Mirar por la rendija (Parte 1)

Nos gusta mirar por la rendija, no nos importa si se nos califica de voyeristas si lo hacemos. En los cerramientos de algunas construcciones dejan agujeros por donde podemos satisfacer nuestra curiosidad. ¿Qué esperamos ver? Tal vez algo que nos sorprenda y nos saque de la realidad como ocurre con “Étant donnés” o “La cascada” de Duchamp en la que solo se puede ver a través de dos pequeños agujeros hechos a una vieja puerta que hace parte de esta obra con la que, como salida de un sueño surrealista, el creador de “La fuente” volvía a escandalizar. A esta, su última obra, le dedicó veinte años y fue exhibida en el Museo De Arte de Filadelfia, un año después de su muerte tal y como él mismo lo determinó. No voy a hacer una descripción de lo que se ve, quienes la conocen saben muy bien de qué se trata y los que no pueden llevarse una sorpresa que no voy a arruinarles.

(Para la proyección de “Psico” Hitchkock estableció unas reglas, no dejar entrar ningún espectador ya comenzada la función y que quienes la viesen no contaran el desarrollo de la sorpresiva trama). 

Por su parte, “La Bachué” de Rozo pareciera estar guardando un secreto que tal vez podamos develar si miramos a través de una rendija que está ahí pero todavía muy cerrada. En busca de abrirla un poco me he estado preguntando si la rotura de la obra fue realmente accidental y una nueva teoría se me apareció en el horizonte, muy cercana a las conspirativas, que es por la que me inclino porque pone el énfasis en el carácter misterioso del asunto que compagina muy bien con mi punto de vista que es el de un artista que juega a ser arqueólogo cuando su imaginación es iluminada por destellos de una luz distinta a la que le da contornos y sombras a lo correctamente histórico, es decir lo correctamente político.

Mi reciente obsesión es la de descubrir como una obra, con claros orígenes masónicos, fue infiltrada en una Sevilla monárquica y posteriormente franquista. Qué una piedra tallada en París por un joven y desconocido escultor venido de la Colombia rural de la época, se le dedicara un edificio construido por un arquitecto, tan joven como el nobel artista pero sevillano, quien permitió que se interviniera su obra “historicista”, según los expertos, por un remedo de templo de Salomón con figuras en yeso realizadas por el mismo Rozo de “La Bachué”, es algo que se sale de lo normal. 

Dicho edificio fue construido expresamente para servir de Pabellón de Colombia en la tan anunciada y pretenciosa Feria Iberoamericana que se inauguró en mayo de 1929 y estuvo hasta junio de 1930, luego de veinte años de preparativos. Con ella se quiso fortalecer la hermandad entre España no solo con Hispanoamérica sino también con Portugal, Brasil y hasta los Estados Unidos.

Para atar cabos y darle mayor bombo al asunto invito a entrar en escena a Jakim Boor a quien, inexplicablemente, se le ha tenido por fuera de la ecuación. Veamos que si “todo obedece a una conspiración masónica izquierdista en la clase política en contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo social, que si a nosotros nos honra, a ellos les envilece”, según decía en un artículo aparecido en un periodico de la España de los años cuarenta que había sufrido los horrores de una cruda guerra civil, la cosa es para echarle una mirada.

El 14 de diciembre de 1946, con la siguiente afirmación Jakim Boor iniciaba una serie de artículos que fueron recopilados en “Masonería”, libro publicado en 1952: “Todo el secreto de las campañas desencadenadas contra España descansa en estas dos palabras: “masonería y comunismo”. Antagónicas entre sí, pues ambas luchan por el dominio universal, la segunda le va ganando la partida a la primera, como en la Organización de las Naciones Unidas se viene demostrando. El hecho no puede ser más natural. Así como la masonería mueve las minorías políticas sectarias, el comunismo, más ambicioso, se apoya en una política de masas explotando hábilmente los anhelos de justicia social.”

Lo que hace de esto algo francamente curioso, por decir lo menos, es que Jakim Boor fue el pseudónimo con el que Francisco Franco firmaba sus artículos sobre masonería que fueron publicados en el periodico “Arriba” durante diez años. Lo que sigue es atar los cabos sueltos.

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