Una batalla tras otra, la nueva película de Paul Thomas Anderson, se erige como la gran sorpresa cinematográfica de 2025. No es arriesgado afirmar que estamos ante una de las obras más poderosas del año, quizá incluso la mejor, porque conjuga ambición narrativa, destreza visual y un reparto en estado de gracia.
El filme trasciende el entretenimiento para inscribirse en el linaje del cine mayor, ese que busca dejar huella y convertirse en referente. En un panorama saturado de producciones sin trascendencia, Anderson entrega una obra que respira libertad creativa y que, con el paso del tiempo, será recordada como un clásico contemporáneo.
La construcción temática es uno de sus mayores logros. Política, corrupción, migración, racismo, poder, lazos de sangre, venganza y persecución conviven en un mismo relato sin que la trama se resquebraje. Esa capacidad de hilvanar universos tan densos con naturalidad confirma la madurez de Anderson como director.
Las casi tres horas de metraje podrían sonar excesivas, pero aquí el tiempo se convierte en aliado. El ritmo sostenido, las pausas calculadas y los clímax bien colocados hacen que la experiencia fluya con intensidad, manteniendo al espectador atrapado hasta lo último.
El elenco es otro de los pilares. Leonardo DiCaprio aporta gravedad y magnetismo; Sean Penn, contundencia; Teyana Taylor, frescura; Benicio del Toro, su ya habitual densidad interpretativa; y la revelación, Chase Infiniti, sorprende con una fuerza actoral que promete marcar época. Cada uno encarna personajes que se sienten vivos, contradictorios y memorables.
La secuencia de la persecución en una carretera enclavada entre lomas áridas es, quizás, la mejor metáfora de la película: un viaje vertiginoso, cargado de tensión, que pone al espectador en la piel de los protagonistas. Anderson combina aquí un virtuosismo técnico con un realismo que estremece.
Más allá de lo visual, la cinta funciona como un espejo social. Es cine que interpela, que obliga a pensar en los dilemas actuales sin sermonear. La violencia, el poder y la fragilidad de los vínculos humanos aparecen retratados con solvencia.
En definitiva, Una batalla tras otra no es solo una película: es una experiencia cinematográfica mayor, de esas que justifican la persistencia del cine como arte. Una obra que exige ser vista en pantalla grande. Peliculón.