Antonio González Hincapié
Antonio González Hincapié

Sobreviviendo a Barbenheimer

Lo que pasó este fin de semana no había pasado nunca. Salas de cine completamente llenas (muchas de ellas vendidas desde la preventa), familias enteras yendo a ver una película, gente como yo que se vio las dos y no tuvo tiempo ni de almorzar entre una y la otra, y lo mejor, que la gente no iba a verlas como cuando va a ver cualquier otra película; había dos bandos, dos equipos claramente diferenciados: los de rosado (y otros colores pastel) con maquillaje, pelucas, sombreros, camisetas, etc. Y los de negro, los serios, los que ponían cara de intelectuales. El cine, como industria y como arte, lo que necesita es que la gente vaya a las salas de cine, no es suficiente con ver las películas en el televisor de tu casa ni en tu computador. La experiencia en la casa es mucho peor, porque ni siquiera es una experiencia, es un día más tirado en tu sofá, viendo una película más que te da igual y que bien podría ser un chick flick, un drama histórico, o un documental porque igual vas a sacar el celular, igual te vas a parar por agua, igual te vas a quedar dormido, e igual no le vas a poner la atención necesaria. Pero sobre todo, no es igual porque lo estás viendo en una pantalla muy pequeña en donde se pierden muchos de los detalles y la imagen se ve peor, y ni hablar del sonido, que es infinitamente inferior en una casa o con unos audífonos que en una sala llena de altavoces.

Pero lo de Barbenheimer no solo es importante por lo que significa para el cine como industria, sino que también es un experimento muy importante para el cine como arte.

Son dos películas muy diferentes. Barbie es una comedia feminista, que habla de la lucha de géneros, que enfrenta un matriarcado absoluto (completamente ficcional) con un patriarcado absoluto (completamente real) para que al final se pueda llegar a la conclusión a la que llega la película y a la que llega cada espectador. Barbie te propone un mundo completamente falso, en donde los personajes flotan por los aires, se despiertan perfectamente peinados y se visten mágicamente, un mundo que no es ni pretende ser una representación de la realidad, es artificio puro y se acepta así mismo como tal. Esto hace que como espectadores aceptemos y entendamos esas reglas que nos propone la ficción, y logremos suspender nuestra incredulidad para adentrarnos en este mundo y en su historia. Después, la película nos presenta el “mundo real” en donde las personas caminan, suben y bajan escaleras, se visten con tonos más apagados, un mundo en donde la gente come y trabaja y tiene preocupaciones. Pero lo interesante aquí, es que ese “mundo real” que esta vez si intenta ser una representación de nuestro mundo, nos parece tan caricaturesco y estúpido como el mundo ficcional de las muñecas. Estos dos mundos se empezaran a mezclar volviéndose todo cada vez más ridículo y es aquí cuando la película es más interesante y efectiva. Cuando ya nada tiene sentido, cuando ya todo es una parodia de una parodia, cuando el humor y el ridículo se llevan al extremo, es ahí cuando la película encuentra su razón. Precisamente porque ese es el momento más real de la película, así son nuestra sociedad y nuestro mundo. La película no es efectista en ningún momento salvo en el final, muy típico de una película de Hollywood en donde el protagonista entiende su realidad y la acepta optimista pero por lo demás nunca intenta hacerte emocionar, nunca le dice al espectador lo que tiene que hacer, ni lo que tiene que sentir, ni cómo, ni cuándo y siendo una película tan política, esto se agradece. Hay un momento en la película en donde el personaje de América Ferrera tiene un pequeño monólogo en donde suelta toda su frustración por ser una mujer en un mundo como el nuestro. Este tal vez es el momento más literal de la película pero por el contexto en el que está dicho, no se siente forzado, ni se siente doctrinario. Por el contrario, se siente muy real.

Hay algunas otras cosas que me gustaría recalcar: Las actuaciones son de 10, aunque es difícil notarlas por lo extraños y patéticos que son los personajes. No me extrañaría, y de hecho me encantaría ver a Ryan Gosling siendo un serio contendiente en la próxima temporada de premios. Por otro lado, creo que Allan es un personaje importante, necesario y muy real del que no se ha hablado lo suficiente. Las canciones acompañan muy bien a la narración y encajan muy bien con la propuesta general de la película. El trabajo de vestuario, y ambientación son magistrales y recrean a la perfección y con un nivel de detalle increíble el universo de las Barbies. En general, las formas estéticas y narrativas son muy originales y muy interesantes, sobre todo viniendo de una película hecha por el Hollywood más arraigado. Espero realmente que las personas que vean la película entiendan la importancia del mensaje que da y que salgan repensando la forma en la que entienden cosas como la identidad de género, la masculinidad, la feminidad, el poder y el feminismo.

