“¡Arre, Plata, adelante!”. Así se despedía galopando, -antes que el sol hiciera siesta- el Llanero Solitario y su leal acompañante Toro. Habían concluido una hazaña: rescatar una víctima, atrapar un forajido, desenmascarar una peligrosa banda. Todo un ídolo sin identificación y que dejó en nosotros imágenes de la infancia que no hemos borrado. ¡Era nuestro héroe!
Hasta cuando esta persecución y reclusión del coronavirus SARS-CoV2 tendrá éxito. No será pronto y esto hay que tenerlo claro. Dos hechos serán necesarios: la masificación de las pruebas para detectar los portadores asintomáticos. El segundo: la aparición de la esquiva y anhelada vacuna que estimulara nuestro sistema inmunológico y la producción de anticuerpos. Camino largo: producción, ensayos clínicos, no toxicidad etc.
Esta pandemia del COVID-19 nos ha golpeado a todos. Cumpliendo con su deber hay 150 muertos que pertenecían al personal sanitario. Médicos, enfermeras, auxiliares y todo ese grupo de soporte que arriesga su vida para atender a los pacientes. Son ciudadanos anónimos que no conocemos y que solo su familia e hijos extrañaran. Otros contaron con más suerte y resultaron ser mejores guerreros inmunológicos: sobrevivieron. Solo en España se calcula que el 12% de los contagiados pertenecen al grupo de salud.
¿Cumplir el Juramento Hipocrático es ser héroe? Jurar por Apolo, ese Dios de la mitología griega de la salud, del arte, de la verdad. Pero también, de las enfermedades y de la plaga. Atender un paciente es cumplir con nuestro deber y enriquecernos del enfermo como esa persona que nos necesita, sufre, y transmite las enseñanzas de la vida. Su contingencia, sus valores, pero también su fragilidad. Seguir los mandatos de nuestro trabajo, ¿es ser héroe? No, es nuestra vocación. La que nos inspira, habla desde nuestro interior y nos empuja a servir. Esa llama que nos ilumina, que elegimos libremente, nos moldea y realiza como seres humanos.
Mártir es el joven cadete Fernando Iriarte, de San Bernardo del Viento, una víctima más de la esquizofrénica violencia, fallecido en el atentado de la escuela de policía General Santander perpetrado por la demencial guerrilla. Como nuestros adolescentes del campo: simples. Su sueño: ser jugador de voleibol. Muertos por sus ideales: Galán, Lara y todos esos colombianos que han sacrificado sus vidas defendiéndonos del exponencial corona-tráfico.
El personal sanitario de la fuerza laboral de salud está conformado por seres humanos. Con fortaleza y debilidades, incertidumbres y convicciones, fragilidad y durezas. De carne y hueso, con temor a enfermarse y diluirse como muchos anónimos. Solo el recuerdo triste en sus familiares que los evoca, extraña y necesita. La vida no tiene precio y este universal ético aplica para todos.
Debemos añadir a los aplausos, las palabras y las felicitaciones, los elementos de protección personal y de bioseguridad. Negociemos: los aplausos por las máscaras y tapabocas. Las palabras por los vestidos. Las felicitaciones por la tranquilidad que da un salario que alcance, oportuno, justo, y que no sea vendible en razón del apuro.
No queremos privilegios, no en estas circunstancias y mucho menos en este país. Seria inequitativo. Solo queremos las herramientas mínimas para nuestro trabajo. Tampoco halagos. Los aplausos y las felicitaciones son para todos los colombianos, que por vez primera se comportaron como un solo país.