Alexander Velásquez

Escritor, periodista, columnista, analista de medios, bloguero, podcaster y agente de prensa. Bogotano, vinculado a los medios de comunicación durante 30 años. Ha trabajado como reportero para importantes publicaciones de Colombia, entre ellas El Espectador, Semana y El Tiempo. Ha sido coordinador del Premio Nacional de Periodismo CPB (ediciones 2021, 2022, 2023). Le gusta escribir sobre literatura, arte y cultura, cine, periodismo, estilos de vida saludable, política y actualidad. Cree en la vida después de la muerte, uno de sus temas favoritos. La lectura y caminar una hora diaria mientras escucha podcast son sus pasatiempos favoritos. Escribe su segunda novela.

Alexander Velásquez

Me preparo para morir

¿Dónde me topará la muerte? 

Si uno supiera, qué fácil sería evitarla o prepararse para afrontarla. Como no conoces el día de tu muerte, comenzaré diciendo que esa es la buena noticia. A ver me explico.  

Cuando se vino abajo una parte de la improvisada plaza de toros de El Espinal, Tolima, aparte de sentir compasión por las víctimas y reprochar el trato despiadado contra los animales, pensé en lo tenaz que debe ser encontrar la muerte así,  de sopetón, sin poder despedirse, sin espacio para los perdones, renunciando a los sueños… 

En su columna de El Tiempo, Juan Esteban Constain describió lo que es una corraleja: “una especie de corrida de toros pero colectiva y caótica, vesánica, una gran borrachera en la que el pueblo entero se lanza al ruedo a lidiar y martirizar a un indefenso y resignado animal”. 

Sobrecogido con las imágenes del horror, pensé que quienes fueron a celebrar la muerte en ese “espectáculo” encontraron la suya, a lo mejor para que los demás aprendamos algo. Aquel día veía la película Pompeya que, guardando las proporciones, tiene ciertas similitudes con nuestra tragedia: el coliseo, donde la gente iba a ver la matanza entre gladiadores en épocas del Imperio Romano, se viene abajo tras el terremoto causado por la explosión del volcán Vesubio. La parca, ayer como hoy, es la misma. Llega cuando se le da la bendita gana. Nadie se prepara porque, ilusos como somos, pensamos que somos inmortales como Gilgamesh, el héroe de la mitología mesopotámica. 

Días después este artículo me llenó de pavor: “La extraña y trágica ruta de los embolsados, torturados e incinerados”. De los 15 cuerpos hallados en distintos puntos de Bogotá, doce corresponden a ciudadanos venezolanos, entre ellos el de un hombre que fue apuñalado 161 veces.

La misma semana que se publicó tan macabro relato, se conoció el Informe Final de la Comisión de la Verdad sobre las casi medio millón de víctimas de seis décadas de violencia en Colombia. Quedé pasmado mientras el padre Francisco De Roux nos preguntaba en vivo y en directo: “¿Por qué vimos la masacre día a día por televisión como si fuera una novela barata? “¿Cómo nos atrevimos a dejar que pasara y cómo nos podemos atrever a permitir que continúe?”.

Me acordé entonces del principio de uno de los extraordinarios cuentos de Juan Rulfo: “Diles que no me maten, Justino. Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad”. 

Puedo imaginar cuánta gente debió suplicar por su vida: a los guerrilleros, a los paras, a los militares, a cualquiera de los que quita la vida porque sí. 

Vean ese informe porque nos hará bien llorar a todos y a ver si sentimos eso que los expertos llaman empatía. 

                                                                       ************

Le agradezco a la pandemia por enseñarme a ver la muerte con otros ojos. La partida de personas cercanas y lejanas me hizo ver lo mucho que necesitamos entenderla, pues estamos llenos de preguntas, de vacíos. Empecé a indagar porque el primer paso para enfrentarla es dejar a un lado el miedo a cuestionarla. En esa búsqueda hallé un tesoro: El libro tibetano de la vida y de la muerte. 

Una parte de mi cree en la reencarnación; esa voz interior desea que yo vuelva al mundo como humano y mejor persona. Otra parte me dice que vamos directo, sin escalas, a entregar cuentas a un dios, porque de tanto escuchar el cuento desde niño uno termina creyéndolo. Y otra partecita me dice que no. Que Colorín Colorado este cuento se ha acabado. 

Como nadie sabe qué sigue tras el fin de nuestro tiempo individual, lo único que queda es vivir mi vida, la la la la, como la canción de Marc Anthony. 

Vivir la vida sí, pero ¿cómo?

Intentaré explicarme a partir de la reflexión que hice por algo que leí a través de infobae.  “Si mueres como una persona rica, has fallado”.

La frase se la dijo el actor Daniel Craig (varias veces Agente 007) al periódico The Times of London. A la estrella le parece de mal gusto dejar una herencia millonaria a sus dos hijos y prefiere, por lo tanto, que parte de su fortuna vaya a obras benéficas o causas filantrópicas, como lo han hecho otros ricachones. Craig ganó la bobadita de 160 millones de dólares por ser el señor James Bond.

Pienso en las muchas personas que acumulan riqueza creyendo que la necesitarán en el más allá. Gente incapaz de compartir o de condolerse con aquellos que nada tienen. Por eso, hubo personas que, aterrorizadas, me pidieron no votar por Gustavo Petro porque nos iba a expropiar a todos. ¡Hágame el favor! 

Nos volvimos materialistas a sabiendas de que el cementerio nos dará el mismo estatus a ricos y a pobres: el olvido que seremos como dice el título de la novela de Héctor Abad Faciolince. 

De El libro tibetano de la vida y de la muerte les comparto este párrafo: 

“A veces nos preguntamos: ¿cómo será mi condición cuando muera? La respuesta es que el estado de la mente en que estemos ahora, la clase de persona que somos ahora, es lo que vamos a ser en el momento de la muerte, si no cambiamos. Por eso es tan absolutamente importante utilizar esta vida para purificar nuestro continuo mental mientras podamos hacerlo, y con ella nuestro carácter y nuestro ser básicos”. 

¡Cuánta enseñanza en tan pocas líneas! Es un hecho que todo se quedará aquí cuando emprendamos el viaje hacia lo desconocido. Podemos entonces intentar ser mejores personas de lo que hemos sido hasta ahora y enseñar a nuestros hijos a desarrollar la compasión. 

Sí. Me preparo para morir (cuando toque) intentando vivir sin apegos. Ojalá falte mucho para ese día porque estoy lleno de cosas pendientes.  Que el tiempo me alcance...  ¡qué más quisiera yo!.

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