Otro escudo, otra Colombia

No ha sido posible que algunos empecinados desde el Congreso cambien el escudo de Colombia. Han querido quitar a Panamá y poner a San Andrés, reemplazar el gorro frigio por el sombrero vueltiao y al cóndor por cualquier otra ave que no sea carroñera. El escudo, el que aparece en medio de la bandera en actos oficiales, ha tenido mínimas variaciones desde 1834, cuando fue creado durante la presidencia de Francisco de Paula Santander. Lo que sí está permitido ¡válgame Dios! es ultrajarlo impunemente, tanto como a la bandera o a cualquier otro símbolo patrio, desde que en 2009 la Corte Constitucional decidió que pisotearlos, quemarlos o alterarlos debe considerarse un acto de libre expresión y de legítima protesta. Las cosas no fueron siempre así, el Código Penal de 1980 disponía pena de prisión de seis meses a dos años a quien ultrajase los símbolos patrios.

Coincidiendo con la llegada del 20 de julio, en mis indagaciones sobre el lado oscuro de la Bachué de Rozo, he venido a “descubrir” lo que nunca estuvo oculto. Como sucedió con los signos masónicos que estando esculpìdos en la misma piedra a la vista de todos, nadie se percató de ellos, el inmenso escudo de Colombia, realizado en bajorrelieve en cemento por el mismo Rozo, fue el resultado de una alteración sustancial del original. Lo que ha estado ahí durante cerca de un siglo en lo que fue el Pabellón de Colombia para la tan esperada Exposición Iberoamericana de Sevilla, planeada durante dos décadas y abierta en 1928, es una versión masónica de nuestro escudo “institucionalizada” sin seguir los procedimientos legales, como anuncio de otra Colombia, la que han querido imponer desde esas épocas. Ahora están más cerca que nunca de lograr tan siniestro objetivo, como queda en evidencia cuando este 20 de julio ni siquiera desfile militar tendremos pero si actos vandálicos y ultrajes a los símbolos patrios.

En estos días me he puesto en la tarea de releer los libros de Juri Lina que dedicó a los crímenes cometidos por la masonería en sus distintas manifestaciones. Este interés ha surgido siguiéndole la pista a La Bachué de Rozo y sus orígenes masónicos. Son múltiples las coincidencias y las redes que se van armando sin dejar de causar asombro. La simbología es fundamental dentro de ese movimiento o secta que tanto daño le sigue causando a la humanidad, siendo el soporte de sus principios ideológicos. No es de extrañar que hayan construido su propia versión del escudo de Colombia con toda la majestuosidad que les caracteriza en sus ritos y en las construcciones inspiradas, nada más y nada menos, en el templo de Salomón. Una estética pretenciosa que no deja de ser un pastiche, como lo fue la esvástica para los nazis o la hoz y el martillo para la URSS. 

Hay cuatro elementos simbólicos alterados sustancialmente:

1.    El blasón original, de forma similar al suizo con sus tres puntas arriba, fue reemplazado por una forma rectangular que se asemeja a la fachada de un templo masónico.

2.    El condor ha sido alterado y sus alas al estilo decó son muy similares a las del aguila en el escudo nazi.

3.    La cabeza del cóndor se encuentra transformada en una especie de serpiente que se retuerce, difícil de descifrar.

4.    Las banderas de los lados desaparecieron para ser sustituidas por dos indias con sus largas trenzas y plumajes en la cabeza y en el vestido. Las rodillas son unos furiosos leones.

Es muy extraño que un escudo de esas características instalado en la entrada principal de una sede diplomática durante casi un siglo pase desapercibido. Es cierto que la masonería dejó de ser la de los delantales, la escuadra y el compás pero, con símbolos o sin ellos, no ha dejado de manifestar su poder en todos los momentos más críticos que ha padecido el mundo. Durante cien años Colombia ha sido un campo de experimentación para ellos. No hemos hecho nada para impedir que nos tengan de conejillos de indias. 

Como van las cosas y con gobiernos cómplices, no será de extrañar que el terrorífico escudo que preside la entrada del consulado de Colombia en Sevilla termine reemplazando el que tenemos desde Santander. 

Que un joven y tímido escultor haya sido el artífice de la Bachué y de todo el ambicioso decorado lleno de simbolismos masónicos realizados en apenas un año, deja muchos interrogantes. Ni un solo boceto dejó, ni un cuaderno de notas. ¿Fue realmente el creador o tan solo un obediente artesano?

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