Alemania arranca una nueva vieja era. El socialdemócrata Olaf Scholz elegido Canciller, toma el mando en coalición con sus hoy aliados, los verdes y los liberales, tras 16 años de gobierno de Ángela Merkel. El partido socialdemócrata hasta ahora socio de la coalición que sostuvo al gobierno de la Merkel, buscará consolidar su proyecto que costó el derrumbe del más grande partido popular de la Europa Continental: la Unión Cristina. Scholz viene de ser vicecanciller y ministro de Finanzas de la última gran coalición, liderada por Merkel.
En el país germano ante la ausencia de una mayoría absoluta que le permita a un partido gobernar solo, aquél que consigue la más alta votación suscribe un “acuerdo de coalición” que determine su agenda con otras fuerzas aparentemente afines, para conformar un Gobierno. Esto sucede no solo a nivel Federal (Bund), sino cuando la situación obliga, en la construcción de gobiernos regionales de los 16 Estados Federados (Länder).
El nuevo gobierno integrado por los tres partidos de la “coalición semáforo” conocida así por los colores de los partidos que la integran, promete renovación, aunque muestra claramente líneas de conflicto. Aún no se sabe cómo financiar el camino hacia la “neutralidad climática” propuesta, que conlleva costos gigantescos. El partido liberal se opone a nuevos impuestos y al aumento de deudas, que ya son bastante altas.
Y es que Angela Merkel se mantuvo en el poder por 16 años, en la economía más fuerte de Europa, a cambio de renunciar a una visión programática y ayudar a su socio, el partido socialdemócrata a realizar su propia agenda.
Su estrategia fue de hábil política “racional”, mostrando en el exterior generoso apoyo con los vecinos europeos, aún a costa de imponer cargas a generaciones futuras al interior de su propio país. Además de mantener los tradicionales lazos con los Estados Unidos, que todavía pagan por la seguridad en Europa a costa del ciudadano americano, y, no pelear tanto, ni con Rusia ni con China.
Los múltiples elogios en el momento de despedida de la Canciller Merkel no sorprenden. La socialdemocracia, en coalición con la Unión Cristiana de Angela Merkel, pudo realizar plenamente su agenda social y económica. Los países mediterráneos como Francia, Italia y España, vecinos europeos, son los mayores beneficiarios de la gran solidaridad de Alemania. Merkel respaldó la iniciativa del presidente francés que condujo al programa europeo de reconstrucción y resiliencia, que distribuye cerca de 800 billones de euros que la UE presta en los mercados de capital. Con ese respaldo se despidió de la tradicional posición alemana de oponerse a esta especie de deudas europeas por considerar que van en contra de los Tratados sobre la Unión Europea. El Banco Central Europeo, dominado por el llamado “Club Mediterranée” mantiene muy bajos los intereses, lo que permite -en últimas- a países como Italia o Francia refinanciarse sin dolor, a cargo de millones de ciudadanos alemanes cuyos ahorros pierden cada año más de valor por la creciente inflación. Esa forma de solidaridad indirecta por parte de Alemania encuentra mucho rechazo en las filas de la CDU.
Adentro de su propio partido, la Unión Demócrata Cristiana -CDU- y su socio, la Unión Social Cristiana –CSU- del Estado de Baviera, hace varios años viene causando profunda insatisfacción, como consecuencia de la ausencia de una agenda que refleje los valores tradicionales de la Unión Cristiana. Muchos electores de la CDU, sintieron que su partido perdió el norte. Los valores de la doctrina social del cristianismo, como la familia, el estímulo para el pequeño y mediano empresario, o un nivel manejable de impuestos, no se reflejaron en la geopolítica de la coalición liderada por la hoy excanciller Merkel. Bajo su liderazgo, subió dramáticamente la carga de impuestos para los ciudadanos. Hoy, por ejemplo, los impuestos para las empresas son los más altos en Europa.
El partido de la Merkel siempre se ha pronunciado en pro de la energía nuclear para una fase de transición como “energía de puente”. Sin embargo, en 2011, después de la catástrofe de Fukushima, el Gobierno alemán decidió precipitadamente cerrar las instalaciones nucleares en un corto espacio de tiempo, aunque la situación en el Japón no se parece para nada a la tecnología nuclear alemana.
