Joe Biden prepara una revolución para los niños estadounidenses

Hasta ahora, la parte más revolucionaria de la agenda del presidente Joe Biden es su interés por un electorado que no escribe artículos de opinión pesimistas, no vota, no contrata grupos de presión y ha sido relegado durante medio siglo: los niños.

La propuesta del mandatario para establecer un sistema preescolar y de atención médica infantil a nivel nacional aportaría un enorme avance, tanto para los niños como para los padres que trabajan. Facilitaría que las mamás y los papás conservaran sus empleos y, sobre todo, sería una ayuda vital para muchos niños desfavorecidos.

Imaginemos que en la mañana dejamos al niño en un programa preescolar de buena calidad y lo recogemos de camino a casa después de trabajar. Eso sucede en muchos otros países avanzados y en el Ejército de Estados Unidos.

Cuando mi esposa y yo vivíamos en Japón a fines de la década de 1990, mandábamos a nuestros hijos a una de estas guarderías y eran una maravilla.

Sin embargo, Estados Unidos nunca desarrolló un sistema de este tipo debido a que, durante medio siglo, mientras otros países invertían en la infancia, Estados Unidos la desatendía. En la actualidad, una de las estadísticas más tristes es que los niños estadounidenses de entre 1 y 19 años tienen un 57 por ciento más probabilidades de fallecer que los niños de otros países ricos.

Algunos de esos niños mueren porque Estados Unidos no brinda atención médica universal a los niños, solo a los adultos mayores que votan y que, por lo tanto, son una prioridad. Algunos fallecen porque en Estados Unidos se tolera una de las tasas de pobreza infantil más altas del mundo industrializado. Y otros mueren porque en Estados Unidos sencillamente no hay los programas de apoyo a la infancia que son comunes en Canadá y Europa.

Así que, para mí, la parte más trascendental de la agenda de Biden es la determinación de invertir en la infancia estadounidense y de revertir décadas de abandono de los niños. Así como Franklin Roosevelt revolucionó las condiciones para los adultos mayores al instituir la Seguridad Social, tal vez Biden pueda hacer lo mismo por los menores.

El Plan de Rescate Estadounidense de 1,9 billones de dólares de Biden incluía asignaciones mensuales para los niños y otros mecanismos que han usado otros países para reducir la pobreza infantil. Un estudio de la Universidad de Columbia calculaba que, si se mantenían estos programas, podrían reducir la pobreza infantil a alrededor de la mitad.

Gran parte del interés sobre cuál será el próximo paso de Biden se centra en la infraestructura y el cambio climático, cosas que son primordiales. Pero, desde mi punto de vista, los aspectos que se enfocan en la niñez serán aún más importantes para el futuro de Estados Unidos. Aunque los planes todavía están en desarrollo, al parecer, Biden propondrá:

— Hacer que sean definitivas las asignaciones monetarias para los niños.

— Ampliar los programas de visitas a los hogares que auxilian a las madres y padres vulnerables desde el embarazo hasta la primera infancia. Estas visitas reducen la exposición del feto a drogas y alcohol, aminoran la intoxicación por plomo, alientan a los padres a que les lean a sus hijos y disminuyen los niveles da violencia doméstica y abuso infantil. Los programas de visitas a los hogares como el de Nurse-Family Partnership han sido probados de manera rigurosa y mejoran mucho los resultados.

— Trabajar para lograr el acceso universal a la educación preescolar de alta calidad para niños de 3 y 4 años.

— Garantizar el acceso a guarderías de calidad asequibles para los padres, cuyo costo para la mayoría de los padres no exceda el siete por ciento de sus ingresos.

Un modelo que está analizando la Casa Blanca es el excelente sistema de guarderías que ofrece el Ejército estadounidense, ya que las fuerzas armadas evitan lidiar con las crisis relacionadas con el cuidado de los niños que, de manera habitual, forman parte de la vida cotidiana de los padres civiles.

¿Podemos costear esta revolución de Biden para los programas infantiles? Desde luego que será caro. Además, existe un eterno debate sobre si es mejor tener programas que estén destinados a los más necesitados (que son más rentables) o programas que sean universales (que son más sustentables en términos políticos).

Pero ya he escrito sobre las desdichas de mi pueblo natal en la zona rural de Oregón: más de una cuarta parte de los niños con los que compartía el autobús escolar han fallecido a causa de “muertes por desesperación”: drogas, alcohol y suicidio. Los contribuyentes gastaron enormes cantidades de dinero en encarcelar a mis antiguos compañeros de escuela cuando estos fondos habrían sido mejor gastados para reducir la exposición fetal al alcohol y combatir los traumas de la niñez, el analfabetismo, la imposibilidad de graduarse de bachillerato y la falta de habilidades laborales.

Una de las razones por la que nuestro esfuerzo por combatir la pobreza no ha logrado más es que casi siempre comenzamos demasiado tarde. Algunos de mis amigos de mediana edad que se enfrentan a la falta de vivienda, crisis de salud mental y décadas de adicciones, y que tienen más antecedentes penales que académicos, quizás no puedan cambiar su vida. Pero debemos intentarlo para sus hijos y sus nietos.

James Heckman, ganador del premio Nobel de Economía, señala que muchos programas para la primera infancia se pagan solos cuando se destinan a los más desfavorecidos porque reducen el gasto en justicia penal, educación especial, atención médica y otros servicios. En un estudio, Heckman descubrió que los programas para los niños pequeños vulnerables generaban una tasa anual de rentabilidad del 13 por ciento.

Así que, por favor siga adelante, señor presidente Biden. Se trata del futuro de Estados Unidos. Es su oportunidad de presidir una revolución al estilo de Roosevelt que, durante las próximas décadas, propague oportunidades y evite tragedias.

La pregunta no es si podemos darnos el lujo de invertir en la infancia y romper los ciclos de pobreza, fracaso escolar y abuso de sustancias, sino si podemos darnos el lujo de no hacerlo.

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