Tentación oriental

Nicholas Negroponte, un visionario de la tecnología y experto conocedor del impacto de esta en los negocios y la sociedad, contaba en una extensa entrevista para El Colombiano de Medellín hace algunos días, la experiencia vivida por él en un laboratorio de Huawei, el gigante chino de teléfonos celulares.

“Una de sus piezas es un reproductor en tiempo real de una calle muy concurrida de Shenzhen, en China –decía Negroponte–, una vía llena de personas caminando a las 5:00 de la tarde. Cuando me lo muestran alguien me dice: ‘haga clic en una de las personas’, y luego aparece el nombre, la dirección, el número de teléfono, la fecha de nacimiento, todo de la persona sobre la que se hizo clic. De cualquiera que esté en la calle. Luego me dice: ‘mueva la cámara’ y así lo hago para ir a otra calle. La gente sigue caminando y mi cabeza va detrás de la suya y luego desaparezco detrás de un poste, pero cuando hago clic veo su nombre, dirección, teléfono, edad y ciudad de origen. Técnicamente es asombroso y la persona que me está mostrando esto dice: ‘antes teníamos mucho crimen y ahora ninguno. Estoy feliz de haberlo hecho porque ya no tenemos delitos’”.

Lo cuenta alguien que no es sospechoso de prejuicios contra China, todo lo contrario. En la misma entrevista, el creador del legendario Media Lab del Massachusetts Institute of Technology (MIT), uno de los principales centros de investigación interdisciplinarios del mundo, dice también: “El sentimiento antichino en los Estados Unidos me sorprende. Y es algo que no parece tener nada que ver con que seas demócrata o republicano.”

De lo que está hablando Nicholas Negropote es ni más ni menos de lo que puede ser hoy la mayor y más inquietante tentación de muchos gobiernos democráticos: el “crédito social”, un sistema de control destinado a premiar o castigar a los malos ciudadanos, introducido en China en mayo de 2018. Una revolución tecnológica destinada a reinventar el concepto de gobierno en el mundo.

El sistema, que ya aplican también con algunas variantes empresas comerciales para calificar a sus clientes, es lo más parecido a las distopías literarias imaginadas por Aloux Huxley en Un mundo feliz o George Orwell en 1984. La creación de un estado mundial omnipotente con una perfecta división de clases, como resultado de la ingeniería genética o cualquier otro método original.

Según las autoridades chinas estas medidas están encaminadas a proteger a sus ciudadanos, pero este loable empeño tiene un precio bien alto: el fin de la libertad individual (que en muchos países orientales suele importar poco a los gobiernos tradicionalmente) y del derecho a la privacidad.

Un reporte de la Associated Press (AP) decía hace algún tiempo que las autoridades chinas han empezado a utilizar un software que reconoce la forma de caminar de las personas y que el sistema ya se estaría utilizando para vigilar y monitorizar aglomeraciones de gente en las calles de Pekín y Shanghái.

Uno conoce en estas latitudes políticos a los que se les haría agua la boca instalando este sistema en las calles de pueblos y ciudades. De momento tenemos solo unas cámaras de lo más primitivo y rudimentario.

Y la represión policial, como se ha visto en las recientes manifestaciones y protestas callejeras en ciudades colombianas, ha vuelto a los viejos métodos del F-2 y de las dictaduras sudamericanas del siglo pasado, con retención o secuestro de personas en coches particulares. Pero todo se andará, el sistema chino resulta demasiado goloso y tentador.

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