La de la luna, parábola que le faltó a Jesús

Sus discípulos lo seguían a corta distancia, pendientes de los sitios a los que dirigía los ojos, con los cuales, hacia su derecha, eligió un olivo bajo el cual reposar. Si bien su rostro lucía algo fatigado, quizás por el calor, proyectaba el deseo de hablar a aquellos que iban tras de sí y que optaron por acomodarse en el suelo, atentos al Maestro, quien, luego de observar que el último de los suyos estaba dispuesto, comenzó a hablar: “Os digo que vuestra vida es como la luna y sus fases”. Aunque ya estaban acostumbrados a oír de su boca metáforas y reflexiones de diversa clase, esta, de las fases lunares, sorprendió a sus apóstoles, que se miraban unos a otros como preguntándose: “¿Qué significará eso de que la vida se parece a las fases de la luna?”. Nunca lo habían pensado.

Al percibir cierto asombro, continuó: “Sí, os dije que vuestra vida es como las fases de la luna porque, cuando nacéis, vivís la primera de las fases, la luna nueva…”, pero no puede seguir porque lo interrumpe uno de los presentes, que yacía algo apartado, quien le pregunta: “¿Acaso quieres decir que cuando alguien nace es porque en el cielo hay luna nueva?”. El Señor se molestó una pizca, y contestó: “¿Cuándo aprenderéis a dejar que yo termine lo que os quiero transmitir?”, lo cual, sin embargo, no incomodó a quien lo había interpelado, al que miró con más fuerza mientras reanudaba su intervención: “Lo que os indico es que, cuando nacéis, para vuestros padres y demás seres cercanos el suceso es similar a cuando aparece la luna nueva, inocente, limpia, algo que transmite comienzo, alegría, esperanza, asomo de luz…”. Aquí aprovecha para silenciarse unos segundos, según le era usual, pues gustaba de observar las reacciones de los allí reunidos.

‘La fase de la luna llena simboliza que estáis en la plenitud de vuestra vida’

Luego de confirmar que los suyos se mantenían expectantes, sin más distracción que la causada por algún insecto impertinente, llevó la mirada al cielo, a la manera en que en otras oportunidades pide luces, y permanece en total silencio y quietud, como si estuviera recibiendo una energía especial. Vuelto hacia los discípulos, agrega: “La luna nueva echa a andar la fase del cuarto creciente, fase en que vuestras vidas se van transformando en un haz de luz, con apariencia de cuerno poético y sugestivo, al principio frágil, silente, pausado, con ánimo ligero, hasta arribar paulatinamente a una magnitud de mayor luminosidad, propia de quien se abre a un mundo de renovadas sensaciones, en un progreso continuo y de sentido, cuando vuestras vidas ya dispersan con mayor solvencia las sombras”. 

Los congregados, en total mutismo, no retiran sus ojos de quien así les hablaba, que, imperturbable, toma unas cuantas hojas del olivo y las frota repetidamente en las manos antes de degustar su fragancia y arrojarlas al suelo, después de lo cual prosiguió: “Os hablaba de la fase del cuarto creciente, de enorme significación en la configuración de la tercera fase, de la luna llena, que simboliza que estáis en la plenitud de vuestra vida, cuando se siente colmada, inequívoca, poseedora de un encanto sugestivo para vosotros y los demás, sin importar que se hallen lejos. Es que la luz de la luna llena, llena de amor y de alcance y esperanza la vida del otro”.

Uno de los suyos, sin levantarse, le pregunta: “Maestro, ¿es posible que nuestras vidas permanezcan por siempre en fase de luna llena?”. El Señor no se sorprende, lo tenía previsto. Bien conocía de la naturaleza de esos que se adherían a su palabra, que parecía emanar del centro mismo de la plenitud. “Qué más quisieras, hombre de poca fe, permanecer por siempre y siempre de luna llena”, le responde. “¿O acaso no sabes que está ordenado que el plenilunio mute a cuarto menguante, es decir, que aquella luz, que resplandecía, por voluntad de mi Padre cada vez será menos relevante y gratificante al disolverse en el silencio de la noche profunda, de la nada aparente, y la perdamos de vista día a día, hasta dejar de ser, y ser solo un recuerdo?”. 

Nadie se atrevía a preguntar o comentar algo. En tal contexto, el Señor se incorpora y reanuda el camino, escoltado por aquellos que, cabizbajos, registraban el paso de sus sandalias y de las huellas que otros dejaban sobre el suelo seco y farragoso. Pero de pronto se alertan cuando, sin esperarlo, el Maestro hace un alto, se vuelve hacia ellos y exclama: “¡Preparaos para los días oscuros al final del cuarto menguante! Vuestra será la nostalgia”. 
 

INFLEXIÓN. …“Luna que se quiebra / sobre la tiniebla / de mi soledad. / ¿A dónde vas?”… (Agustín Lara).

Por: Ignacio Arizmendi Posada.

04/07/20

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