Jacobo Solano

Periodista y escritor colombiano-italiano, artista visual y conceptual, creador de contenidos digitales y contador de historias del mundo.

Jacobo Solano

Mi regreso al Valle

Anoche regresé a Valledupar y en la mañana, cuando salía de mi casa, contento de volver a mi tierra, iba pasando por el parque Novalito Pachín Escalona, en María la Bandida, su camioneta Ford, azul y blanca; me vio y se acercó, —Hey Chula ¿para donde vas? Yo le respondí que iba a dar una vuelta por el valle porque estaba recién llegado de Italia. —Vamo pue, móntate. Acepté encantado, no sin antes hacerle una aclaración: —Pero no me vayas a cobrar, porque  me dijeron que la vuelta, después de los videos con Carlos Vives, cuesta 100.000 barras. Riéndose me replicó, —Móntate y deja de molestar, que van cree que es verdad. Entonces, comenzó un viaje maravilloso que me devolvió a lo mío, a mi terruño, a recorrer los pasos que me formaron. —¿Ya desayunaste? —le pregunté a Pachín y como me dijo que no, nos fuimos para donde la Mona del Patacón Pisao, en la Calle del Cesar, quien prepara el mejor hígado guisao del mundo, ahí me di un abrazo con el Culi Daza y el Papi Socarrás, amigos de infancia y echamos lengua un rato. También llegó Álvaro Castro, con las boletas para la Noche de Compositores en Río Luna, y mientras me ponía al día, me tiro un dato: —Ve Jacobo el Valle está tan grave que Chichí es candidato a la alcaldía, figúrate. A lo que contesté, —Entonces no está grave, está es peor— los dos soltamos al tiempo una carcajada. Seguimos marcha y al tomar la novena en el parque de Las Madres, nos encontramos al famoso Chueco Daza, nos pidió un chance y mientras lo llevábamos a su casa aproveche para pedirle disculpas por la chanza del Baloto; en el trayecto nos echó el mismo chiste que repite en todas las parrandas, aquella vez que el “Mono” Gil se comió una asadura amanecía de 3 días en la casa de el Papi Zuleta y se cagó en la sala. Después, pasamos por la Plaza Alfonso López, donde ya estaban montando todo para los concursos. Hablando de todo un poco, Pachín me preguntó —¿Supite que murió Romoca? —Si ombe, que pesar— le contesté. Luego subimos hasta el Novalito a visitar a Darío Pavajeau, por casualidad estaban Hugo Carlos Granados y Gustavo Gutierrez dándole una serenata a ese gran patriarca del vallenato, nos dimos el lujo de escuchar temas como Parrandas inolvidables, La espina y Rumores de viejas voces. De ahí, salimos a recoger  al Cocha, a Lucy Vidal y a Frank, el de Pancha; nos fuimos a visitar la tumba de Nenón en Jardines del EcceHomo y a cantarle Los tiempos de la cometa y Los sabanales, sus dos canciones preferidas. También pasamos por la tumba de Diomedes, y Cocha se enterneció mucho recordando aquel disco que le compuso, El gallo y el pollo, fue un momento de nostalgia y dolor por dos ausencias que todavía nos hacen doler el corazón.

Se me ocurrió y sin pensar mucho, le propuse a Pachín  —Vámonos pa Patillal,—él estuvo de acuerdo y seguimos, escuchando el programa de Lucho Mendoza y Celso Guerra, Así va el Festival, en Radio Guatapurí; en el río Badillo, saludamos desde el carro a Peyo Sarmiento, en el estadero Los Cerritos. Por fin, llegamos a la tierra de Escalona; Pachín me mostró la casa donde nació su papá y recordamos sus bellas canciones; luego entramos a la casa de Juanma y Julio César Martinez, donde había un guiso de gallina criolla y yuca harinosa, de esa que tenía tanto rato sin comer; nos atendieron como acostumbran, con la hospitalidad que caracteriza a esta familia tradicional del pueblo de los grandes compositores.

Al caer la tarde, nos devolvimos para el Valle y de paso, nos echamos un chapuzón en Hurtado con mis sobrinos Sergio y Simon. Luego pasamos al Centro Comercial Guatapurí a saludar a Sandra García y nos encontramos una tertulia en Juan Valdez, entre Isacc Leon Durán, Rosendo Romero y Deimer Marín, hablando del vallenato en Guitarra, nos tomamos un café con esos titanes y seguimos para el Museo del Acordeón, no podía  estar en el Valle sin saludar a Beto Murgas y a Ocha, mis grandes amigos. Después nos dimos una pasada por el Callejón de la Purrututú para darles un abrazo a Patri, Mariluz y la Mona y, de paso, una vuelta al Cuartico de Gabo. Cansado pero contento, me despedí de Pachin, le di las gracias por el paseo, pero me quedé en el hotel Casa de los Santos Reyes, donde Cristina y Miguel, quienes al verme llegar de sorpresa, me brindaron un pastel de la famosa Carmen Lopez,  el cansancio se reflejaba en mi cara y me propusieron que me recostara un rato, en una de sus confortables habitaciones, quedé profundo de inmediato , me despertó el frío, resulta que estaba en mi cama, en Italia; sin poder creer el sueño tan real que había tenido, evidencia clara de mi ausencia sentimental por el Festival. 

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