El expresidente del Perú Pedro Castillo ha sido todo un fenómeno político en Latino América, una historia con una trama digna de una novela, el tercer hijo de nueve, de una pareja de analfabetas campesinos, mezcló las labores del campo con el estudio y de maestro rural terminó como Presidente del Perú.
Sus inicios humildes, su historia de superación, un discurso en contra del establecimiento y la política tradicional de su país, sumado al poderoso uso de símbolos, como el sombrero y el lápiz, lo llevaron a derrotar a Keiko Fujimori, tres veces candidata a la Presidencia e hija del expresidente Alberto Fujimori.
La corta presidencia de Castillo parece un capitulo más del mencionado papelón, desde el inicio su Gobierno estuvo marcado por la controversia; cambió en al menos cinco oportunidades su gabinete, empleando entre todas ellas a al menos 80 ministros, el Congreso intentó destituirlo en al menos dos oportunidades, la Fiscalía abrió varias investigaciones por corrupción contra él y su familia. Tan mal estuvo su corto Gobierno, que hasta la propia izquierda que lo eligió terminó en su contra.
Por supuesto, la crisis y la novela de Castillo y el Perú no terminan ahí, el presidente Petro que, hasta hace poco, como líder opositor, en defensa tímida y solapada de la dictadura de Venezuela o Cuba exigía a gobiernos anteriores no intervenir en asuntos internos de otros países, salió como un tigre a demandar la presencia de Castillo en una cumbre de presidentes latinoamericanos, argumentando la elección por voto popular del destituido.
Inmediatamente, la Canciller peruana, exigió a Petro y a Boric, Presidente de Chile, que andaba en las mismas, que respetaran la libre determinación del pueblo peruano, les recordó que Pedro Castillo había sido declarado incapaz para gobernar por parte del Congreso, luego de que el profesor intentara disolverlo para llamar a una Asamblea Nacional Constituyente, lo que fue considerado como un golpe de estado por parte del Congreso, la Fiscalía, las Fuerzas Militares y de Policía así como por las altas Cortes peruanas.
En pocas palabras, Castillo, un Presidente de izquierda, destituido por un Congreso de izquierda, y reemplazado por su Vicepresidente de izquierda, juzgado por las autoridades peruanas por corrupción y, por intentar un golpe de estado, es defendido por Petro, porque en su momento fue elegido por voto popular.
¿Cree Gustavo Petro que la elección por voto popular otorga poder ilimitado? Peligrosamente parece que sí, justamente en las largas jornadas de controversia en Twitter a las que nos somete el mandatario, el periodista Luis Carlos Vélez posteó: “En menos de 24 horas el presidente Gustavo Petro asume futuro de Ecopetrol y los servicios públicos del país…” a lo que Petro replicó “claro amigo, porque asumi la presidencia por voto popular.”
Esa actitud todo poderosa del Presidente no es nueva, a Ecopetrol y los servicios públicos hay que sumarle la salida en falso pidiéndole a jueces liberar a miembros de la primera línea, la orden de no permitir la minería en Jericó, entre otros visos de inicio de dictador.
Presidente, la elección por voto popular no es una patente para hacer y deshacer, los limites son la Constitución y la Ley que crean todo un sistema de pesos y contrapesos, precisamente con el fin de evitar abusos de poder y así garantizar la democracia y el Estado de Derecho.
No le queda bien a un Presidente de un país democrático como Colombia, inmiscuirse en asuntos internos de otras naciones, más aún, no le queda nada bien defender a un golpista solo porque es de izquierda, pero más grave todavía, no le sienta nada bien asumir, como lo asumió Castillo que, haber sido elegido con votos otorga una especie de poder ilimitado y sin control.
