A la copa América, que se hace contra viento y marea, la aporrea la pandemia que reduce drásticamente las nóminas, de algunos de los equipos participantes.
Conveniente vieron los expertos en seguridad sanitaria su postergación, pero los poderes, con otros intereses, se impusieron.
Dos años después de su coronación, Brasil es anfitrión, para satisfacer a su presidente y sus caprichos, empeñado en darle un lavado de cara a su deteriorada imagen.
Lo copa América con figuras relevantes, a excepción de James Rodríguez, quien, en enésimo berrinche, arremetió contra el entrenador de turno Reinaldo Rueda, lo que reafirmó la debilidad actual de su amor por la selección y planteó con algunos de sus compañeros, una confrontación “de comadres” con los viejos jugadores colombianos, incrustados en los medios.
En su ausencia, no ha respondido con categoría y señorío como Falcao, presente siempre con sus mensajes motivadores al combinado nacional.
Al contrario, James ha establecido distancia con la nómina en Brasil, la que lucha por consolidarse para enfrentar, con mayores aspiraciones, el reto de ir al mundial de Catar.
Se le acusa además de comandar el boicot que sustrajo del equipo al anterior técnico Queiroz, presionado a renunciar. El portugués no lo veía insustituible, como él lo creía. El vestuario se afectó aquella vez.
Su fórmula, al no ser convocado por Rueda, es la misma. Optó por condicionar veladamente los resultados a su presencia, lo que le lleva a perder día a día, respeto y admiración por parte de los aficionados.
Qué vergüenza producen los futbolistas cruzando descalificaciones, con agravios, frente al público que los admiró. Incultura, deslealtad en la amistad, irrespeto, bajeza, insolidaridad y ruptura de los famosos códigos de vestuario que, en muchas ocasiones, parecen de mafiosos.