La espada de Damocles

Según la Constitución de Colombia los símbolos que representan al país oficialmente son el Himno Nacional, la Bandera y el Escudo. A todo lo demás, a cosas como la espada de Bolívar, el sombrero vueltiao o la bandeja paisa, no se le debe respeto ni hay por qué ponerse de pie a su paso ni rendirle homenaje. De modo que, por más que les moleste, no tienen razón quienes sufrieron una pataleta porque Felipe VI no se puso de pie en presencia del fetiche que ahora entroniza el gobierno de Gustavo Petro, y el rey de España hizo bien en quedarse sentado. 

El episodio no fue más que un rifirrafe de política interna entre Iván Duque y Gustavo Petro; una pelea ante la cual ni Felipe VI ni ningún otro de los participantes en el acto, tenían por qué pronunciarse levantándose, inclinándose o hincándose de rodillas, como sugirió un colega que había caído Felipe VI, al tener que saludar a Petro desde un estrado más alto y sus casi dos metros de estatura. Dizque lo vio “incado (sic) ante la Democracia”.

Dicho esto, opino que, a pesar de sus buenos deseos, el rey Felipe VI no debería exponerse más al resentimiento ciego que impregna las tomas de posesión presidencial latinoamericanas. España ha querido con las Cumbres de Jefes de Estado y de Gobierno, con la presencia del rey en estos actos, y con otros eventos y gestos similares, mantener unos vínculos parecidos a los que la Mancomunidad de Naciones, conocida como Commonwealth, tiene con el Reino Unido por el hecho de compartir lazos históricos. Pero aquí no hay ambiente para eso.

No se va donde no eres bienvenido, y Felipe VI no tiene para qué participar en ceremonias como la del otro día que, por si fuera poco, agitan aguas republicanas en su casa, que allí son poquitas pero siempre fétidas. 

Gabriel Boric en Chile, acusó falsamente al rey de llegar tarde a su posesión (luego tuvo que dar excusas); en Bolivia, tuvo Felipe a su lado a varios energúmenos puño en alto cuando sonaba la Marcha Real; López Obrador, presidente de México, está que se sale de la ropa porque España no le pide perdón por haber llevado civilización a su país y a él sus dos apellidos. Y a Pedro Castillo, el de  Perú, solo le faltó mentarle la madre el día que juró su cargo.

Comoquiera que sea, voy a contar a los miembros de ese distinguido club de agraviados por España dos episodios protagonizados por Fidel Castro —personaje nada sospechoso para los arriba mencionados— en relación con Felipe VI y con la institución que el rey representa y a ellos tanto ofende. En versión resumida, porque las fuentes aún viven y prefieren no ser citadas.

En una cumbre Iberoamericana, Castro le soltó a bocajarro la siguiente perla al rey Juan Carlos: “Oye, ¿y ese hijo tuyo tan alto, tan guapo y seguramente tan preparado, qué hace? ¿Qué función tiene?” Y Juan Carlos, que tenía muchas tablas para manejar estas situaciones, como respuesta le dio una larga cambiada que diría un taurino. A Castro siempre le intrigó el papel del entonces príncipe Felipe.

El líder cubano era un tipo provocador y malo como el que más, pero lúcido y listo como pocos. Al morir, con él desapareció quizá el último estadista histórico del siglo XX. Por ello no me extrañó el cuento que me echó en La Habana, a mediados de los 90, una fuente ligada a cierta cancillería. 

A Castro, hijo de un emigrante gallego, le debe de haber quedado rondando en la cabeza lo ocurrido en España con el paisano de su padre, Francisco Franco. El dictador español creyó dejar la situación política “atada y bien atada”, como dijo antes de morir. Y nunca imaginó que su régimen también desaparecería con él. “¿Y si en Cuba ocurriese lo mismo cuando yo muera?”, habrá pensado Fidel.

Así pues, según un diplomático francés por quien supe la historia, Castro habría dicho a su círculo de personas más cercanas que, en caso de que a su muerte hubiese algún intento de revertir la situación en la isla por parte de las gentes del exilio y, consecuentemente, se llegase a un enfrentamiento entre cubanos, se le pidiese al príncipe Felipe hacer de mediador entre ambos bandos. Y los franceses no son precisamente los más dados a echar piropos de ese tipo a la diplomacia española. Otra cosa es si el heredero de la Corona hubiese podido o no asumir ese papel.

Años atrás, después de  la caída de la Unión Soviética, la situación de Cuba había llegado a ser tan desesperada y la isla se vio en un callejón sin salida de tal magnitud, que Castro envió una carta con un miembro del gabinete de Felipe González, entonces el Presidente del gobierno español, en la que proponía que el reino de  España acogiera a Cuba con una fórmula parecida al estatus que hoy liga a Puerto Rico con Estados Unidos, como un Estado Libre Asociado. Lo supe por una persona vinculada a una alta institución en España.

González se tomó aquello casi a broma y comentó: “¡Qué cosas las de Fidel!” Y el asunto no pasó de ahí. Hasta que llegó Hugo Chávez y rescató la isla del Caribe, al borde del hundimiento, con dólares y petróleo. 

Así que, amigos ofendidos: su ídolo tenía más respeto por la institución que desprecian. Y, desde luego, era más inteligente y más astuto que todos ustedes juntos. Eso sí, los manipuló a su antojo y dejó pendiente sobre sus cabezas, como al adulador de la clásica fábula griega, un pesado lastre de rebaño.

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