Nostalgia de la cuarentena. ¿“Nostalgia”?

Sí, sí: habrá quienes se sorprendan de que alguien eche de menos la cuarentena. Pero muchos no nos extrañamos de ello al haber tenido, durante ese largo período (estuve seis meses encerrado al 90 por ciento), no pocas oportunidades de pensar, sentir, vislumbrar, ver, creer, descubrir, reafirmar, evocar, suponer mil cosas, significativas unas, o inanes otras. Cada Newton con su manzana (en la época de ese genio maravilloso, muchos otros talentos pensarían que las manzanas solo servían para ponerlas a disposición de la “cámara dental”). 

Para sentir nostalgia es necesario tener al menos recuerdos que no recordabas, emociones que dejaste atrás, pálpitos sepultados. Alegrías extraviadas en un presente complejo. Lágrimas de risa y dolor, ausencias disueltas en dudas no satisfechas, ecos que arribaron a tus oídos dormidos. Un tiempo que deseamos fuera eterno, pero nos sobrepasó al espabilar.  

Es que ‘nostalgia’ viene del griego nóstos ‘regreso a casa’ y -algía ‘dolor’, algo así como “pesar de no estar con lo de uno”, con las personas y circunstancias que te dieron alegría, placer, tranquilidad, luz, y que ahora retrotraes con un grado tenue o intenso de tristeza y deseo de volver a tenerlas. Pero vamos al grano: ¿nostalgia de la cuarentena? Sí, sí: 

Del guiño detenido en un rincón del alma. 

De las fragancias dispersas. 

Del ruido de tus páginas. 

De las evocaciones mutando con las horas.

De los sabores de ayer en paladares de hoy. 

 

Del “¡hola!” mudo desde más allá del bambú. 

De tus manos tras la luz en la penumbra. 

De aquellos pensamientos que golpeaban tu ventana.

Del silencio que te abría los ojos. 

De tus afanes sin prisas. 

Sí, sí: nostalgia por el fisgoneo de los búhos. 

Del libro que caía de tus manos a la tarde. 

De los boleros que enmudecían tus preguntas. 

De las noches que volvían como alondras encantadas. 

De tus sueños sin cobranzas. 

De las horas robadas al pasado. 

 

Del tic tac que te hablaba sin descanso. 

De los juegos encanecidos de tu infancia. 

De los abrazos intensos y festivos. 

De los hervores sazonando querencias. 

Del tomillo y la hierbabuena, el romero y la albahaca. 

De las mariposas ya amarillas, ya rosadas. 

Del fisgoneo de los búhos. 

Del desorden autorizado y consentido. 

De esas voces que anidaban en tu lengua. 

De encarar el aba al comienzo del ocaso. 

 

De leer y releer, escribir y reescribir. 

De contestar sin pensar. 

Del cariño con chispas de eternidad. 

De los saberes recobrados. 

De andar y desandar, hacer y deshacer. 

 

Del balcón de tu selfie. 

De tus sonrisas a deshoras. 

De las sorpresas vagantes.

De la ternura sin pliegues de Camelia.

De verte, verme, vernos. 

 

Sí, sí, “tonterías”, pero deliciosas. Aunque no entren al ciento en la jerarquía que decretara el escritor alemán Joachim Fest: “El ser humano no sale adelante sin una nostalgia por algo completamente distinto, algo grandioso, incuestionable”.

INFLEXIÓN. ¿Será que la nostalgia es la alegría a cero grados?

Por: Ignacio Arizmendi Posada

26/09/20

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