Siete estadistas y un ataque nervios

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EFE/EPA/JULIAN SMITH

Las escuelas de Ciencias Políticas deberán ocuparse en el futuro de estudiar la labor de las mujeres al mando de siete países durante la pandemia de la covid-19. Alemania, Nueva Zelanda, Finlandia, Islandia, Dinamarca, Noruega y Taiwán, como ha dicho The Washington Post, son los países “cuyas gobernantes se han mostrado más previsoras, con las medidas más audaces, y un liderazgo más eficaz, democrático y compasivo”. Los índices de contagio y mortalidad en las naciones de gobiernos presididos por mujeres han sido menores, y la recuperación parece más cercana. 

Angela Merkel, de lejos la mejor gobernante en la escena política internacional setenta por ciento de favorabilidad en las encuestas de opinión después de catorce años en el ejercicio del poder no se anduvo con rodeos a la hora de enfrentar la pandemia. Le dijo a su país que se trataba de la amenaza más grande que enfrentaban después de la Segunda Guerra Mundial y esto, dicho en Alemania y en alemán, fue de un impacto que desde fuera es difícil contextualizar.

Se saltó todas las fases de negación, rabia o perplejidad que atenazaron a muchos otros gobernantes, les dijo a sus compatriotas que el setenta por ciento de la población podría resultar contagiada, formó un gobierno paralelo con los presidentes de los landers (que entre nosotros serían los departamentos), manteniéndose en contacto permanente con ellos, movilizó a todas las empresas de biotecnología y a todas las facultades de medicina de Alemania, y el resultado son menos contagios y menos muertos que en los demás grandes países europeos.

En Nueva Zelanda Jacinda Ardem, la primera ministra, cuando solo había seis personas contagiadas y ninguna fallecida, llamó a la población a confinarse voluntariamente y cerró las fronteras para que nadie pudiera entrar al país.  Ella y su gobierno se bajaron veinte por ciento el sueldo. Hoy su país está libre de coronavirus.

En Islandia el gobierno de Katrin Jakobsdóttir ofreció test gratuitos a toda la población sin distinguir si eran sintomáticos o asintomáticos. Montó un sistema exhaustivo de seguimiento de personas contagiadas, aislando a todos sus contactos. Hoy tiene los mejores datos del mundo sobre la propagación de la pandemia. 

En Finlandia Sana Marin, de 34 años, la jefe de Estado más joven del mundo, hizo un uso original de las redes sociales como agentes sensibilizadores que difundieron los datos que iba suministrando el gobierno. 

La primera ministra de Noruega, Erna Solberg, ordenó un confinamiento temprano y seguimiento exhaustivo de los contagiados. Organizó una rueda de prensa en donde solo los niños le hicieron todo tipo de preguntas a las que respondió con absoluta claridad y sinceridad, y puso a la niñez noruega a convencer a los adultos de la necesidad de confinamiento. 

En Dinamarca la primera ministra, Mette Fredeiksen, repitió el modelo: rápida reacción, seguimiento del contagio, confinamiento selectivo y, como en Islandia, garantizó el setenta por ciento del salario, a quienes se confinaran voluntariamente, aunque hubiesen perdido el empleo. 

En Taiwán, en cuanto el Gobierno vio lo que estaba pasando en la vecina China continental, en el mes de enero, la presidente, Tsai Ing-wen, tomó más de un centenar de medidas para bloquear el virus, entre ellas prohibir inmediatamente todos los vuelos desde China. 

Resulta inevitable el contraste que supone el trabajo de estas siete mujeres frente a la militancia de charanga, bulla y pandereta del feminismo español. No se imagina uno a Angela Merkel, ni a ninguna de sus otras seis colegas, gritando por las calles como las feministas en Madrid: “Sola y borracha quiero llegar esta noche a casa!”

Los días previos al Día Internacional de la Mujer, en España no se habló de otra cosa que no fuera un anteproyecto de “ley de libertad sexual”, en el que parecía írsele la vida a la ministra de Igualdad de Pedro Sánchez, Irene Montero. Cuando su gobierno estaba recibiendo todo tipo de alarmas desde la Organización Mundial de la Salud a diversas instituciones europeas sobre los riesgos de la pandemia, la prioridad en España era aquel “logro feminista” antes del 8 de marzo, que se remataría con una gran manifestación.

Al autorizar la marcha feminista en Madrid ese domingo de marzo, no se podía prohibir la asistencia a un partido de fútbol y al mitin de un partido político. Total, más de 180.000 personas en esos tres actos que luego fueron a bares, departieron con amigos, visitaron familiares y llevaron el virus con el resultado de todos conocido: casi 30.000 muertos por coronavirus en España y uno de los más desastrosos manejos de la pandemia en el mundo. 

Eso sí, las prostitutas españolas ya tienen su anteproyecto de ley, y las ministras de Sánchez, aunque resultaron infectadas, pudieron reivindicar puño en alto y a voz en grito el Día Internacional de la Mujer, el sujeto político de su feminismo. Una realidad constatable en siete países y un contraste en el otro extremo, que debería llevar a reflexión.

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