La política pública del gobierno nacional quiere que la gente regrese al campo pero la gente está saliendo del campo. El campo se está vaciando aquí, en Europa y en todo el mundo y no solo eso, la población rural está envejeciendo. Colombia es un país de ciudades, tres de cada cuatro personas viven en centros urbanos y los campesinos tienen entre 41 y 64 años.
Pero el tema no es gente y más gente en el campo. Ya ni los campesinos quieren estar allá, sino en centros poblados para que así, la parcela sea como una oficina a la que se va a trabajar pero no se vive en el trabajo. De hecho, eso se está dando cada vez más.
El asunto es competitividad inclusiva porque entre otras cosas, la mecanización, automatización y la Inteligencia artificial está reemplazando a la gente en este tipo de oficios. Kansas en 2021 fue el primer productor de trigo en USA y casi todo el trabajo rural por cultivo, en grandes extensiones, lo llevan una o dos personas que manejan grandes sembradoras, tractores y recolectoras.
De otro lado, la política de este gobierno quiere que la tierra solo produzca agro aunque lo rural es más que agro y tierras porque comprende, también, hábitat, salud, turismo, provisión de bienes y servicios ambientales y económicos a las ciudades, naturaleza, cultura, tradiciones y alimentos pero el gobierno cree que sólo es tierras.
El gobierno -y la gente de la ciudad también- creen que el mundo rural es uno y el urbano es otro. Lo entienden como algo separado de lo urbano. No reconocen, o no totalmente, la interdependencia entre la ciudad y la ruralidad. No son conscientes que son espacios continuos e interconectados a través de vínculos, pero la política pública los sigue imaginando como espacios discontinuos y hasta contrapuestos.
La “nueva ruralidad” es despoblada. Tiene, además, nuevos sistemas productivos distintos al agro que generan nuevos y diferentes mercados laborales en una economía local interconectada con el mundo y ha creado un comercio y mercado más especializado. La nueva ruralidad tiene poco peso relativo del PIB agropecuario pero múltiples interacciones con lo urbano por el incremento de la movilidad de personas, bienes, servicios e información.
Pero, no obstante, la política del gobierno es del viejo enfoque, es reduccionista, esa que entiende que lo rural es agro -aún peor, cree que es entregar tierras- pero eso ya no es así. Eso es historia. Hoy hay que abordarla desde el nuevo enfoque, el de vínculos urbanos rurales.
En este sentido -el de los vínculos y flujos- hay que decir, que no todo ocurre en la ciudad como tampoco, no todo sucede en la ruralidad. Así se entendía antes.
Me explico. Bogotá, -o ponga otra ciudad grande o intermedia- es un gran centro de consumo que influye, es influida y es interdependiente con lo rural a través de unos flujos recíprocos de personas, bienes, servicios, dinero, cultura y tecnología entre lo urbano y lo rural, que crean diversos vínculos, una red de territorio y múltiples líneas de acción.
Resolver lo urbano separado de lo rural o al revés, es una mirada equivoca y anticuada. Y eso es lo que hace el gobierno, la ciudadanía y el sector privado porque así, la política pública va por un lado -la del siglo pasado- y la realidad rural y las tendencias por el otro -la de este siglo-.