No es oro todo lo que reluce

Dicen los expertos en numismática que la primera moneda de que se tiene conocimiento la mandó a acuñar Alejandro Magno con su efigie. Iván Duque, igual que el gran macedonio, ha sentido la necesidad de celebrar su Gobierno con una emisión de monedas bañadas en oro. Al principio se dijo que eran de oro, cosa que levantó una cierta polvareda en estos tiempos de austeridad que vivimos. 

Pero un funcionario del Palacio de Nariño, se apresuró a aclararnos que se trataba más bien de unas chapas de bronce bañadas en oro cuyo valor real no supera los 29.000 pesos. La gente sintió un gran alivio al conocer la aclaración; yo, en el caso de los agraciados con semejante regalo, no estaría tan tranquilo: el bronce es una aleación de cobre y estaño, el cobre también está muy caro, y en Colombia lo matan a uno por robarle cualquier cosa. En mi vecindario, por ejemplo, se acabaron los teléfonos fijos porque se robaron todos los cables de cobre.

Cuentan los historiadores que el gran Alejandro Magno aparecía en aquella primera moneda conocida, idealizado en la figura de Heracles, tocado con la piel del león de Nemea aunque sin barba. Más adelante, acuñó en Egipto otra emisión, donde ya no se identifica con Heracles como hijo del propio Zeus, sino llevando en la cabeza los cuernos de Amón.

Con estos datos estuve especulando un buen rato sobre cuál sería la figura escogida por Duque para el anverso de sus monedas. ¿Aparecería con la camiseta de la selección Colombia? ¿Con carriel? ¿En la pantalla de un televisor Samsung? ¿Con chamarra de policía? ¿Con un hacha en la mano, por aquello de hacer trizas los Acuerdos de Paz? ¿En una tarima con el Presidente Eterno? Mi decepción fue grande al saber que solo aparecería su firma en las tales monedas.

Pero no se crean, la firma dice mucho de las personas, de modo que los grafólogos ahí tienen trabajo. A lo mejor encuentran en la rúbrica del mandatario los indicios que ya apuntaban en la niñez cuando, según el testimonio de doña Juliana, jugaba a ser presidente del país. Uno se lo imagina en el patio de su casa reprendiendo a un muñeco ministro por haber desviado fondos públicos a un paraíso fiscal y haberse comprado un apartamento en Miami.

De todas formas, aunque las monedas de Duque resulten un poco chimbas, no dejan de reflejar la personalidad del presidente. Los regalos casi siempre hablan del carácter de quien los dona. Piensen ustedes que por algo se dice que hay regalos envenenados, y hay dádivas que incluso pueden ser motivo de serios conflictos.

Recuerdo que en los años 60 las relaciones entre Colombia y España estuvieron al borde del peligro porque el recién nombrado embajador en Madrid, Guillermo León Valencia, no quería presentar cartas credenciales a Franco, empeñado como estaba en regalarle antes un caballo al Caudillo, y nada que llegaba el animalito en aquellos tiempos en que todo viajaba en barco.

Y Tirofijo --esto me lo contó un diplomático europeo, cuando las conversaciones del Caguán-- mandó a quemar todos los regalos que les habían dado en Europa a los miembros de las Farc, que viajaron a que el ex juez Baltasar Garzón les aconsejara que lucharan por conseguir el estatus de beligerancia. Tan querido y apreciado que es su ex señoría en Colombia, y tan agradecidos que debemos estarle todos por aquí. Marulanda pensaba que en aquellos obsequios podía esconderse un chip que desvelase la ubicación de la cúpula guerrillera. Y razón no le faltaba.

Pero volviendo a las monedas de oro chimbas de Duque, creo que un psicoanalista le sacaría partido a ese regalo: brillo externo y ninguna sustancia. Desconozco que se regalaba en el Gobierno de Uribe. Supongo que una mulera de arriero a los señores y una balaca a las damas; no lo sé, es mera especulación mía. Juan Manuel Santos regalaba un tarro de almendras, eso sí lo supimos porque se montó un gran escándalo, y hasta creo que se escribió un libro sobre el asunto.

Según la BBC, Barak Obama comía a diario siete almendras; no pasaba de ese número porque comerlas en exceso entraña serio riesgo para la salud. Veintitrés almendras enteras contienen ciento sesenta calorías, además de suponer una amenaza para los alérgicos a los frutos secos. De donde se deduce que un tarro de almendras puede ser mortal de necesidad. Sin contar con que hay que tener buenos dientes, porque la factura del odontólogo también te puede matar. ¡Ah!, y son frutos que causan estreñimiento.

Así que no me extraña que el uribismo haya montado aquel alboroto cuando su periodismo de investigación supo que Santos pensaba acabar con la gente a base de astricción y colesterol. Bien, pues, por Duque y sus monedas falsas, son más apropiadas para un final de mandato tan deslucido. 

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