Visto el mundo exterior desde el encierro en el que estoy, tres asuntos me parecen de lo más inquietante que trae la pandemia que nos ha caído encima: que el coronavirus no desaparecerá tras el aislamiento que han impuesto los diversos gobiernos; la posibilidad de revueltas violentas, especialmente en Latinoamérica, a causa del hambre, y las parcelas de libertad individual que perderemos en Occidente por la injerencia del Estado en nuestras vidas.
En una nota de uso oficial que leí hace poco y cuya autenticidad parece cierta, el Ejército español contempla la no desaparición de la covid-19, aunque matiza que la inmunidad adquirida por los contagiados, los tratamientos eficaces que se descubran y la futura vacuna, determinará que los problemas que surjan serán mucho menores.
Pero, según ese mismo informe, “habrá una segunda ola de covid-19 al final del próximo otoño. Posiblemente esto se repita en el invierno siguiente”. Si esto lo contempla la institución militar de uno de los países más gravemente afectados por la pandemia, será bueno tomarlo en serio y pensar que en otras partes viviremos una situación parecida.
En cuanto al incremento de la pobreza que amenaza a los países de Latinoamérica como posibles focos de inestabilidad social y revueltas violentas, basta mirar los datos de desempleo mundial como consecuencia de la pandemia, que considera la Organización Internacional del Trabajo (OIT): “1.6 mil millones de trabajadores de la economía informal enfrentan daños masivos a sus medios de vida” Hablar de Latinoamérica es hablar de economía informal. ¿Qué consecuencias puede traer esta impresionante cifra de necesidad humana?
Y por último y no menos inquietante, hemos visto de la noche a la mañana, prácticamente sin tiempo para el debate, un gran aumento en el poder del Estado. En muchos países se ha cerrado el comercio, gran parte de industria, los centros educativos, y nos han metido dentro de nuestras casas. Vemos gobiernos prometiendo (allí donde quieren y tienen con que) cantidades ingentes de recursos porque solo ellos pueden movilizarse para mantener la economía y al mismo tiempo, el poder del Estado se despliega en estos días como no habíamos visto desde que tenemos uso de razón.
Y aunque prácticamente en todo el mundo hay quejas sobre el manejo que han hecho de la pandemia los gobiernos, China y Corea del Sur son la excepción. En ambos países, los gobiernos han utilizado el manejo de la crisis con fines de propaganda estatal, pero los dos son puestos como ejemplo de cómo hay que hacer las cosas. No niego que sea así, pero a qué precio.
China tiene un sistema de control para saber quién está a salvo de la enfermedad, y parece que el dominio sobre el coronavirus es tal que permite a las autoridades lanzarse sobre cualquier nuevo brote inmediatamente. Y Corea del Sur dice que el rastreo automático de los contactos de infecciones recientes, utilizando la tecnología de la telefonía celular, le permite obtener resultados en diez minutos. Y estos son dos espejos en los que se está mirando el mundo para luchar contra la pandemia.
Hoy nos amenazan con multa o prisión por hacer cosas tan normales como andar por la calle y lo aceptamos sin rechistar. Estamos viendo al Estado en muchos lugares actuar con decisión. Pero la experiencia enseña que después de las crisis el Estado no cede todo el terreno que logra ocupar. Y en las actuales circunstancias no se trata solo de salvar la economía, la tentación de vigilar a la gente resulta un plato muy goloso.
Pienso en los episodios que en pasadas circunstancias de “normalidad” en Colombia, cuando no sospechábamos siquiera la aparición de la pandemia, en que los “perfilamientos”, la interceptación de comunicaciones privadas, los seguimientos de las personas, etc. han sido aquí cosa corriente. ¿Qué fórmulas se les estarán ocurriendo hoy con el pretexto de salvaguardar el bien común?
A ver si ahora con esto de que parezca normal, a la manera de China y Corea del Sur, que el Estado tenga acceso a registros médicos y electrónicos, se les ocurre algo más. Sabemos lo mucho que gusta por aquí recopilar datos personales. Por eso hay que estar atentos; y, en estas circunstancias y precisamente por la experiencia que se tiene, la prensa debe redoblar su papel de vigilancia al poder