Históricamente las regiones más remotas del país han sido abandonadas por el estado. En estos territorios ha reinado la pobreza extrema, producto de contar con nefastos sistemas educativos y de salud, poca infraestructura y ausencia de la fuerza pública entre otros. Pero esta situación siempre resultó ajena para los funcionarios de alto nivel, cómodamente sentados en sus escritorios en la capital del país, y solo se convirtió en un problema que llamó la atención de la opinión pública en el momento que las principales ciudades fueron afectadas.
El abandono del estado vuelve a estar de moda, y las protagonistas ahora son las ciudades que no conversan con la idea de cambio del gobierno nacional. Por una parte, los intereses políticos del Gobierno Nacional resultaron en que Barranquilla fuera retirada como sede de los juegos Panamericanos. A “la casa” de la oposición (Antioquia), no le fueron destinados la totalidad de los recursos para la construcción de vías 4G, sumado a que, como parte de una aparente venganza política, le fue suspendida la delegación minera.
Bogotá no es ajena al conflicto político que atraviesa el país, el freno de mano impuesto por el Gobierno Nacional a la capital resultará en un estancamiento irreversible para su desarrollo. En menos de año y medio, el Gobierno Nacional ha logrado sabotear o incidir en la construcción del RegioTram de Occidente, la Autopista Norte y la ALO, sin contar con que, por poco, y por caprichos del presidente, se estanca la construcción del Metro.
La centralización, que ha predominado en el sistema político y administrativo colombiano, ha impedido a los municipios y departamentos contar con autonomía para administrar sus recursos públicos y construir las soluciones necesarias para su progreso. Esto ha llevado a que los mandatarios regionales tengan que dirigir gran parte de sus esfuerzos en hacer un cabildeo político que les asegure los recursos necesarios para sacar adelante los proyectos de sus regiones. El desarrollo de las regiones está quedando sujeto a la cercanía y afinidad política que tengan los alcaldes y gobernadores con el presidente del País.
La realidad política que vivimos hoy en día, sumado al olvido en el que se encuentran las regiones del país, ponen sobre la mesa la necesidad de replantear este modelo centralista. El avance en la descentralización del estado no ha resultado suficiente para permitir esta autonomía. Surge entonces la necesidad de una mayor autonomía territorial que podría configurarse en un nuevo estado federal.
El federalismo resuelve la insatisfacción de las regiones con las decisiones tomadas desde el Gobierno Nacional que limitan su crecimiento. Por otra parte, limita la acumulación de poderes que tiene el nivel central del estado y faculta a las administraciones locales para asumir autonomía, competencias y recursos. Esta mayor autonomía de poder permitiría un desarrollo real y equitativo en todos los rincones del país.
Desde hace años, voces como Juan Manuel Galán vienen abogando por un país descentralizado y de regiones. Cada día se suman voces adicionales y los problemas que trae la centralización se visibilizan cada vez más dentro de la agenda pública. Es el momento de actuar y entregarle a las regiones la batuta de su progreso.