Hay un viejo caso de filosofía en el que dos peces nadan en el océano. Uno mira al otro y dice: "El agua parece bastante turbia hoy". El otro pez mira hacia atrás y dice: "Sí, ¿qué es el agua?"…Me encanta este caso porque muestra que la forma en que hacemos las cosas a menudo se convierte en parte de nuestra propia realidad.
Es el agua en la que estamos flotando sin siquiera pensar. No cuestionamos la forma en que trabajamos, sino que pensamos que la forma en que trabajamos es la única que tiene sentido. Pero la forma en que trabajamos refleja una cierta mentalidad. Puede parecerte natural tener un conjunto de habilidades que te convierten en un especialista. También puede parecerte natural trabajar en planes detallados con una fecha concreta de inicio y fin y un presupuesto fijo asignado a cada etapa del proyecto. Sin embargo, el agua en la que nadamos no siempre es tan clara. ¿Te has planteado qué pasaría si en lugar de especialistas tuviéramos más generalistas y en lugar de tener algunas personas que realmente conozcan un área, podría tener sentido que todos sepan un poco de todo? También podría tener sentido centrarse en las iteraciones de un proyecto más cortas y flexibles. Algunas de estas ideas ahora se conocen más comúnmente como la mentalidad ágil.
Dado el ritmo vertiginoso de la disrupción digital, las organizaciones que pueden actuar con rapidez tienen más probabilidades de salir adelante que aquellas que no pueden. Si lo pensamos, una organización debería moverse al menos tan rápido como su tasa de cambio externo. Eso implica convertirse en una organización más plana que pueda moverse con rapidez mientras toma decisiones (¡ojalá inteligentes!). Eso implica convertirse en una organización ágil.
Pero, ¿qué es una organización ágil o cómo la logramos?, ¿cómo podemos hacer que la organización sea exitosa evolucionando hacia una mentalidad y metodología ágil? Apoyémonos en los siguientes principios organizativos.
Primero, descentraliza la toma de decisiones. Eso de que sólo el “jefe” pueda tomar decisiones ya pasó de moda. La toma de decisiones debe estar en manos de las personas que tienen la información relevante, el conocimiento y la capacidad para implementarlas. Esto aumenta significativamente las probabilidades de que las decisiones estén bien informadas y se tomen e implementen de manera oportuna. Debemos tener una cultura donde las personas estén empoderadas a tomar decisiones independientemente de su título.
En segundo lugar, confía en gran medida en equipos multifuncionales y / o de unidades cruzadas para analizar los problemas, reunir información, sopesar las alternativas y tomar decisiones. Para asegurarse de que dichos equipos se muevan con rapidez, mantén el tamaño de cada equipo pequeño. Designa a la persona con más capacidad de liderazgo para que dirija un equipo y acuerde los resultados deseados.
En tercer lugar, cultivar un conjunto de normas culturales que sirvan como los cimientos de una estructura de red que funcione bien. Tanto el análisis como la velocidad son importantes. ¿Qué es más importante… los resultados o el proceso? Es mejor pedir perdón más tarde que retrasar la toma de decisiones necesarias mientras se espera el permiso. El consenso infinito (es decir, que te apruebe algo hasta el Papa) no es un requisito para tomar decisiones y avanzar. La experimentación casi siempre es buena. Si es un éxito, escala. Si no es así, invierte el curso de acción.
Cuarto, enfatiza la importancia del aprendizaje contínuo. Construye procesos para habilitarlo. Si una nueva idea funcionó, ¿por qué funcionó y qué lecciones se pueden sacar adelante? Si no fue así, ¿qué salió mal y, nuevamente, qué lecciones sacamos para el futuro? Por último, haz todo lo posible por utilizar herramientas digitales para redondear la organización internamente. Hacerlo reduce la burocracia, permite la transparencia y acelera la coordinación.
En la escala de 1 a 10, ¿cómo evaluarías tu organización en cada uno de los cinco principios organizativos de una organización ágil que acabo de describir?