Enrique Herrera
Experto en Desarrollo Rural, Tierras y Agro. Abogado, Especialista en planificación y administración regional del Cider y Magister Artis en Administración Pública del Instituto Ortega y Gasset de Madrid, España. Con vasta experiencia en el sector público y analista de políticas públicas del sector tierras, desarrollo rural y de política electoral.
Enrique Herrera

La realidad rural por un lado y la política pública por la otra

La política pública del gobierno nacional quiere que la gente regrese al campo pero la gente está saliendo del campo. El campo se está vaciando aquí, en Europa y en todo el mundo y no solo eso,  la población rural está envejeciendo.  Colombia es un país de ciudades, tres de cada cuatro personas viven en centros urbanos  y los campesinos tienen entre 41 y 64 años.

Pero el tema no es gente y más gente en el campo. Ya ni los campesinos quieren estar allá, sino en centros poblados para que así, la parcela sea como una oficina a la que se va a trabajar pero no se vive en el trabajo. De hecho, eso se está dando cada vez más.   

El asunto es competitividad inclusiva porque entre otras cosas, la mecanización, automatización y la Inteligencia artificial está reemplazando a la gente en este tipo de oficios. Kansas en 2021 fue  el primer  productor de trigo en USA y casi todo el trabajo rural por cultivo, en grandes extensiones,  lo llevan una o dos personas que manejan grandes sembradoras, tractores y recolectoras.    

De otro lado, la política de este gobierno quiere que la tierra solo produzca agro aunque  lo rural es más que agro y tierras porque  comprende, también, hábitat, salud, turismo, provisión de bienes y servicios ambientales y económicos a las ciudades, naturaleza, cultura, tradiciones y alimentos pero el gobierno cree que sólo es  tierras. 

El gobierno -y la gente de la ciudad también- creen que el mundo rural es uno y el urbano es otro. Lo entienden como algo separado de lo urbano. No reconocen, o no totalmente, la interdependencia entre la ciudad y la ruralidad. No son conscientes que son espacios continuos e interconectados a través de vínculos,  pero la política pública los sigue imaginando como espacios discontinuos y hasta contrapuestos.

La “nueva ruralidad” es despoblada. Tiene, además, nuevos sistemas productivos distintos al agro que generan nuevos y diferentes mercados laborales en una economía local interconectada con el mundo y ha creado un comercio y mercado más especializado. La nueva ruralidad tiene poco peso relativo del PIB agropecuario pero  múltiples interacciones con lo urbano por el incremento de la movilidad de personas, bienes, servicios e información. 

Pero, no obstante, la política del gobierno es del viejo enfoque, es reduccionista, esa que entiende  que lo rural es agro  -aún peor, cree que es entregar tierras-  pero eso ya no es así. Eso es historia.  Hoy hay que abordarla desde el nuevo enfoque, el de vínculos urbanos rurales.

En este sentido -el de los vínculos y flujos-  hay que decir, que no todo ocurre en la ciudad como tampoco, no todo sucede en la ruralidad. Así se entendía antes. 

Me explico. Bogotá, -o ponga otra ciudad grande o intermedia- es un gran centro de consumo que influye, es influida y es interdependiente con lo rural a través de unos flujos recíprocos de personas, bienes, servicios, dinero, cultura y tecnología entre lo urbano y lo rural, que crean diversos vínculos, una red de territorio y múltiples líneas de acción.

Resolver  lo urbano separado de lo rural o al revés, es una mirada equivoca y anticuada. Y eso es lo que hace el gobierno, la ciudadanía y el sector privado porque así, la política pública va por un lado  -la del siglo pasado-  y la realidad rural y las tendencias por el otro -la de este siglo-. 

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