Helmuhd Luvin Moreno Guevara

Comunicador Social - Periodista, MBA y Especialista en Alta Gerencia, con más de 20 años de experiencia en comunicación digital, marketing y periodismo. Docente universitario, apasionado por la inteligencia artificial, las redes sociales y la innovación tecnológica.

Helmuhd Luvin Moreno Guevara

Oferta laboral: se busca artista, no se requiere experiencia musical pero sí historial comprobable de viralización

Hace ya varios años que el modelo de negocio de la música mutó de forma irreversible, impulsado por la democratización de las tecnologías digitales. Hoy, para muchos, el verdadero motor económico no reside en que los artistas vendan canciones, sino en su capacidad de convocar multitudes y llenar por completo los escenarios donde se presentan. Esa transformación ha trazado una frontera cada vez más nítida entre ser músico y ser artista, una diferencia que, aunque parece sutil, redefine la manera en que entendemos la cultura musical contemporánea.

Durante décadas, la identidad de un músico estaba intrínsecamente ligada a su instrumento, a la maestría en la composición y a un talento interpretativo cultivado con los años. Un músico vivía, con mayor o menor éxito, de la venta de discos, partituras o derechos de autor. Hoy, en cambio, los ingresos principales provienen de giras, festivales y la creación de "experiencias" en vivo. Esto ha desplazado el centro de gravedad del producto sonoro hacia el espectáculo total.

En este nuevo escenario, el "artista" no es necesariamente un músico en el sentido estricto. Es un intérprete, un performer, y sobre todo, un estratega de su propia marca capaz de movilizar comunidades. Su fortaleza radica en una puesta en escena impactante, en la narrativa que construye en redes sociales y en el carisma que proyecta. El músico, en cambio, sigue siendo aquel que domina un lenguaje sonoro, quien crea y ejecuta con técnica y oficio, aunque eso ya no le garantice un lugar bajo los reflectores de la popularidad masiva.

Del monopolio de la radio al reinado del algoritmo

Antes, la radio y los sellos discográficos actuaban como los grandes filtros, si una canción sonaba en el dial, existía. Su poder curatorial marcaba el rumbo de la industria. Hoy, plataformas como Spotify, Apple Music o TikTok han pulverizado ese modelo. El algoritmo es el nuevo curador, un ente impersonal que premia lo que es funcional a su ecosistema. Como resultado, se puede ser viral sin ser virtuoso, famoso sin ser un músico de formación, y exitoso sin la necesidad de concebir un álbum completo como obra coherente.

Esto explica por qué tantos jóvenes aspiran más a ser "artistas" que "músicos". El público contemporáneo, entrenado en el consumo rápido, espera espectáculo, una presencia digital constante y una conexión visual y emocional inmediata. La música, en muchos casos, se convierte en un vehículo más dentro de una propuesta estética y comercial mucho más amplia y compleja.

La balanza de la era digital

 ¿Qué se Pierde y Qué se Gana?

En el actual paradigma, moldeado por la economía de la atención, se produce una profunda reconfiguración de valores. Por un lado, se sacrifica la profundidad artística en el altar del alcance inmediato. La lógica de un reel de 30 segundos premia el "gancho" instantáneo y la repetición, dejando poco espacio para la experimentación, el desarrollo armónico complejo o el virtuosismo instrumental. La canción deja de ser una narrativa para convertirse en un fragmento optimizado para el consumo fugaz. Como consecuencia, el concepto de una carrera de largo aliento se erosiona. El sistema actual no siempre fomenta el desarrollo sostenido de artistas, sino la creación de contenidos virales. La fama es más accesible, pero también más volátil.

Sin embargo, esta misma dinámica ha democratizado la industria de una manera sin precedentes. Como contrapartida a la pérdida de profundidad, se gana una diversidad arrolladora. Las barreras impuestas por sellos y radios se han derrumbado. Hoy, un productor de dormitorio tiene acceso a la misma distribución global que una superestrella. Esto ha provocado una explosión de voces, géneros y fusiones que jamás habrían encontrado espacio en la monolítica industria tradicional. Además, ha surgido un nuevo poder, la relación directa entre el creador y su audiencia. Plataformas como Patreon o Bandcamp permiten a los músicos financiarse directamente de sus seguidores, creando nichos sólidos y leales que operan al margen de las tendencias virales.

Vivimos, en definitiva, en una era de intercambios constantes, sacrificamos la paciencia por la inmediatez, la maestría técnica por el impacto emocional y la carrera sostenida por la oportunidad viral. El resultado es un panorama sonoro más amplio y accesible que nunca, pero simultáneamente más fragmentado y, en muchos casos, más superficial. El desafío, tanto para creadores como para oyentes, es aprender a navegar esta abundancia, buscando la profundidad en un océano de estímulos efímeros.

 

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Helmuhd Luvin Moreno Guevara
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