No existe un mejor escenario para observar y evaluar el comportamiento del ser humano que las salas de recepción donde el paciente permanece antes de pasar a cirugía. Todos los enfermos y sus acompañantes llegan con un grado menor o mayor de incertidumbre y sus familiares con ansiedad. La pregunta se repite: ¿Cuál será el resultado de la cirugía? La contingencia del factor humano y lo vulnerable que es nuestra salud. Como momento de verdad es la entrega del paciente que hace el familiar: Doctor, confió en Usted (sabe que puede perder el lenguaje). Doctor quítele el dolor. Confió en usted (el sufrimiento del hijo es mayor que el que refiere la madre). Estos son los gestos de fe, de creencia, de optimismo ante la angustia. Es la certeza que esta el paciente en buenas manos como cuando viajamos en avión y confiamos en el piloto que no conocemos pero que avala la aerolínea de nuestra elección. Así, el apretón de manos aleja el miedo.
La confianza está y se genera en el cerebro. La responsable de su producción es un potente neurotransmisor: la oxitocina. Es la molécula del cariño, del apego y tranquilidad. La confianza nos reconforta y nos permite, en la mayoría de las veces, anticipar los resultados. Hay dos sitios anatómicos en el cerebro responsables de la confianza: la corteza prefrontal medial (arriba de las cejas) donde se toman las decisiones y evaluamos lo que está pensando el otro. La otra región, más primitiva, el estriado ventral. Es un núcleo con “sobrepeso” donde se procesa el sistema de recompensa y las emociones positivas.
La oxitocina como hormona es la sustancia del afecto. Se secreta en el hipotálamo cuando estamos cerca a las personas que queremos: la esposa, nuestros padres e hijos. Es la responsable del afecto entre madre e hijo, igualmente su producción aumenta durante la lactancia. La oxitocina nos permite mirar a los ojos y es la llave de la interacción social. Nos da calma y estabilidad en la última fase del amor. Una pareja al celebrar sus 50 años de matrimonio, dibujan un gran anillo de oxitocina que sella los vínculos.
Cuando un país esta atolondrado, confundido y se siente sin rumbo aparece la desconfianza. Esta también se encuentra en el cerebro, pero en las regiones más profundas al lado del miedo extremo. Mucho más primitiva, la alimenta la mentira y la cultiva el engaño. Vivimos una cultura de la desconfianza, ya no creemos en nuestras instituciones, esas que en otras horas fueron emblemáticas ya no existen. Viven sin sentirlas, generan emociones negativas, estrés y prevención en los ciudadanos. Y para coronar, el reciente papel de la Registraduría Nacional en las últimas elecciones. No sabemos a quién creer. La desconfianza es el muro que impide la conexión social de los proyectos colectivos.
La desconfianza en un proceso bioquímico que se origina en el cerebro ante una situación de amenaza o de miedo. Se producen dos mensajeros ante la hostilidad: el cortisol y otras catecolaminas. Preparan al individuo para atacar y aumentan todos los mecanismos de la guerra: estamos listos para la confrontación. Un país se fragmenta y polariza, no se escucha y se pierde la opción del dialogo. El interlocutor es un enemigo y hay que destrozarlo aun con trampas. En lo individual, el entorno convierte al ciudadano en resentido, actúa motivado por rabia bajo el lema del desquite corrosivo y destructivo. Esto lo conocimos hace unos meses
Diptongo: si todavía existe decoro el Señor Registrador, impulsor de la desconfianza, debe renunciar.