un mentiroso corriente que los tergiversa de manera deliberada. Estamos viendo la creación de una nueva realidad. En la sociedad de la información, los gobernantes y los directivos públicos deben ser muy responsables no solo con la información que publican, sino con la orientación que les dan a sus “metamensajes”. Los ciudadanos estamos mayormente informados, pero desorientados. Se requieren líderes con una capacidad de influencia que genere sentido a la acción pública y ciudadana.
La digitalización, la automatización y el dataísmo avanzan de manera exponencial. Paradójicamente no nos sentimos vigilados sino libres. Creemos que nuestra voluntad no está controlada y, sin embargo, estamos atrapados en una especie de “prisión o caverna digital”. Producimos información e interactuamos como nunca en los medios de comunicación social, pero la formación de nuestra opinión ciudadana, pública y política no facilita una acción comunicativa responsable. Somos esclavos de los influencers. La comunicación digital de los gobiernos, universidades y colegios debe contribuir a formar ciudadanos y followers mejor capacitados
La generación Z o primeros nativos digitales, también conocidos como centennials (nacidos entre 1997 y 2009), y la generación alfa (nacidos después del 2010) entran a la esfera política con preferencias y perspectivas dataístas. En un futuro próximo, en palabras de Byung-Chul Han, “darán paso a una infocracia como posdemocracia digital”. Esto significa que las decisiones más importantes se tomarán con base en el big data. La intuición y los sesgos ideológicos que han caracterizado la toma de decisiones, por ejemplo, en la dirección política de la seguridad y convivencia ciudadana, podrían ser reemplazados por la gestión de sistemas de información basada en datos y expertos informáticos.
Hoy más que nunca los gobernantes y líderes políticos requieren tomar decisiones basadas en evidencia y análisis de información. La información no deber ser empleada para manipular o desinformar. No se puede gobernar sólo desde las creencias e intuiciones, los problemas públicos que aquejan a la gente deben tener respuestas serias y fundadas en conocimiento. Parafraseando a la matemática estadounidense Cathy O´Neil, los políticos no pueden seguir actuando de manera oportunista como algoritmos.