Eso que tanto nos aterraba al presenciar el terrorismo de las guerrillas urbanas, románticamente mencionados como actos de sublevación o subversión llegando así a tener cabida hasta en discusiones en la academia y foros públicos, es poca cosa frente a la perversión que domina las acciones de quienes, con sus malas mañas, están generando el caos con total impunidad y hasta con la anuencia de algunos gobernantes. Ahora no se trata de acciones de ciertos terroristas a quienes, hasta hace apenas pocos años y con algo de falsedad o ingenuidad, se les catalogaba de revolucionarios o subversivos, sino las cometidas por verdaderos pervertidos y depravados que gozan con el dolor de los demás y disfrutan contemplando los desastres causados con sus actos vandálicos. No diferencia a unos de otros tan solo la ausencia de un ideal sino la total irresponsabilidad en sus actos que son consecuencia de una locura colectiva, de esa que es tan contagiosa como mortal.
Las perversiones, generalmente, van quedando restringidas al ámbito privado pero si se hacen públicas es de la manera más siniestra cuando salen a la luz los terribles actos de los que conocemos como psicópatas. En el caso que nos concierne ahora, esa psicopatía no produce hechos aislados, por el contrario es el producto de una estrategia del que tenemos terribles referentes históricos en la construcción de regímenes totalitarios comunistas y fascistas. Y eso, que se vivió como tragedia, luego como comedia y ahora como caricatura del caos va quedando en evidencia con situaciones como las que padecemos ahora en Colombia. La perversión se muestra en toda su horrible dimensión cuando no es un individuo que en su soledad maquina sus maldades sino cuando se convierte en un virus que se propaga de manera inquietante y que lleva a crear, en la imaginación de quienes son atacados por él y no cuentan con las necesarias defensas, un mundo irreal fruto de la alucinación.
El país se ha venido transformando en un manicomio en el que se hacen terapias de grupo entre el psiquiatra, en este caso el presidente, y los locos, el tal comité del paro o quien sea que se considere representante de quienes están destruyendo lo que se les atraviese en sus manifestaciones. Como es de esperarse, de esas terapias nada efectivo saldrá. Lo que sí se logra es hacer ver al gobierno como un comprensivo terapeuta muy contemporáneo y no el malvado loquero que enviaba a sus pacientes a recibir cargas de electroshock, controlado con una camisa de fuerza, si se estaba comportando irracionalmente en un espacio donde la razón brillaba por su ausencia.
En este mundo de locos manejado por locos solo se pueden esperar locuras y más locuras si no hacemos lo que nos corresponde como sociedad y como individuos responsables.
Una confesión personal: Mi decepción es muy grande, como lo es la de la mayoría - o por lo menos eso se deduce de la más reciente encuesta- de los que luchamos por llevar a Iván Duque a la presidencia, con quien nos sentimos bien representados en campaña y mal en el poder. No se nos ha tenido en cuenta y somos catalogados de insensatos y hasta de feroces enemigos cuando hacemos nuestros tímidos reclamos. En lugar de dialogar con sus contradictores, el presidente está en la obligación de convocar a los representantes de quienes, con entusiasmo, lo elegimos.