Por el otro lado está Oppenheimer, una película que recuerda al Hollywood más clásico, a las mega producciones, a las historias del bien contra el mal, a esas películas que te sacuden y que te emocionan. No hay nada de rompedor en Oppenheimer, todo lo que ves ya estaba visto, todo ya se había hecho (lo de explotar bombas de verdad tal vez no pero eso da igual cuando ves la película terminada). Las formas, el ritmo, la estructura, la planificación, la actuaciones, ninguna de esas cosas por sí solas se sienten nuevas ni innovadoras, pero están todas ejecutadas con tanta precisión, esmero y sensibilidad que cuando las ves en el conjunto enorme de la película te impresionas y te cuesta creer que lo que estás viendo es verdad. Es una película enorme que te consume entero y te suelta tres horas después, emocionado, y con muchas cosas que pensar.

Oppenheimer es la historia de un personaje que todos conocemos o por lo menos del que todos habíamos oído hablar. J. Robert Oppenheimer, el líder del proyecto Manhattan, “el padre de la bomba atómica”, uno de los físicos más importantes del siglo pasado y el hombre que cambió la historia del mundo por completo. Pero esto no se siente como un “biopic”, género sobreexplotado y que nos ha dado algunas de las peores películas. Un género que no es un género sino una etiqueta de marketing que se traduce en “películas basadas en hechos reales, que quieren que te emociones a como dé lugar, con personajes supuestamente reales pero ficcionalizados a más no poder. Películas que te harán sentir más inteligente sin que lo seas y que intentan esconder la plantilla con las que todas están hechas porque todas son una copia barata de la anterior.” Oppenheimer nunca se debería comparar con los otros biopics contemporáneos, pues no tiene nada que ver con Elvis, Air, Bohemian Rhapsody, The Founder, King Richard, o The Post, la lista podría seguir pero no vale la pena. Oppenheimer es más que eso. La película presenta a un personaje con sus conflictos, con sus incoherencias (las verdaderamente humanas, no las forzadas muchas veces por los malos guionistas), con su familia, sus amigos, sus amantes, sus ídolos, y sus enemigos. Un personaje que aunque se le compara desde el comienzo con el mito de Prometeo (el titán que le robó el fuego a los dioses para dárselo a los humanos), siempre se siente real, se siente cercano, se siente humano.

Como en todas sus películas, Nolan juega con la línea temporal de sus historias. El final está contado desde el principio, pero esto da igual porque para nadie es un secreto que Truman hizo explotar las bombas de Hiroshima y Nagasaki para que los Japoneses se rindieran y poder ganar la segunda guerra mundial. Lo importante en la película no es ver cómo se construyó la bomba, ni lo inteligente que era Oppenheimer, la película es más que eso. Lo realmente interesante de esta historia es el debate político y la crítica social que propone. Cómo construimos ídolos que después destrozamos sin ningún tipo de piedad, nuestra incapacidad para aceptar pensamientos e ideas diferentes, el racismo, clasismo, y machismo como conceptos sistémicos, las incoherencias de la guerra, lo poco empáticos que somos, la sed de poder, la idea de que somos seres maquiavélicos para los que el fin justifica los medios sin importar la magnitud de esos medios, y la corrupción total del humano y sus sistemas. De todo eso habla la película a lo largo de sus tres horas de duración. Tres horas que se sienten más como una hora y media, porque te hipnotiza y hace que se te olvide todo lo demás.

Es una clase maestra de actuación que comprueba la máxima de Stanislavsky que dice que no hay pequeñas partes solo pequeños actores. Todos, absolutamente todos los actores brillan y le aportan algo a la película. La música es excelente, pero en mi opinión está sobreutilizada, no todas las escenas ni todos los diálogos tienen que tener una música de fondo. La planificación es en principio sencilla, se juega mucho con el plano contraplano para las conversaciones y se muestra lo que se tiene que mostrar con planos que son útiles, tienen sentido y son estéticos. Y por último los diálogos son lo suficientemente explicativos sin caer en la literalidad facilona. Lo dicho, la película como conjunto es casi perfecta sin ser innovadora y es para mi, sin duda, la mejor película de Nolan hasta ahora.

No hay nada más lindo que el cine, es junto con la música el arte más democrático, nos emociona, nos entretiene, y nos interesa a todos. Hay cine para todo el mundo, hay que ver todo el cine que sea posible y sobre todo hay que verlo en los cines. El fenómeno de Barbenheimer es un boost para la industria, para el arte y para los espectadores, ojalá se siga haciendo cine de calidad y ojalá el espectador promedio (me refiero a él sin ningún ánimo de superioridad) vea películas de calidad como estas dos más seguido. Creo que vale muchísimo la pena el ejercicio de ver las dos películas el mismo día o con pocos días de diferencia pero sobre todo vale la pena el ejercicio de comparar a las dos películas teniendo en cuenta el contexto, la sociedad, los aspectos formales de cada una y sus motivos. Ojalá los cineastas nos interesemos más por hacer películas, que, como estas dos, encuentren ese punto medio que une a casi todos los espectadores. Ojalá las salas se sigan llenando, la cultura siga creciendo, y el cine se siga haciendo. ¡Feliz y orgullosamente sobreviví a Barbemheimer!

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Antonio González Hincapié
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