El arte contemporáneo, con su naturaleza subjetiva y a veces pleonástica, se sitúa en el centro de un amplio espectro expresivo. Actualmente, casi cualquier manifestación humana puede ser considerada arte, especialmente aquellas que combinan comunicación y crítica política. Estas observaciones, sin buscar universalidad, ayudan a identificar las tendencias predominantes en el arte contemporáneo, excluyendo creaciones como los dramas cristianos al estilo de The Shack o las obras de Boris Eldagsen, creadas con inteligencia artificial, debido a sus diferencias ideológicas o de origen.
La tendencia dominante en el arte actual se inclina hacia la visión de los centros de pensamiento liberal, restringiendo así la aparición de artistas complejos y heterodoxos como William Faulkner. Esta realidad refleja la tendencia histórica de silenciar voces sociales divergentes, propias de artistas complejos que se rehúsan obstinadamente a fortalecer la postura moral predominante. Esta descripción puede resultar evidente para algunos, pues la historia tiende a enmudecer los discursos sociales heterodoxos. Y es que el auge de las enfermedades propias de la positividad, de acuerdo con la concepción de Byung-Chul Han en La sociedad del cansancio, no conlleva a la desaparición de otras morfologías menos amables del «panorama patológico».
Contradictoriamente, bajo la bandera de la ciencia y el progreso, la comunicación artística a menudo se ve limitada por la censura del mercado y la segregación ideológica. El cine se convierte en un vehículo de ciertas posturas políticas, y la escultura adopta elementos que la hacen viral. Como sugiere Han, este fenómeno refleja las características que hacen tan popular al porno. La fragmentación del poder y sus nuevas formas de acción son el espejo de las sociedades democráticas occidentales modernas, donde la utilidad y la positividad asertiva prevalecen incluso más allá del arte.
Actualmente, carecemos de figuras representativas como Picasso, quien en Guernica denunciaba los horrores de la Guerra Civil Española. Hemos avanzado hacia la efímera fama multiplicada por las redes sociales, marchitando las mentes creativas necesarias para la realización de producciones cinematográficas. Los críticos de arte se preocupan más por salirse del esquema de lo políticamente correcto, y critican a Quentin Tarantino por representar violencia y emplear jergas de comunidades negras en sus películas. Los censores de hoy rechazan tanto la historia como antes se despreciaba la ciencia.
El próximo 10 de marzo, entrará en vigor la nueva regla de diversidad de los Oscar. La Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas ha establecido que, a partir de esta ceremonia, las películas nominadas a mejor película deben cumplir dos de cuatro criterios de diversidad. Aunque el enfoque en minorías y grupos históricamente marginados ha tenido un impacto político-social positivo (que personalmente apoyo), la desintegración del poder no siempre resulta en una inconmensurable moderación constructiva.
Estas decisiones solo fortalecen a los extremistas políticos que ven cómo las élites alimentan sus teorías conspirativas con indicios preocupantes para grandes sectores de la población. Según Michael Sandel en La tiranía del mérito, el ascenso de figuras como Donald Trump se atribuye a la insatisfacción de los trabajadores de cuello azul, un grupo que tradicionalmente apoyaba a los demócratas. Su victoria, al igual que eventos como el Brexit, refleja una irónica lucha contra la desigualdad y sus consecuencias.
En última instancia, el fomento del cambio se centra en la distinción entre lo correcto, defendido por las élites, y lo incorrecto, basado en la experiencia de los excluidos de la educación superior. Esta división explica por qué los movimientos de extrema derecha ganan voz y poder en contextos polarizados, hablando en nombre de los marginados. Pero aún es insuficiente para explicar las dificultades que enfrentan los artistas al mirarse en el espejo y entender la ironía. Para esto, es necesario aprender a leer entre líneas.
