Tercer día. Rumbo a San Juanito. 2 Parte.
El día comienza en la laguna de Chingaza, con un ascenso hasta el alto de la virgen, lugar más alto de toda la travesía con 3.780 m.s.n.m, Este recorrido es caracterizado por valles de frailejones y puyas, el alimento predilecto del oso. Y allí fue, cuando anhelando ver el guardián del páramo, observamos a lo lejos, gracias a la habilidad del guía, una osa y sus dos oseznos. Lo que pasó en ese momento es un revuelto de nerviosismo y emoción. Solo cuando te piden que grabes, percatas que debes captar ese instante, porque aunque la retina guarda en la memoria el sublime instante, habría que registrarlo para la muestra a tus cercanos. Durante media hora nos extasiamos de ver y ver y ver cada movimiento que la madre hacía con sus hijos para cuidarlos, alimentarlos y enseñarles a sobrevivir. ¡Uff! Realmente sobrepasó lo imaginado.
Ya luego de este regalo y con un poco de retraso, totalmente justificado, seguimos el camino con un telón lateral de fondo y sus varios espejos de agua, entre los que se destaca la laguna del Medio, Laguna larga y el Guájaro. En este último, se contempla una cascada, la cual alimenta la laguna Santa Helena y es el nacimiento del río que lleva el mismo nombre, desembocando en el río Guatiquía. A partir del Alto de la Virgen, se empieza un descenso hasta el refugio denominado “El rajadero”, lugar de obligatoria parada y donde preparamos nuestro almuerzo. Si la decisión es llegar a San Juanito, la alimentación debe hacerse pronto y sin muchas ganas de descanso. Si prefieres tomarte la tarde en medio del páramo, puedes hacerlo, siempre y cuando lleves consigo una buena colchoneta y saco para dormir. Nosotros decidimos continuar del refugio rumbo al municipio de San Juanito, Meta.
El recorrido se realiza por un camino de herradura, donde el ecosistema de páramo acompaña el paisaje hasta el cerro de las cruces, si, de nuevo un cerro de las cruces, donde por sensación de dejavú, los campesinos dejaban ofrendas en forma de agradecimiento por haber llegado hasta ese sitio. Estoy por pensar que hay tantos “altos de la cruz”, como lagunas verdes en nuestras montañas. Ya desde este lugar se puede divisar los llanos orientales.
A partir de este punto se ingresa en el bosque alto andino, el camino se torna estrecho en algunos tramos, presentándose en varios puntos derrumbes a causa del agua. Durante gran parte del recorrido se puede observar los Farallones de Medina, última formación montañosa que comunica con los Llanos orientales. La caminata finaliza 9 horas después, con más de 28 kilómetros de experiencia puro de trekking y es recibida con el confortante clima templado de San Juanito, donde habitan los llaneros en ruana, ya que de noche, el frío es bueno.
Antes de entrar al pueblo, constatas las obras de los Monfortianos, al ver de lejos el noviciario, una construcción que data de la fundación del municipio por parte de la comunidad religiosa. Esta obra funcionaba como internado para hombres y formación de curas. La edificación cuenta con una pequeña capilla con características francesa, un patrimonio arquitectónico en espera de ser restaurado y valorado.
Un dato perturbador que me causó mucha impresión, es que San Juanito es de esos pocos pueblos, que primero conocieron el avión, antes de cualquier otro medio de transporte. En esos tiempos, un piloto osado divisaba desde el aire aquellas pequeñas poblaciones, que desde su ventanilla podía observar, y luego, de serias maniobras de aterrizaje, llegaba a ofrecerles sus servicios de remesas o transporte, para así volver ya en función de los clientes obtenidos y las ganancias calculadas.
Cuarto día: Llegando a Monfort
Aunque el día de camino es arduo, y suma cerca de 28 kilómetros para llegar a Monfort, vale demasiado la pena visitar las cuevas de la Gruta, y si no se alcanza, planear de una vez el regreso para contemplarlas. Para acortar la caminata en un tramo carreteable, se toma en carro 8 km rumbo a la inspección de La Candelaria, donde inicia la caminata; Lo impactante, es que podrás disfrutar; 8, de las 22 cascadas que se escurren del sistema montañoso de los farallones de Medina, en la vía destapada que conduce a Calvario.
Al comenzar la caminata, retomamos el rumbo hacia el río Guatiquía. El descenso es fuerte, y solo hasta pasar los puentes de la quebrada La morena y el Guatiquía, sientes un alivio. Los días anteriores han hecho el desgaste suficiente para sentir que, el poder ineluctable de la voluntad, es lo que te mantiene andando.
