Edubar Arango

Director del Periódico La Gaceta y de la Agencia Imperio Publicidad y Comunicaciones.
Experto en Marketing, imagen Política y corporativa y Relacionista Público.

Sobre difamaciones y encuestas amañadas en las campañas políticas

No cabe duda de que los personajes públicos, por su propia actividad, han de soportar una protección más laxa de su derecho al honor, pues tratándose de personas que ejercen funciones públicas o de relevancia pública, están obligadas a soportar el riesgo de que sus derechos subjetivos, entre ellos el derecho al honor, resulten afectados por opiniones de otras personas en el ejercicio del derecho a la libertad de expresión, pues así lo requiere el pluralismo político, la tolerancia y el espíritu de apertura, sin los cuales no existiría la sociedad democrática.

Y es que, en la política, es donde más se mancilla el honor de un individuo. Los que se dedican al fino arte de comer m… y no hacer ninguna mueca, están expuestos a que no solo le saquen los trapitos al sol, sino, a que les inventen historias que ni por sus cabezas algún día pasaron. Pérdida total de la intimidad. Que la política suele ser sucia, sobre todo en contiendas electorales, no lo vamos a descubrir ahora. Incluso en países políticamente bien constituidos, cuando llega la hora de la máxima disputa, los contrincantes se dan con todo.

¿Cuantas cosas no le dijeron a Obama cuando fue candidato? Las alusiones al color de su piel fueron levedades, comparadas con las difamaciones que lo acusaban de islamista y hasta de comunista.

Como en el fútbol, cuando se juega una final, la política tiende a desbordarse de sus cauces hasta el punto de que en algunos momentos puede llegar a parecerse a su madre: la guerra. Comparar a la política con un juego no es recurso metafórico. La política es un juego por la sencilla razón de que debe ser sometida a reglas y al igual que los juegos deportivos, arbitrada. Sin arbitraje no hay regla que valga. Imagine usted una final entre Barça y el Real sin un árbitro. Si alguien sobrevive será simple casualidad. Con una final electoral entre dos partes políticas podría ocurrir lo mismo. Por eso toda contienda electoral requiere de árbitros. En ese sentido al Poder Judicial y a los tribunales electorales les ha sido concedida la función de arbitrar en las elecciones.

En política, sin embargo, a diferencias del fútbol, hay otros elementos que intervienen en la regulación del juego. Ellos derivan de la propia naturaleza de la política, actividad constituida por líneas antagónicas, pero también transversales.

En la política, en efecto, no solo hay enfrentamientos sino, también, alianzas. Por lo mismo, a diferencias de la guerra, los antagonismos políticos no son siempre irreconciliables.

En la política, para que sea política, no puede haber enemigos mortales. En la política el enemigo de hoy puede ser, sino un amigo, por lo menos un aliado de mañana. Así se explica por qué en la mayoría de las campañas electorales la autocontención de las partes puede ser tan efectiva como la contención que proviene de las leyes.

La confrontación de ideas en el marco de las posibilidades políticas de una comunidad representa la necesaria información al ciudadano para que éste pueda ceder su representatividad a quien se gane su confianza, pero también representa una de las caras de la lucha por el control del poder. Esto último lleva a que muchos ciudadanos perciban esa confrontación como lucha sin cuartel por hacer prevalecer las posiciones políticas de los partidos, lo que se acentúa cuando se detectan usos poco honestos para destruir la imagen pública del contrario, ya que los mismos parecen ser mucho más eficaces que el rebatir las ideas políticas. Entre esos usos poco honestos destaca la difamación, que suele tener como objetivo hacer público facetas privadas del entorno del adversario político.

A veces se argumenta que los personajes públicos, donde se incluye a quienes se dedican a la política, poseen una proyección pública que hace que hasta sus actos más privados puedan constituir interés para quienes han de establecer con ellos una relación de confianza depositándoles su representación.

