Remberto Burgos de la Espriella

Médico Neurocirujano, miembro Academia Nacional de Medicina. Miembro Honorario Academia de Cartagena. Presidente Honorario Federación Latinoamericana de Neurocirugia.Expresidente Asociacion Colombiana de Neurociriugia.Especialista en Gobierno y Asuntos Públicos.

Remberto Burgos de la Espriella

Mi Abuelo: Miguel F. de la Espriella

Le pedí a mi esposa que me pasara por la Casa Espriella. Recorrí sus andenes, contemplé su terraza, no pude entrar. Me traje entonces los paisajes dibujados con el pincel feliz de la infancia. La sala grande, el patio interno del Corazón de Jesús. La mecedera y mi Abuela, a su lado, los grandes tanques reservas de agua para el verano, símbolo de su monedero generoso.

Me traje el recuerdo de los sabores con los cuales crecimos y que nos alimenta el alma: el café terciao, el ñame con suero, el bistec insuperable. También la imagen imponente y elegante del Abuelo Canoso, de lentes gruesos y lino blanco. Su sola presencia era sinónimo de distinción, nobleza y señorío. Nuestro abuelo, Miguel Francisco de la Espriella Godín.

Empezó a ejercer en 1925 -ya 100 años, Universidad de Cartagena- y durante las tres primeras décadas de su ejercicio no existía hospital en Sahagún; este era una aldea de 3000 habitantes, la expectativa de vida de sus vecinos alcanzaba los treinta años. Era el medico que todas las tardes saludaba de casa en casa a sus pacientes. Más que curar, visitaba a los enfermos para acompañar a los familiares y llevar consuelo en la desgracia de enfermedades que en esa época se consideraban incurables.

Cada vez que leo el Amor en los tiempos del Cólera, uno de mis libros preferidos, pienso en Juvenal Urbino e inmediatamente lo relaciono con mi abuelo. Las visitas vespertinas, el agudo ojo clínico, el sentido común y especialmente en ese tiempo ir de la mano de la naturaleza para los tratamientos de la época. Es como una si una fuerza vital enfocara y orientara mis ojos; es como si bendijera y guiara mis manos. Hoy por fin encontré la palabra esquiva para explicar ese acercamiento: inspiración. Es la inspiración que el cirujano de la vida, que es mi especialidad, necesita para proteger a sus pacientes.

Me falta hablar del caballero y su pulcritud, la etiqueta en su comportamiento; del hombre y sus debilidades. Como Juvenal, con su cochero cómplice (Álvaro, su celestino de Sahagún) quien estacionaba el carruaje distraído mientras el galeno corría para apaciguar la fogosa pasión por la mestiza. A la hora del almuerzo familiar hablamos de sus gustos: el dulce que con guayabas seleccionadas y preparado con cariño. El champagne y los cubitos de azúcar traídos de Panamá. De su devoción por los gallos finos donde la casta y la valentía eran análogos de su apellido…del azar y la ruleta, aquella bolita de marfil caprichosa que antes de comer les mostraba a sus nietos. Que decir el político impoluto, firme en sus convicciones, desafiante con la naturaleza: En fin, del ser humano integral, del hombre bueno y sus diversas facetas. 

Hay diversas formas de nostalgia, la que arde, quema y duele. La que nos mantiene en el pasado y nos ata sin dejarnos vivir el presente. Y la de hoy: la nostalgia dulce de los recuerdos.

Finalizo esta oración con esta metáfora escrita por Homero en la Ilíada sobre el viaje de retorno de Ulises a Ítaca. Cada vez que la leo me recuerda a mi madre Carmen Alicia quien lo practico toda su vida y nos enseñó con su ejemplo. Fue una larga travesía del protagonista, 10 años, para llegar a su casa. Vivir se compara con este largo viaje de Ulises; llena de problemas, triunfos, derrotas, infortunios. Es la aspiración de todo ser humano: regresar a casa. Hoy, al igual que Ustedes, me he re-encontrado con mis recuerdos. La Casa Espriella, al igual cuando llego a su hogar en Ítaca, le permite descubrir el tesoro más grande que anhela un ser humano: su paz interior.Solo es posible cuando se mantiene encendido el afecto y gratitud a los abuelos y el cariño perdurable de la llama de la consanguinidad que une a su descendencia.

Han pasado 100 años desde que recibió su grado. Recordamos con la emoción del nieto sumergido en el oficio el recorrido que hizo y las múltiples lecciones que enseño. Una de ellas enterrada en el fondo de mi alma: el respeto por la vocación cuidando a los enfermos.

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Remberto Burgos de la Espriella
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