Otra idiotez que nos llega de España

Empiezo a leer Volver la vista atrás, última novela de Juan Gabriel Vásquez basada en la vida de la familia de Sergio Cabrera, y lo hago con el interés y delectación que hasta hora me producen sus obras; cuando al llegar a la página 16, encuentro el siguiente párrafo: “La Filmoteca de Catalunya estaba organizando una muestra retrospectiva de sus películas”.

Si la retrospectiva de Sergio Cabrera hubiese sido en el MoMA, ¿habría escrito el novelista que ese museo está en New York? ¿Y si, por el contrario, hubiera sido en el Pabellón de Arte, habría escrito que esa institución está en Hamburg? ¿Qué tal si la cosa hubiese sido por invitación del gobierno de Österreich? ¿O que el evento hubiese tenido lugar en la Filmoteca de London?

Llamamos a esos lugares Nueva York, Hamburgo, Austria y Londres, y la grafía de toda la vida para referirnos a Cataluña es con eñe, y así seguirá siendo mientras escribamos en castellano. Y que me perdone Juan Gabriel Vásquez —por cuya obra, repito, siento gran estima— porque lo de Catalunya es una cursilería y una idiotez, si escribes en español.

Y digo que es una idiotez más porque también nos llegó de España, en tiempos del inefable Rodríguez Zapatero, el horroroso, inútil y cargante lenguaje inclusivo; exacerbado en el actual gobierno de Pedro Sánchez hasta el delirio. Su Vicepresidenta ha pretendido que se cambie la letra de la Constitución, porque no se entiende que cuando la Carta Magna dice que “Todos los españoles son iguales”, la cosa incluye también a las mujeres. 

Dirán ustedes que por qué me pongo así, por una palabra que se cuela de rondón en el texto de un autor colombiano. Pues es que el asunto tiene un gran calado, y voy a explicarles la razón: 

Cuando los españoles recuperaron la democracia, después de cuarenta años de dictadura, todas las fuerzas políticas con muy buena voluntad y bastante más ingenuidad, estuvieron de acuerdo en redactar una Constitución en la que, además de proclamar al castellano o idioma español como lengua oficial de la nación, se dio carta de oficialidad a otras lenguas habladas allí como el catalán, el vasco y el gallego, creando así un bilingüismo en aquellas regiones en donde también se hablan esos idiomas.

Y la consecuencia es que los partidos nacionalistas, particularmente en Cataluña y el País Vasco, se han dedicado a imponer el monolingüismo del catalán y del vasco respectivamente, sobre todo en la enseñanza. Este último vehículo ha sido clave en Cataluña para el proceso de independentismo del que seguramente habrán oído ustedes hablar. Algo de esto hay también en Galicia, aunque en menor medida.

Un presidente del organismo que gobierna Cataluña, por ejemplo, dice que el castellano es la lengua de las “bestias salvajes”, y al pobre seguramente no le quedó más remedio que comunicarse con su homologo vasco —otro de esa misma escuela, aunque en plan jesuítico— en ese gruñido que hablamos solamente quinientos ochenta millones de alimañas en todo el mundo. Digo “quedó”, porque ya lo echaron del cargo y habrá vuelto a su oficio de vendedor de seguros, que era lo suyo.

A estos extremos se ha llegado, como en casi todos los disparates que padecen las naciones, de la mano de políticos irresponsables y mezquinos. Tanto el partido de izquierda como el partido de derecha, han necesitado en Madrid los votos de los nacionalistas catalanes y vascos para formar gobierno o para aprobar el Presupuesto General. Y los nacionalistas, que se parecen mucho al cobrador del frac, además de poner la mano para pedir dinero, han ido abriendo poquito a poco una brecha en el idioma de todos, que los gobernantes de la nación no han querido detener.

No solo no han querido, algunos la fomentan para estar a bien con los nacionalistas. En la televisión estatal, la que se financia con el dinero de todos los españoles, ciudades como Lérida o Gerona han desaparecido definitivamente; hoy son Lleida y Girona. Como desapareció el nombre de Cataluña de buena parte prensa escrita; y ahora también, según veo, de una novela colombiana.

El nivel de idiotez con este asunto ha llevado al actual Gobierno de Madrid a aprobar una ley por la que el castellano deja de ser la lengua oficial en España, todo para mendigar unos votos de los nacionalistas con miras a la aprobación del presupuesto. Y la Real Academia y el Instituto Cervantes calladitos, no vaya a ser que les retiren las subvenciones.

Juan Gabriel Vásquez podrá decirme que escribe como le da la gana, y tiene razón. Pero si sigue incorporando a su obra el resultado del delirio lingüístico español, estará haciendo de corifeo de unos talibanes, que utilizan ese instrumento de comunicación que es el idioma como emisor de odio y confrontación entre sus compatriotas. Dejemos de copiar estas pendejadas de los españoles, que ya tenemos bastante con las nuestras.

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