El 7 de agosto hubo media Colombia frotándose las manos, felices por el “cambio” y preparándose para “vivir sabroso”. La otra media sumida en el pánico, la desesperanza o la rabia, pensando quizás que así comenzó Venezuela.
Serenidad y cabeza fría parecería lo más aconsejable. Todos los colombianos, petristas y no, queremos y necesitamos que al nuevo presidente le vaya bien.
Comienza una nueva era de la política, la izquierda que por más de 70 años acudió a todas las formas de lucha ya está en el poder. Ahora, la pregunta es: ¿y el poder para qué?
Resaltaría tres temas del programa de gobierno del presidente Petro: paz total, lucha contra la corrupción y lucha contra la pobreza. Como titulares nadie podría oponerse, pero ¿cómo lograrlos?
¿Qué implicará la paz total? ¿Amnistía, perdón y olvido, otras cortes tipo JEP para el ELN, clan del Golfo, Nueva Marquetalia y demás grupos del crimen organizado?
¿Y la lucha contra la corrupción? ¿Insistir en la agenda pueril con la que Claudia López se apropió del tema y se hizo elegir alcaldesa o meterse en serio con las arterias rotas, en especial el clientelismo, o el gasto en salud, educación e infraestructura? ¿Lucha total y sin distingos, como lo anunció el presidente, o será selectiva?
Y la lucha contra la pobreza ¿será repartiendo subsidios y dádivas al estilo peronista que arruinó a la Argentina o a través de una sana política redistributiva de la riqueza? ¿Será atacando la propiedad y la iniciativa privada?
Así podríamos seguir haciéndonos otras preguntas: ¿la lucha contra las drogas será seguir la vía de Santos que desactivó la política anti narcotráfico y sus herramientas, y nos llevó a más de 200 mil hectáreas de coca y a las mafias a una bonanza que es raíz y explicación de todas las violencias que nos afectan? Cómo será eso de la legalización: ¿Colombia territorio libre para el narcotráfico?
¿El cambio de naturaleza de la Fuerzas Militares y de la Policía está ligado a eso? ¿No perseguirán más cultivos, ni laboratorios ni embarques de droga y pasarán a ser empresas de ingeniería, para construir carreteras y puentes en especial en los territorios PDET que concentran lo fino del narcotráfico? ¿Dejarán de lado su obligación constitucional de proteger vida y bienes de los ciudadanos? ¿Profundizarán la tarea también iniciada por Santos de desarticular la inteligencia militar? La policía mejor entrenada del continente para luchar contra las mafias ¿pasará a ser civil, desarmada y convertida románticamente en el guardián de la cuadra, con pito y bolillo?
¿Y cuál será el concepto de tierras no debidamente explotadas: ¿las sembradas en palma, caña de azúcar o las de ganadería? ¿Qué harán con los latifundios de las Farc, de los narcos y de los depredadores de la Amazonía?
¿Cuál será el límite entre la minería ancestral, la minería ilegal y la minería criminal? ¿Seguirá funcionando en esta materia, el intercambio con el ELN y las disidencias de las Farc con Maduro y su gente en Venezuela?
Siempre al inicio de un gobierno se pide un compás de espera y es de los demócratas otorgarlo. Hoy aparece el cordero manso, esperamos no ver la oveja arisca y menos el lobo feroz que se comió a la abuelita.
Los colombianos queremos un cambio, pero con respeto a los valores, a la constitución, a la ley y en democracia.
La vida continúa y el presidente Petro, que tanto sabe de tauromaquia, por fin entenderá lo distinto que es lidiar al toro en el ruedo a estar cómodamente en la barrera insultando al torero y creándole obstáculos a su labor.
¡Los colombianos -en especial los que no votamos por usted- nos declaramos en alerta para defender la democracia y la legalidad, en forma permanente!
Señor presidente, utilizando la celebérrima frase de José Alfredo Jiménez: “ojalá que les vaya bonito”