¿Prohibiciones o soluciones?

Por estos días retumbó la propuesta del día sin carne. La pregunta importante para esa cuestión es ¿prohibir el consumo de carne es la solución a los problemas medioambientales y de maltrato animal? Iniciaré recordando que los economistas más ortodoxos y quienes investigan el comportamiento humano, sostienen que los seres humanos reaccionamos a los incentivos y emprendemos o evitamos acciones dependiendo de los beneficios o castigos que estas conlleven. 

Mientras tanto los liberales modernos adjudican al libre albedrío y a las experiencias empíricas el comportamiento humano, últimamente algunos científicos han concluido que aunque el aprendizaje, la experiencia, el entorno y los incentivos hacen parte de las acciones y reacciones humanas, una tormenta química, eléctrica y genética en nuestro cerebro es la que al final determina lo que hacemos. 

Tirarse de un paracaídas o no parece ser una decisión racional que depende de la definición de diversión y tolerancia al riesgo de cada individuo, cuando realmente puede tratarse de unas diferencias en la genética y en los procesos bioquímicos del cerebro, eso sí, los factores externos influyen, si tirarse en un paracaídas generará una multa, el número de paracaidistas se reduciría. 

Como seres humanos liberales (los conservadores también somos liberales) siempre estamos buscando la mejora de la condición de vida de nuestra especie, últimamente y en buena hora o algo tarde, se ha considerado que también debemos preservar el bienestar de otras especies y del planeta sin afectar el propio, todo un reto. 

Los retos consisten en resolver problemas, cuando hay una injusticia la intentamos resolver con leyes, cuando hay una transacción acordamos un monto en papel moneda, cuando estamos siendo muy ineficientes nos inventamos un celular que automatice muchas funciones y para evitar más accidentes de tránsito nos inventamos carros que se manejen solos y minimicen los errores. Es decir, para resolver los problemas que acarrean los nuevos retos siempre buscamos una solución política, económica y técnica. Sin embargo, a veces una solución en alguna de estas dimensiones puede ir en detrimento de otra. 

Un ejemplo clásico son los subsidios de desempleo. Si bien políticamente controlan el problema de la desigualdad, en materia económica perjudican. A la larga, el desempleo se puede mejorar con innovaciones técnicas. Esto generará el retiro de los subsidios, que derivaría en un problema político por las protestas de quienes ya no sean beneficiarios. 

Dicho lo anterior, la pregunta es: ¿entonces, no es mejor tener soluciones técnicas para todo? Es probable que sí, pero dichas soluciones tendrán un impacto económico y político. Por consiguiente, la siguiente duda sería: ¿y de qué sirve saber esto?, es una manera de enriquecer el debate en tres dimensiones y salirnos del polarizante blanco y negro. Finalmente, todos queremos menos enfermedades, menos guerras y mayor prosperidad económica, también queremos libertad, fraternidad e igualdad.  

¡Ah, pero…! ¿La igualdad es compatible con la libertad?, se podría decir que sí. Con las mismas reglas del juego una sociedad fraterna puede sentirse igual dentro de sus diferencias, es decisión de cada individuo o de su nivel de dopamina, que tanto quiere festejar o trabajar. Mientras cumpla con las leyes seré libre al igual que el campesino o el corredor de bolsa… claro, a raíz de ciertas decisiones unos tendrán más que otros y fraternalmente pagaran más o menos impuestos.  

Respondiendo a la pregunta de esta columna, el día sin carne es claramente autoritario y va en contravía de nuestra libertad, o mejor dicho, de nuestro libre desarrollo de la personalidad. Cada quién vera como quiere alimentarse y como quiere vivir. ¡Claro que todo eso tiene costos sociales que hay que pagar con impuestos! Y digo lo anterior no porque crea – ni por un segundo - que es magnífico que parte del Amazonas este lleno de bovinos produciendo gases efecto invernadero, ni porque crea que las vacas estén destinadas simplemente a sufrir dentro de un matadero.  Lo digo porque en vez de imponer desde el Estado soluciones dictatoriales, hay que buscar soluciones de fondo en las tres dimensiones que mencioné en párrafos anteriores. 

La solución técnica ya existe: hay “carne” desarrollada con plantas que cuenta con el mismo aspecto, sabor y contenido nutricional. ¿Ah, que eso no es carne y quiere algo más cercano al animal? ¡Tranquilo! Ya se están produciendo carne con células madre, no hacen falta 10.000 novillos, con un par podemos alimentar a miles de familias.

¡Qué maravilla!, dirán ustedes. Pero… calma. Aún hay que resolver los otros dos problemas, estas alternativas son sumamente costosas, en primer lugar porque su demanda todavía es muy débil y en segundo lugar porque especialmente la carne fabricada con células madre en laboratorios tiene unos costos muy elevados de desarrollo tecnológico. La demanda se incentivara con mercadeo y los costes tecnológicos se reducirán a largo plazo con inversión en desarrollo e investigación. 

Queda entonces la lucha política: ¿Qué va a pasar con el valor de las tierras ganaderas? ¿Qué vamos a hacer con los miles de millones de bovinos que hay en el mundo? Y ¿Los empleos que se van a perder en la industria ganadera (veterinarias, productos veterinarios, comerciantes, mayordomos)? ¿Quién va a responder por ellos? ¿Habrá mejoras en la dieta de los humanos que permita una mayor esperanza de vida? Esto, ¿Reducirá los costos de los sistemas de salud, o por el contrario al aumentar la expectativa de vida no van a dar abasto?, de ser así ¿Hay que aumentar impuestos para cubrir los costos de la salud? o ¿Hay que reducir impuestos que ya no necesitamos en salud para ser más productivos? o ¿Hay que dejar todo igual e invertir esos recursos sobrantes en educación?, ¿Para qué van a servir las tierras si todos los alimentos se pueden procesar en un laboratorio?

Esas y muchas otras preguntas y tensiones políticas se van a dar cuando las soluciones técnicas tengan viabilidad económica. Es parecido al debate que hay hoy con las redes sociales, y al que hubo en su momento entre el proletariado y las máquinas de vapor, con la diferencia en que uno no almuerza un Instagram.

Hay que invitar a los políticos a que hagan los debates que tengan que hacer, defiendan los intereses que tengan que defender (¡De frente!) y solucionen los conflictos en estas tres dimensiones para que podamos seguir comiendo carne sin contaminar ni hacer sufrir a los animales. Mientras tanto, están en todo su derecho de no comer carne -pero no de imponérselo a la sociedad-. Por mi parte, seguiré comiendo carne mientras llegan estas soluciones, no me pueden robar mi derecho humano a ser libre.

Esta imposición me recuerda que la razón por la cual uno debe estudiar ciencias humanas es para buscar mayores libertades dentro del orden, no para ordenar según los criterios y las creencias de uno. 

Nota: Las prohibiciones a veces son tan absurdas que en los años 50 existían menos de 90 delitos en Colombia, hoy, en el código penal son casi 300, las penas han aumentado así como la calidad de vida de la mayoría de la población, paradójicamente, la criminalidad no presenta mayores modificaciones. No es la prohibición la que va a solucionar el problema del hampa en Colombia, es la prosperidad económica y la efectiva acción de los cuerpos de seguridad y justicia del Estado.

Libro de la semana: La Revolución en América de Álvaro Gómez Hurtado, un viaje cultural e histórico que nos recuerda nuestras raíces, nuestra “colombianidad”, de dónde venimos y nos da unas pistas hacia donde podemos ir.

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