Mucho antes del puente colgante la Moreno, se encuentra el mejor tesoro de fauna escondido del camino Monfortiano, el paraje preferido del “gallito de roca”. Es muy notoria su presencia, razón por la que seguramente encontrarás pequeños grupos de personas observándolos y admirando esta insignia de ave, símbolo nacional para el pueblo hermano de Perú.
Este trayecto y hasta Villavicencio es de puentes, puentes y más puentes. Luego de un ascenso hasta el puente La cajonera y siguiendo el camino, se llega a la casa de la Señora Mary Guevara, en la vereda San Roque, donde es el lugar de almuerzo. Partiendo de este sitio el recorrido se continúa por cerca de 20 Km aproximadamente, pasando por más puentes colgantes, quebradas y derrumbes.
Es muy común observar en el camino varias serpientes como las Cazadoras, o Talla X, por lo que no está de más, tener atenta precaución a lo que pisas, o en donde pones las manos de apoyo. Una de las mejores vistas y que permite la contemplación de las varias cascadas o quebradas que de la montaña se cruzan por el camino, es la Rubiana; Por su alto grado de conservación y posición basal frente al camino, se contempla el discurrir de agua desde lo alto de la montaña, hasta tus pies.
Los enormes árboles, la tupida vegetación, los cielos verdes, las caídas de agua, los deslizamientos de tierra, las zonas pantanosas, la alta humedad con su característico olor, demarcan este día y lo dejas grabado en la memoria.
Luego de 10 horas, llegas a un muy pequeño caserío llamado Monfort, el cual se encuentra rodeado de otros pequeños asentamientos como Santa Teresa, San Agustín, San Roque y otros poblados de santos, en refrendación de la otrora labor misionera de los Monfortianos en la zona. Si por alguna razón no deseas continuar, o presentas alguna contingencia, en este punto existe un carreteable que te lleva a Villavicencio, sin embargo, te habrás perdido el mejor día para poner a prueba tu adrenalina en esta travesía.
Finalizando la Travesía, quinto día.
Este es el último día de travesía;el recorrido continúa desde Monfort hasta el Antiguo Acueducto de Villavicencio. Empezamos a caminar por la estrecha trocha a las 8 a.m.;y enfrentar los 15 km aproximadamente hasta el final del recorrido. Muy cerca del inicio del camino, encuentras un pozo cristalino, que con el pleno rayo del sol, es inevitable no sumergirse en él. Este tramo se caracteriza por descensos leves, algunos derrumbes en el trayecto que dificultan la caminata y aumentan el tiempo. Pero lo más sorprendente, es que el camino tiende a cambiar cada año, por los continuos deslizamientos, o volcanes como lo llaman sus pobladores.
La primera parada es en la vereda Santa Rosita del municipio de Villavicencio, a partir de ahí son 2 horas hasta el puente del Antiguo Acueducto de Villavicencio, pero antes habrás pasado por antiguos y muy elevados puentes colgantes, poniendo a prueba tu confianza y amor por la vida.
Imagino este camino hecho por nuestros indígenas, siguiendo la ruta del agua y la salida y puesta del sol. Orientados por escorrentías, y por pasos esculpidos generación tras generación. Los imagino haciendo caminos secretos como hormigas, donde solo ellos conocerían sus pasos, con el fin de no ser perseguidos, o por el simple hecho de guardarlos para quienes se aventuraran a explorar otras tierras. Me imagino las 4 hermanas religiosas, que se aventaron a lo desconocido para salvar almas e ir dejando opciones de vida para mejorar las condiciones de quienes se conectan por estas rutas.
Hoy, y luego de haber salido de zona de conflicto armado, el camino Monfortiano es uno de los mejores caminos históricos de Colombia, es una ruta que te lleva a pensar que habrá más allá, hasta donde puedes ir.
Así como lo narra Willian Ospina, en su libro “Pondré mi oído en la piedra hasta que hable”, haciendo alusión al maestro de maestros, Humboldt, “… Es como si la certeza de que la vida es una sola y el planeta un sistema orgánico que hiciera cada vez más necesario que las regiones se comunicaran y los seres humanos compartieran sus vidas, sus culturas…”
Ya llegando a las obras inconclusas del acueducto frustrado de Villavicencio, una serpiente Tercioplelo se posaba en el camino, y, una lluvia a cántaros, nos daba la bienvenida, propia, de un valiente caminante de estos andes colombianos.
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