Todos somos iguales ante la constitución y la ley. Tenemos los mismos derechos y obligaciones, ¿pero somos realmente iguales?
Ser iguales ante la ley, no nos garantiza el acceso a las mismas oportunidades, ni nos convierte en una sociedad más incluyente. Lograrlo, requiere pensarnos y repensarnos como humanidad y ofrecer, entre otras cosas, una educación transformadora, que parta del reconocimiento y de la aceptación de la diferencia como un valor.
Desde que nacemos empezamos a construir una identidad propia. Pensamos, sentimos, actuamos y aprendemos de maneras distintas, en las diferentes etapas de nuestra vida y en los diferentes contextos. Tenemos intereses, necesidades y motivaciones distintas. Entonces, ¿por qué no partir de la diferencia como el pilar fundamental de lo que nos constituye como verdaderamente humanos? ¿Por qué no pensar en la equidad, que parte del supuesto de darle a cada quien lo que necesita, como una oportunidad para que cada uno desarrolle y alcance su máximo potencial?
Por paradójico que parezca, si queremos una sociedad más igualitaria, equitativa y justa necesitamos reconocer y aceptar las diferencias. Entender, entre otras cosas, que niños y niñas no son adultos en miniatura, sino seres humanos completos, perfectos en sí mismos, que tienen una manera distinta de descubrir y de entender el mundo. Poder ofrecerles lo que necesitan para desarrollarse y crecer como seres humanos que aporten a la transformación que el mundo tanto necesita, implica entender, entre otras cosas, cómo aprenden en las diferentes etapas, para poder darles las mejores oportunidades. No todos necesitamos lo mismo, ni de la misma manera, ni al mismo ritmo.
Para que una planta crezca fuerte y sana, es necesario abonarla de la manera correcta, regarla con la cantidad justa de agua, sembrarla en el suelo y en el lugar adecuado para que reciba la cantidad de sol y de luz que le hace bien. Nosotros no somos la excepción.
Sería muy útil empezar a ver el mundo a través de los ojos de los otros, a través de la mirada de nuestros niños y niñas, para poder entenderlos y brindarles lo que necesitan. Para poder enseñar adecuadamente, necesitamos observar y escuchar con atención. Hay que escuchar para Entender.
Los contextos cambian, el mundo de hoy es distinto y nuestros esquemas educativos se tienen que adaptar a la realidad actual, a la manera como aprenden nuestros niños y niñas hoy, para ajustar los esquemas de enseñanza a lo que les hace bien, para desarrollar sus habilidades, capacidades y potencialidades. Solo así podrán crecer con la confianza para desplegar su iniciativa, seguros de que pueden lograr lo que se proponen, de manera autónoma. Entonces habremos hecho bien la tarea.
Tenemos que adecuar nuestras pedagogías, currículos y ambientes a la manera como los y las estudiantes aprenden mejor, en las diferentes etapas del desarrollo. Necesitamos formar para la incertidumbre, para la solución de problemas, para la innovación, para el cuidado, fomentando la creatividad, la iniciativa, la inteligencia emocional y el pensamiento crítico, entre otros. Esto implica valorar y promover el pensamiento divergente, las diferentes posibilidades y perspectivas, implica ayudarlos a pensar en grande, para que lleguen a ser grandes, pero sobre todo, implica hacer visible las herramientas con las que cuentan para lograr todo aquello que se proponen.
Lo anterior implica un gran desafío y una maravillosa oportunidad para que todos los niños y niñas tengan acceso a una educación de calidad en la que puedan hacer todo lo que están en capacidad de hacer y de ser, no lo que los adultos creemos que pueden ser.
Solamente si nos reconocemos desde nuestras diferencias podemos apuntar a construir una sociedad más pacífica, más fraterna, más empática, en la que el servicio y el cuidado sean una prioridad.
Desde esa escucha activa y profunda que se genera cuando buscamos comprender al otro, podremos construir juntos, de manera colaborativa, un mundo distinto.