De triste recordación fue lo acontecido luego del triunfo en el plebiscito del NO del que esperábamos una verdadera transformación, la de pasar de un escenario desastroso de entrega al país a sus peores enemigos, a otro en el que se diera por superada la horrible noche que oscurecía nuestro horizonte junto a la caída del canalla de Santos quien en su arrogancia ofreció su cabeza si perdía el Sí. ¿Qué pasó? Que los políticos y politiqueros se hicieron dueños de lo que poca o ninguna propiedad podían reclamar, el voto ciudadano que es la voz del pueblo soberano, verdadero vencedor cuando una mayoría se hizo consciente del inmenso daño y del riesgo tan grande para la institucionalidad que significaba darle apoyo a un acuerdo que traería consigo un desastre del que venimos sufriendo las consecuencias, agravadas hoy con la reciente toma del poder, con sabor a fraude, perpetrada por alguien que representa todo lo malo de la política y de las acciones de aquellos que han sembrado el terror, durante décadas, en los campos y ciudades por todo el país.
Con sobrada razón hemos mirado a nuestra vecina Venezuela y con poca inteligencia nos hemos puesto por encima de nuestros hermanos venezolanos alegando que somos diferentes. Está ante nuestros ojos que nos han dado una sobredosis en una sola toma de lo que ha venido recibiendo el vecino pueblo desde hace dos décadas. Porque acá las cosas se han venido precipitando y lo que le tomó al chavismo años a los petristas tan solo días. Lo paradójico es que cuando se anunciaba el desastre no temíamos imaginar los peores escenarios, como si con eso los exorcisaramos, y cuando ya nos pega de frente volteamos la mirada, entrecerramos los ojos y nos resistimos a ver lo que ya es una realidad y no “el coco” imaginario del que tanto hablaron los políticos, los mismos a los que les habíamos confiado el poder para que evitaran que el país cayera tan bajo y ellos, por complacencia, cobardía y hasta por complicidad, se abstuvieron de actuar como les correspondía dejando que la avalancha se nos viniera encima.
Hoy creen ellos que con mensajes, trinos, microvideos y cuanto medio se les presente, encuentros, conferencias y otros por el estilo, podrán dar un parte de tranquilidad diciendo que desde el Congreso, en el que por su ineptitud quedaron reducidos al mínimo, van a defendernos. No lo hicieron como partido de gobierno ahora menos siendo una escuálida oposición condescendiente cuya única arma es el blablabla. En Venezuela se vio como los políticos de oposición frenaron cualquier resistencia ciudadana haciendo creer que en ellos estaba la fuerza para enfrentar a la tiranía convirtiéndose en realidad en el dique poroso que no contuvo la avalancha. En Colombia lo que no hicieron durante cuatro años en el gobierno no lo van a hacer ahora cuando no tienen ningún poder.
Lo que nos queda es la resistencia como única arma. Una resistencia que se ejerza en cada acto de nuestras existencias desde cada posición en la que nos encontremos, ya sea como padres, hijos, educadores, obreros, profesionales o artistas, asumiendolo como una responsabilidad individual y, también, como comunidad en cualquier ámbito en el que interactuemos con nuestros familiares, amigos y colegas. Lo que podría resultar de ello es una fortaleza colectiva que pueda oponerse a la de un estado opresor que considera que vamos a ser sus esclavos, sus títeres, sus súbditos.
Valdría la pena ensayar, al despertar, dedicarle unos minutos a reflexionar e imaginar la manera como, durante el día que comienza hasta la noche, ejerceremos y manifestaremos nuestra resistencia. Es un acto creativo cuyos resultados palpables se irán materializando poco a poco. Que el gobierno entienda que no tiene Patente de Corso para hacer lo que le venga en gana, sino que tiene que atender lo que nosotros, como pueblo soberano, estamos dispuestos a aceptar y hasta apoyar si lo que se propone sirve a nuestros intereses. La libertad no se negocia y tan solo con la resistencia podemos hacer que sobreviva a pesar de las cadenas que nos tienen preparadas.
No es un partido, ni siquiera un líder el que nos sacará del atolladero. Ya hemos visto como luego de ocho años los políticos en el gobierno hicieron lo que hicieron para nuestra desgracia y en los cuatro años posteriores los políticos como gobierno no hicieron lo que debieron haber hecho. Tanto de esos nefastos ocho años, como de los cuatro que le siguieron, nos encontramos pagando las consecuencias.