La construcción de un liderazgo comienza por tener cimientos sólidos cuya materia es la ciudadanía, aquella que, por convicción, se suma al llamado de un político —o antipolítico, como es el caso al que voy a referirme— a una causa común en bien del conjunto de la sociedad y especialmente del individuo. Cuando se actúa como masa, y se percibe a los otros de igual manera, surgen apasionamientos y no convicciones nacidas de la reflexión de cada cual como ser libre. Ver a las multitudes ondeando la bandera azul y blanca de Argentina, en esta ocasión no para apoyar con fanatismo a su selección, sino llena del fervor por un político que no es como los otros, un loquito de esos que ojalá hubiera más, en el momento de su posesión a su cargo como presidente de un país destrozado por la ambición grosera de populistas que se lo tomaron durante años, décadas y, como lo dice el mismo Milei, un siglo entero. Vale la pena recordar que Argentina fue uno de los países más ricos del mundo, tal vez el primero, que por obra y desgracia de los políticos lo llevaron a la ruina, con una pobreza que avanzaba peligrosamente a porcentajes que la habrían llevado a ocupar el primer lugar entre los países más miserables del globo terráqueo.
No solamente los argentinos vibraban de emoción con ese acto que supone el nuevo rumbo que anhelaban y que ahora parece convertido en una realidad, sino también los latinoamericanos cuyos países han sido golpeados por esos mismos populistas destructores de todo, hasta de la dignidad humana. Considero que también habrá quien sienta el mismo optimismo en las lejanas Europa, África, Asia y hasta en los Estados Unidos, viéndolo como un experimento aplicable en sus continentes en una era global en donde lo que ocurre al sur puede afectar al norte.
Una decepción sería fatal y es algo que Milei tiene claro. No pude dejar de recordar el muy decepcionante discurso de posesión de Iván Duque en quien yo, como una mayoría de los colombianos, habíamos sembrado las esperanzas luego del abominable personaje que tanto daño le hiciese al país durante dos periodos de gobierno espurio. Lo que fue un desagradable sentimiento se convirtió en amarga realidad cuando el mismo Duque le colocó la banda presidencial al peor presidente, no solo de Colombia, sino del mundo entero, quien está empeñado en destruir, destruir y destruir porque nada más cabe en su mente psicópata.
Como no hay peor cuña que la del mismo palo, hay quienes, inflados de arrogancia, se han dedicado a pronosticar el fracaso de Milei. Un periodista argentino de nombre Nicolás Morás quien se pretende libertario hasta la médula, no pierde ocasión para denigrar de su compatriota libertario quien lo es no solo de cháchara, como el susodicho Morás, sino de actos. Otro, en la misma línea, lo es César Vidal, quien, pretendiéndose poseedor de la verdad inflado de erudición, también se ha puesto del lado de los críticos que no esperaron ni siquiera a escuchar el discurso de posesión para arremeter con sus críticas. Hay que tener en cuenta que esos dos personajes mediáticos coinciden en atacar a Israel bajo cualquier circunstancia. Cosa curiosa, ataques tan fuertes no han llegado de parte del populismo de izquierda ni de derecha que, pareciera, han quedado mudos ante el fenómeno Milei.
Vale la pena poner el ojo avizor para que no se vaya a colar ningún falso epígono mileiano como los falsos bukelianos que ya pululan por acá con ansias de poder. Esto no significa que no se produzca un verdadero movimiento libertario en la región, y especialmente en Colombia, como reacción a un estado de cosas intolerable como el que estamos sufriendo. Ya se vino la hora en que la oposición deje su tibieza y arremeta con fuerza contra el corrupto gobierno del mequetrefe, siguiendo el ejemplo de Milei de manera activa y no solo a punta de puro bla, bla, bla.