Esta decisión fue respaldada por un amplio sector de la población. Pero esta salida de la energía nuclear puso a Alemania en un dilema: el problema casi insoluble de frenar el calentamiento de la tierra a causa del cambio climático, frente al compromiso de reducir radicalmente las emisiones de dióxido de carbono. Muy tarde, el gobierno descubrió que no es tan fácil mantener la industria alemana con molinos de viento.
Además, hoy en día tiene consecuencias económicas que afectan a muchas familias. El precio de la electricidad subió drásticamente y se convirtió en un problema social. Mientras tanto, en el resto de Europa se están construyendo nuevas instalaciones nucleares y el presidente Macron exige que la energía nuclear sea reconocida como energía “verde”.
Muchos consideran que fue fatal para el partido Demócrata Cristiano (CDU) la decisión solitaria de la Merkel en 2015 de abrir las puertas de Alemania a un flujo de cientos de miles de inmigrantes. Algunos son refugiados de zonas en conflicto como Siria, pero la gran mayoría son personas sin mayor formación, en la búsqueda -entendible-, de una mejor vida en el país europeo, mediante la consecución de empleo o mediante ayuda social. Muchos de ellos, oriundos de países islámicos y sin un criterio profesional. Bajo el Gobierno de Merkel se proclamó una “cultura de dar la bienvenida” a esos cientos de miles de inmigrantes que se sintieron personalmente invitados por la Canciller Merkel. Casi todos entraron a la Unión Europea a través de fronteras de países vecinos que culparon a la Canciller Merkel de haber estimulado este flujo de inmigración casi incontrolable. Mientras el sector intelectual y los medios del centro izquierda aplaudieron tal política de “fronteras abiertas”, la mayoría silenciosa de la CDU respondió con poco furor.
Mientras el entonces primer ministro de Baviera y jefe de la CSU (partido hermano de la CDU) vociferó contra la entrada abierta de inmigrantes como “régimen de injusticia”, se fortaleció el partido de la extrema derecha (AFD) que alcanzó 83 curules en las últimas elecciones de Parlamento (más de 10 % de los votos).
Como consecuencia de todo ello, con profunda insatisfacción en su propio partido y en el electorado tradicional, Angela Merkel se vio obligada a entregar la jefatura del partido en 2019, pero siguió aferrada a la jefatura del Gobierno hasta ahora. Cerró así, el camino para lanzarse a elecciones a Canciller Federal del otoño de 2021.
Cuando en el 2002 Ángela Merkel asumió la jefatura del Partido, la Unión Cristiana tenía 38,5 % de los votos (resultado de las elecciones de ese año). Porcentaje que en 2005 bajó al 35,2 %, y, finalmente se desplomó al 24,1 % en 2021. Eso es ni más ni menos que el derrumbe del más importante partido popular en Europa Continental.
La Canciller Ángela Merkel tenía sin duda sus méritos. Su “marcha a la vista” tiene el beneficio de ser calculable. Sin embargo, la salida precipitada de la energía nuclear y, en mayor grado, la apertura de Alemania para el flujo de inmigrantes por razones económicas (y no por persecución política) tiene rasgos de giro precipitado. Por la popularidad de la Canciller en la centro izquierda y en los medios, y, más aún en los países vecinos, el ciudadano alemán siente que tiene que pagar un precio que todavía no se puede calcular definitivamente. El partido cristiano ya lo pagó y muy caro. Se le reconoce al mismo tiempo, que la canciller Merkel actuó como una roca de estabilidad para toda la Unión Europea. Su renuncia a un protagonismo personal es una virtud que contribuyó mucho a su popularidad.
Su aparente "racionalidad" camufló cierto oportunismo coyuntural que influyó en mucho en la abismal caída de su propio partido. No se le recordará como una líder que realizó un gran diseño político, como su predecesor Helmut Kohl a quien el mundo si reconoce como el padre de la unificación de Alemania, el socio inquebrantable de los Estados Unidos y el pilar de la Unión Europea. Pero a ella si se le recordará como la tranquila moderadora tanto de Alemania como del concierto europeo.