Alexander Velásquez

Escritor, periodista, columnista, analista de medios, bloguero, podcaster y agente de prensa. Bogotano, vinculado a los medios de comunicación durante 30 años. Ha trabajado como reportero para importantes publicaciones de Colombia, entre ellas El Espectador, Semana y El Tiempo. Ha sido coordinador del Premio Nacional de Periodismo CPB (ediciones 2021, 2022, 2023). Le gusta escribir sobre literatura, arte y cultura, cine, periodismo, estilos de vida saludable, política y actualidad. Cree en la vida después de la muerte, uno de sus temas favoritos. La lectura y caminar una hora diaria mientras escucha podcast son sus pasatiempos favoritos. Escribe su segunda novela.

Alexánder Velásquez

Mi nombre en la lápida

La noticia salió en El Espectador: Perros robots ayudarán a vigilar las calles de Nueva York.

Estoy maravillado con este momento de la historia, creo que es un privilegio estar vivo para ser testigo de las transformaciones que está experimentando la humanidad, sin poder imaginar en dónde parará todo esto pero con la certeza (terrible por cierto) de que cuando nos vayamos, esta revolución tecnológica seguirá su curso sin nosotros. Qué duro aceptar que no estaremos aquí para presenciar lo que sigue, como aquel amigo que, jovencito, murió seis meses antes de que aparecieran los teléfonos celulares. Eso sí, no me gustaría que la próxima noticia sea la de hombres que sobornan con huesos y billetes de los verdes a los guaguaus biónicos. 

Apreciemos este presente y leamos más sobre lo que está pasando. Buscar la manera de que estos avances mejoren nuestras vidas, que nos ofrezcan tiempo libre para encontrar, por ejemplo, respuestas a los vacíos existenciales o realizar aquello que nos llene de pasión. ¡Hacer por fin lo que no hemos querido hacer por miedo! Hagan una lista de diez cosas que les apasionen y manos a la obra. Si están solos, denle valor a la soledad y al tiempo para construir sus sueños locos, que son los más cuerdos para uno. No aplacen porque de tanto aplazar se arrugan. Si están pendientes de la vida de los demás en las redes, se les hará tarde para vivir la propia. Después de los 80 años es probable que solo podamos pensar con arrepentimiento en lo que pudimos haber hecho y no hicimos, por no entender lo que nos quieren decir las manecillas mientras avanzan en la cara del reloj.   

Afortunados mis hijos y mi nieta Melanie que vivirán hechos extraordinarios que los demás no; incluso, afortunadas esas criaturas que no han nacido... ¡pensar que entre ellas habrá mentes prodigiosas que vienen, ya no con el pan, sino con el futuro debajo del brazo!  

Quiero pensar que el mundo va a enderezarse, que así como nosotros la hemos tenido un poco más fácil que los abuelos, bisabuelos y tatarabuelos, los próximos inquilinos de la Tierra dirán asombradas de nosotros: “¡cómo pudieron vivir en el atraso!". Sueño con que habrá un remedio contra el calentamiento global, conciencia para frenar la sobrepoblación, pastillas para volverse compasivos con el prójimo y viajes low-cost a otros planetas, tal vez a otros universos paralelos. ¡Nunca se sabe!

Porque, si se fijan bien, es esa la historia. Lo que llamamos modernidad mañana no será más que un pasado lleno de limitaciones, donde la gente murió sin remedio para ciertas enfermedades que ahora son pan comido o donde a la gente la tostaban por negar a Dios. (Leer sobre la Edad Media y la Inquisición es fascinante para entender cómo la religión todavía mantiene el bombillo apagado).

Cuando ya no seamos más que un recuerdo vago en la mente de alguien o un nombre en una lápida, la gente se sorprenderá de los millones de seres humanos que murieron de cáncer cuando esa enfermedad tenga cura, con la facilidad con que hoy nos tomamos la aspirina para el dolor de cabeza. 

¿Qué pasará después de que escriban mi nombre en la lápida? No lo sé, no soy Melquiades ni Nostradamus, pero puedo imaginarlo por medio de un cuento. Lo estoy escribiendo. Se titula “Mi nombre en la lápida”. Y lo escribo en homenaje a ese profesor de Estados Unidos, al que echaron de un colegio por pedirles a sus estudiantes escribir su propio obituario. Un ejercicio maravilloso para despertar la imaginación y alentar el pensamiento crítico, en un país como Estados Unidos donde la muerte se pasea por los colegios y a mucha gente le parece chévere andar armada. Pensemos, no dejen que otros piensen por ustedes

Me siento como un niño que todo lo está descubriendo, porque ciertamente es como si, hasta ahora, empezaran a inventar el mundo, y creo que esto influirá, para bien o para mal –quisiera saberlo- en nuestra forma de ser y de comportarnos; incluso, me atrevo a afirmar que cuestiones como la inteligencia artificial (IA)  moldearán pensamientos  y creencias.  

Cuando veamos carros volar, haremos el mismo gesto incrédulo que debieron poner los primeros seres que vieron aviones volar. Escarben que en estos días Bill Gates habló del carro volador.   

Para mí, los verdaderos profetas fueron aquellos escritores y escritoras, que anticiparon desde la literatura esta tecnología que con sus defectos y virtudes se vuelve tangible, ya no mero cuento de ciencia ficción. Eso significa que los escritores de hoy tienen un campo promisorio para este tipo de relatos, para inventar el mundo del año 3000 y poder "vivirlo ya" a través de las palabras.

Busquen en los libros. Se sorprenderán. Lean a los autores clásicos y a los contemporáneos, lean a los escritores colombianos que tienen mucho que contar sobre nosotros como nación. ¡Lean, lean, lean...! Y en redes sigan cuentas como la de Jorge Carrión, que en asuntos de AI está en la jugada, como decimos en Colombia.

Lean más sobre ciencia, filosofía y literatura que es como prender la luz en un cuarto oscuro. ¡Hay tanto que ignoramos, tanto que nos estamos perdiendo! Que la falta de dinero no sea una excusa porque para eso existen las bibliotecas. 

¡Dejad que los libros vayan a ti!  

La escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie  -de visita en Colombia- respondió una pregunta que al mismo tiempo puede tomarse como un reclamo necesario: ¡¿Qué les pasa a las personas que no leen?! 

¡Escuchen a esta gran mujer!

Yo digo que debemos darnos el placer de la lectura, de leer buena literatura, por ejemplo. Nunca se es viejo para enamorarse de un autor o una autora, y siempre hay la ocasión, el pretexto de un cumpleaños, para poner un libro en manos infantiles o grandulonas.   

Perdón si me fui por las ramas: es que los libros seducen y tontos han sido los ellos, ellas y elles que nos quieren abrirlos. ¡Vayan a la Feria Internacional del libro de Bogotá para comprobar que los escritores no muerden! Es probable que un día compren allí “Mi nombre en la lápida”, y yo esté ahí para firmarlo si aún no me he ido.  

No somos efímeros mientas leemos.  No somos efímeros mientras escribimos. Alguien nos rescatará del olvido. Alguien nos leerá.

Sin querer queriendo escribí el obituario anticipado que pidió el teacher.  

Con esta columna me despido, dándoles las gracias a los lectores y a esta casa editorial maravillosa, que me brindó refugio. ¡Gracias Adriana Bernal por creer en los columnistas! En realidad no es una despedida, es un hasta pronto para tomarnos un vino tinto servido por humanos.

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Alexánder Velásquez
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