Sálgase del cuento de hadas

Advertencia: el amor puede causar deshidratación. 

La historia de amor de cada uno de nosotros es en realidad una novela con planteamiento, nudo y desenlace, solo que aún no se ha escrito. A lo mejor, le corresponde a usted hacerlo. Después de todo, escribir podría liberarle de tantos demonios, y en el amor sí que hay de esos. 

PLANTEAMIENTO. A las mujeres les encantan las comedias románticas y a los hombres también pero nos da pena reconocerlo. Nos hiere un poco  saber que no somos ni bellos ni adinerados ni suertudos como los protagonistas de esas edulcoradas películas hollywoodescas. Somos más bien gente normalita, de lavar y planchar; sin embargo, soñamos despiertos con ese día en que llegue la princesa indicada, azul o de cualquier otro color. Para gustos los colores, aunque en materia de hombres las mujeres prefieran el azul. 

Las comedias románticas le hacen creer a la gente que existe el amor perfecto. Se nos olvida que los personajes de esas películas también compran papel higiénico, lo mismo que las Kardashian, así rara vez se les vea saliendo del baño. A propósito, ¿se han fijado que hay escasez de comedias romanticonas en estos tiempos?  

Yo prefiero las comedias de Woody Allen. Su humor negro nos recuerda que el amor duele y tiene su lado oscuro, para qué llamarnos a engaños. Para la muestra este sensacional diálogo de la película Annie Hall de 1977. 

[...] y recordé aquel viejo chiste, aquel del tipo que va al psiquiatra y le dice: Doctor, mi hermano está loco cree que es una gallina. Y el doctor responde: ¿Pues por qué no lo mete en un manicomio? Y el tipo le dice: Lo haría, pero necesito los huevos. Pues eso más o menos es lo que pienso sobre las relaciones humanas, saben, son totalmente irracionales y locas y absurdas, pero supongo que continuamos manteniéndolas porque la mayoría necesitamos los huevos. 

La mayoría no somos el amor platónico de nadie. Y sin embargo, somos infieles, así sea de pensamiento, hasta con esos ídolos inalcanzables, y a los que están al alcance les hacemos el feo. 

Feítos y defectuosos como salimos de fábrica, tenemos derecho a enamorarnos, a que alguien nos endulce el oído hasta la diabetes. Mi abuela lo decía de una manera certera, no tan elegante: “Para cada tiesto hay su arepa”. Confórmese con saber que de pronto usted será el tiesto (perdón, el amor platónico) de alguien que ni siquiera ha nacido. 

NUDO.  El amor debería venir con cubiertos, sobre todo con cucharas, para el día en que a otros les toque recoger lo que quede de nosotros cuando ese alguien se largue de nuestro lado.  Nos gusta que nos pinten castillos en el aire y nos gusta pintarlos; porque desde niños nos metieron un cuento de hadas en la cabeza, y de esos castillos nacen las dichas y desdichas de hombres y mujeres; entonces, de qué nos quejamos cuando todo se va a la m… a la mismísima porra, quiero decir. 

Con el tiempo aprendemos que antes que “mi amor, divino tormento” está el amor propio. Porque primero fue el uno que el dos. Eso me lo enseñaron en mi casa. Mejor dicho, enamórese  perdidamente de usted, antes de botar las babas por otra persona, porque entre babas y lágrimas terminamos deshidratados. 

El amor, como el empleo, no es algo que a uno le escrituren como la casa.  Se los dice alguien que lleva de soltero feliz el mismo tiempo que duró casado feliz. Se preguntarán qué aprendí en treinta años. Que nos pasamos media vida buscamos la felicidad (y la asociamos con el amor) pero pasada la barrera de los 50 nos empezamos a dar cuenta que no era el amor lo que buscábamos sino la tranquilidad, -estar en paz con uno mismo- que no siempre viene envuelta en besos acaramelados ni frases empalagosas.  (De la cursilería nos ocuparemos otro día). 

La mejor prueba de que el amor no viene escriturado la resumió una persona que conozco, cuya historia de vida es un libro que algún día me gustaría escribir: “Fui felizmente soltera, fui felizmente casada, soy felizmente viuda”. 

DESENLACE. En los tiempos modernos los rompimientos son simples y sin melodramas. Se bloquean aquí, allá y acullá, y si uno no entendió el mensaje, de malas como la piraña mueca. En mi época se decía: “Si te vi, no me acuerdo”. 

Por esas mismas redes sociales uno se entera, sin estar preguntando, qué fue de la relación de Sutanito o Peranita. Váyales bien o váyales mal, esos prontuarios amorosos salen a la luz pública porque de la noche a la mañana el amor se volvió (lo volvimos) un asunto de interés público. Perdimos el derecho a la privacidad porque se impuso el derecho a presumir, a dejar que se entrometan en nuestras tusas y corazones desportillados. Propongo que los sacerdotes actualicen su guion a la manera de las promociones: “hasta que la muerte o las aplicaciones de citas los separe, lo que ocurra primero”. 

Redes sociales como Instagram nos hacen creer que la vida es bella, herencia que viene de las comedias románticas. La vida real es la de Woody Allen, que se casó con Mia Farrow, adoptaron a Soon-Yi y luego el director de cine dejó a la primera para casarse con la segunda, que es la hija de ambos. Más loco no puede estar el mundo en materia de relaciones amorosas. Son irracionales y locas y absurdas; lo dijo él, no yo. 

Cierro esta columna con una pregunta para los lectores: ¿Qué es el amor? Yo digo que el amor es un mal necesario como las tarjetas de crédito. ¡Feliz mes de los enamorados en todo caso!

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