Juan Restrepo

Ex corresponsal de Televisión Española (TVE) en Bogotá. Vinculado laboralmente a TVE durante 35 años, fue corresponsal en Manila para Extremo Oriente; Italia y Vaticano; en México para Centro América y el Caribe. Y desde la sede en Colombia, cubrió los países del Área Andina.

Juan Restrepo

Los malos ya no son lo que eran

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Hay en el mundo de hoy una larga lista de tiranos, en algunos casos con grandes diferencias entre sí, pero que “comparten la determinación de privar a sus ciudadanos de cualquier influencia real o voz pública, de oponerse a toda forma de transparencia o rendición de cuentas y de reprimir a quienquiera que los desafié dentro o fuera del país”. Es lo que sostiene en su último ensayo Anne Applebaum, la historiadora, columnista de The Washington Post y Premio Pulitzer en 2004 por Gulag (libro fundamental para conocer lo que fue la maquinaria de represión contra los opositores en la desaparecida Unión Soviética).

Applebaum dice en su obra de más reciente publicación, Autocracia, S. A., que en este exclusivo club de sátrapas todos “comparten una actitud crudamente pragmática hacia la riqueza. A diferencia de los líderes fascistas y comunistas de otros tiempos, que estaban avalados por el aparato de su partido y no dejaban traslucir su codicia, a menudo poseen residencias suntuosas y estructuran gran parte de su colaboración como empresas con ánimo de lucro”. 

 Encabezan la lista para la autora de este ensayo, los hombres fuertes que gobiernan Rusia, China, Irán, Corea del Norte, Venezuela, Nicaragua, Angola, Birmania, Cuba, Siria, Zimbabue, Malí, Bielorrusia, Sudán y Azerbaiyán; más otros que en conjunto se acercan al medio centenar (en el caso de Siria, como se sabe, cayó el tirano la semana pasada y estamos a la expectativa de lo que hagan los nuevos amos; que son por ahora una incógnita envuelta en un misterio). En todo caso, a diferencia de las alianzas militares o políticas de otros tiempos y lugares, este grupo no actúa como un bloque, sino como un conglomerado de empresas, no necesariamente unidas por la ideología, sino, como queda dicho, con el ánimo de enriquecerse y conservar el poder.

 Sostiene Anne Applebaum con fundamento que casi todos los tiranos que hoy sojuzgan a su pueblo suelen apoyarse en una especie de “biblia” escrita por ellos o en el pasado por otros, para justificar sus tropelías; y cita desde Mi lucha de Hitler al Pequeño libro rojo de MaoTsetung, pasando por La vía birmana al socialismo, un memorando de 1962 en donde al país se le cambió el nombre por Myanmar. La ideología juche de la dinastía comunista en Corea del Norte es otra de las obras destacadas en esta biblioteca del mal.

 El egipcio Sayyid Qutb (1906-1966) , uno de los fundadores intelectuales del islam radical moderno, adoptó tanto la fe de los comunistas en una revolución universal como la fe de los fascistas en el poder liberador de la violencia. Al igual que Hitler y Stalin, sostenía que el liberalismo y el comercio moderno constituían una amenaza para la creación de una civilización ideal —en su caso, la civilización islámica—; y en el camino para conseguirla forjó un culto a la destrucción y la muerte. Culto que fue el fundamento de Al Qaeda. “Solo Dios la gobernará mediante la aplicación de la ley islámica (sharía)”, que es lo que ocurre hoy, por ejemplo, en Irán.

 “La convicción, común entre los autócratas más fervientes, de que el resto del mundo no puede tocarlos —de que las opiniones de los demás países no importan y ningún tribunal de la opinión pública los juzgará jamás— es relativamente reciente”, dice la autora. La invasión de Ucrania marca un antes y un después en tal sentido: “Rusia desempeña un papel especial en la red autocrática, tanto como inventora del matrimonio moderno entre cleptocracia y dictadura como por ser el país que más activamente intenta perturbar el statu quo actual”.

 Recuerda Applebaum cómo los comandos rusos detuvieron a funcionarios y líderes civiles en esa invasión: alcaldes, policías, empleados públicos, directores de escuela, periodistas, artistas, conservadores de museo. Y cómo en forma bárbara construyeron cámaras de tortura para civiles en la mayoría de las ciudades que ocuparon en el sur y este de Ucrania. Secuestraron a miles de niños, separando a algunos de ellos de sus familias y sacando a otros de orfanatos, les dieron una nueva identidad “rusa” y les impidieron regresar a Ucrania. Putin ha hecho esto con total impunidad ante la mirada asombrada de Occidente.

 Y entre tanto, “un oligarca ruso, angoleño o chino puede tener una casa en Londres, una finca en el Mediterráneo, una empresa en Delaware y un fondo de inversiones en Dakota del Sur sin verse nunca obligado a revelar su patrimonio a las autoridades fiscales en ninguna parte. Los intermediarios estadounidenses y europeos… hacen posible esa clase de transacciones. Su trabajo es legal. Nosotros lo hemos hecho así́. Podemos ilegalizarlo. Del todo. No necesitamos tolerar un poco de corrupción. Podemos acabar con todo el sistema sin más”. 

 Pero si hay una reflexión interesante en el libro de Applebaum es la que encontramos en el siguiente párrafo: “Los autócratas modernos difieren en muchos aspectos de sus predecesores del siglo XX. Sin embargo, los herederos, sucesores e imitadores de esos líderes y pensadores anteriores, por muy variadas que sean sus ideologías, tienen un enemigo común: nosotros”. Para ser más precisos, su enemigo es el mundo democrático, Occidente, la Unión Europea, lo que quede en África y América Latina de democracia y libertad.

 Y es aquí donde la lectura de Autocracia, S. A., da para echarse a temblar. En las democracias de nuestro entorno tenemos, dentro y fuera de muchos gobiernos, admiradores de aquellos métodos. Defensores de tales ideas porque nuestra libertad de expresión permite exponerlas sin cortapisas o los ha elegido depositando un voto en una urna. Incluso aprendices de brujo que intentan llevarlas a la práctica o directamente las llevan. Viktor Orbán, primer ministro de una nación de la Unión Europea, ha hecho de su país un “Estado hibrido iliberal…, que elude el debate sobre la corrupción en Hungría ocultándose tras una guerra cultural”, para citar solo un ejemplo.

 Pero no hay que irse tan lejos. Basta mirar en nuestro vecindario para encontrar un nostálgico de tiranías, un agitador de banderas de violencia, destrucción y caos.

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