El fundamento sicológico de esa pretensión está en considerar que la trayectoria pública de un político está más determinada por su modo de ser que por su discurso, y, por tanto, que el aval de su confianza radica bastante en su modo de ser. No en vano muchos analistas consideran que los modales y la apariencia física constituyen un no despreciable factor en las votaciones.

Conocedores de esta debilidad mental de los ciudadanos, somos quienes trabajamos la imagen de las campañas políticas donde abusamos (algunas veces) del fácil recurso de denostar al rival destruyendo la lógica fama que le correspondería conservar. Las más de las veces el recurso preferido es introducir la sospecha sobre un comportamiento que entraña debilidad o amoralidad. iOjo! No suelo usar esas bajas argucias en mis oficios de marketing político o asesorías, de ello son testigos Juan Bejarano, actual alcalde del municipio de Atrato en el Chocó o Luis Enrique “Kike” Abadía, campaña a la gobernación del Chocó, en la que logramos más de 27 mil votos sin pagar uno solo.

Hacer política es tan fascinante como desgastante, los niveles de ansiedad y stress son elevados. Ningún candidato puede decir en este punto, que está tranquilo, menos que ya ganó, aunque no falta el descerebrado que jura que por administrar un grupo de WhatsApp con 256 personas ya es un experto en estas lides y que “lava imágenes”, mucho más cuando va uno a ver y la de él no vale un peso.

En esto del manejo de imagen, los candidatos deben ser muy acuciosos en no confiar en pelafustanes genuflexos, que con algún magister muchas veces regalado, funjan como los “Jota Jotas Rendones” de las campañas. Lobos con piel de ovejas abundarán ayer, hoy y mañana.

Los retos y desafíos, serán constantes y muchas veces querrán desfallecer y sentirán que la campaña no crece, pero mentira que sí, solo que ningún rival lo va a reconocer en voz alta, al contrario, sacarán las armas más viles y ruines para desacreditar al adversario.

El vehículo habitual suelen ser los medios de comunicación que se prestan para eso, a veces valiéndose de tretas para que la sospecha se instale sin que se pueda relacionar como fuente al entorno del partido beneficiario, aunque la mayor parte de las veces se percibe que lo sea.

Ese recurso a la difamación personal es tanto más contundente cuanto más sólido es el trabajo político y menos fisuras y resquicios profesionales quedan para la legítima crítica. Lo que a los ciudadanos debería importar menos, muchas veces es lo único a lo que atienden de sus políticos nacionales, porque las discusiones legales y administrativas se les hacen arduas y a veces difícil de entender. Juzgar a un político por su vida personal permanece en la actitud de muchos ciudadanos, aunque ellos reclamen para sí la total independencia y respeto hacia su vida privada.

La difamación encierra una falta de ética relevante para toda la sociedad, porque el juicio que merece cada persona es el que trasciende del conjunto de su modo de obrar. Ello es lo que conforma la fama de una persona, que no se corresponde con otra cosa que con la opinión común que de ella tienen los demás. Desequilibrar ese criterio al difundir exagerando algunos defectos es lo que busca la difamación, para que la estima se sienta repercutida cuando sobre los valores personales se proyecta la sospecha de inconsistencia y sobre las debilidades de ser lo más relevante de esa personalidad.

ADENDA:

Sobre la situación político administrativa del Chocó y la del país, no me voy a referir aún, más bien abordaré un tema que me preocupa como Jefe de comunicaciones de campañas políticas.

Hace carrera por estos días electorales en el Chocó, mi terruño querido, el uso y el abuso de mediciones y encuestas. Más para englobar imágenes que para tener una cosmovisión y un panorama más claro del devenir político, tanto que se volvieron fuentes más que de confiabilidad, recursos para pescar incautos.

Recomendación muy respetuosa a los candidatos y sus equipos de comunicaciones: En lugar de desgastarse con sondeos amañados y manipulados, TRABAJEN, TRABAJEN, TRABAJEN.

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