Zapatos que cuelgan de cables eléctricos y una alarma que se suma al bullicio del barrio son signos que pasan desapercibidos para cualquier transeúnte, pero para el subintendente Carlos García indican la presencia de ollas y una alerta que avisa a la gente la llegada de los policías en el barrio Caracolí, localidad de Kennedy, en Bogotá.
García, 26 años, dos de servicio en el sector, considerado como uno de los más peligrosos de la zona, sabe que esos zapatos colgantes son un código criminal que indica la presencia de jíbaros. Sobre la alarma advierte con sarcasmo: “Aquí los malos somos nosotros”.
Estos zapatos advierten a consumidores, la presencia de jíbaros.
En una noche de marzo, se ven en el Caracolí algunos niños descalzos jugando en la calle y se percibe un olor a marihuana por todo el conjunto residencial.
A lo lejos se ven personas que corren despavoridas por la presencia de los uniformados. “Aquí la mayoría consume estupefacientes. Desde los ancianos hasta los niños consumen diferentes clases de alucinógenos”, dice la teniente Fernanda Gómez, quien también explica que esta zona tiene problemas como violencia intrafamiliar, homicidios por estupefacientes, puñaladas entre los habitantes de la calle, porte ilegal de armas de fuego, lesiones personales y hurto a personas.
Al final del conjunto, en límites con el barrio Tierra Buena, existe un pasaje peatonal rodeado de árboles. El subintendente García explica que allí es común encontrar muertos por intentos de robo o simplemente por ajustes de cuentas entre bandas de microtráfico. “Los ladrones se esconden en los árboles y se lanzan en el momento que pasan las personas”.
En un pasaje como estos se cometen atracos y homicidios.
“Si no fuera porque nosotros los acompañamos, ustedes jamás podrían estar aquí”, nos advierte el patrullero. El Caracolí es un conjunto de alrededor de 40 casas de interés social que fueron donadas por el Gobierno Nacional a reinsertados de las autodefensas en el 2010.
“Hay que aprender a cuidarse”
Carmen Rojas*, de 65 años, residente del barrio Riveras de Occidente, junto al Caracolí, dice que “hay que aprender a cuidarse”, sobre todo en la noche, cuando los delincuentes están al asecho. “Antes este barrio era sano, pero el que dañó la seguridad fue el Caracolí”, dice.
Rojas y su familia procuran no llegar a la casa después de las 8 de la noche porque a partir de esa hora a cualquiera lo pueden atracar en la puerta de su domicilio y a la vista de todos. “Cuando voy a llegar aviso a mis hijos para que estén atentos y puedan reaccionar si intentan robarme”, cuenta la mujer, quien además tiene una fábrica de tamales en su vivienda.
Ser ‘sapo’ no paga
Fernando Casas*, de 29 años, cuenta que una noche desde la terraza de su casa en Riveras de Occidente vio como una persona era atracada por dos malechores. Empezó a gritarles y les lanzó un palo. Los ladrones, junto a la presunta víctima, salieron corriendo. Sin embargo, dos noches después del incidente, a eso de las 2 de la madrugada, lo despertó un estruendo. “Me rompieron los vidrios de mi casa”.
Al asomarse por la ventana vio a dos personas corriendo y uno desde lejos le gritó: “Por sapo, hijueputa”. Al otro día cambió los vidrios de su casa, pero tres días después volvieron a atacarla. “Por lo menos esta vez me rompieron solo un vidrio”. Fernando, quien se desempeña como contratista en Gas Natural, cuenta que dejó el vidrió roto para no darles otra oportunidad de romperlo.
Intentó presentar una denuncia ante la policía, pero fue rechazada porque no pudo identificar a los agresores. Los uniformados le anunciaron que en un futuro instalarían un CAI móvil. “De vez en cuando se ve pasar los patrulleros, pero no ha mejorado la seguridad”.
Cifras
El Caracoli, Riveras de Occidente y Patio Bonito hacen parte de los 75 barrios más peligrosos de la capital, según la policía y la Alcaldía de Bogotá. Entre ellos están: Bosa central, Bosa occidental, Corabastos (Kennedy), Diana Turbay (Rafael Uribe), El porvenir (Bosa), Suba Rincón e Ismael Perdomo (Ciudad Bolívar). La Secretaría de Gobierno distrital y la Policía Metropolitana diseñaron planes que pretenden incentivar las labores de inteligencia, mayor judicialización, combatir la deserción escolar y hacer presencia en establecimientos de expendio y consumo de licor, donde se producen la mayor cantidad de hechos violentos.
Pese a que la administración del exalcalde Gustavo Petro destacó que la tasa de homicidios se ubicó en 16,4 casos por cada 100 mil habitantes, la más baja en 30 años, los barrios mencionados concentran el 51% de los homicidios en Bogotá.
“Me robaron porque no quise pagar una vacuna”
Martha Sánchez*, de 53 años, no vive en Kennedy desde hace cinco, pero tiene un pequeño negocio donde comercializa víveres, hortalizas y algunos productos de aseo, con el cual le dio estudios universitarios a sus hijos. Como el negocio pasó de ser una humilde tienda de barrio a un supermercado en menos de seis años, Marta asegura que la empezaron a extorsionar. “Venía cualquier cliente, incluso señoras, a decirme que me querían caer si no les pagaba un porcentaje de las ganancias del negocio”.
Denunció la extorsión y la policía empezó a hacer más presencia en el lugar. Seis meses después, el pasado 15 de febrero, a plena luz del día, un hombre armado y otro con un cuchillo asaltaron a la cajera y se llevaron 400 mil pesos.
Esta es la fachada de una de las casas del Caracolí.
La puñalada bailable
El subintendente García ha visto más de lo que ha querido. Como parte del cuerpo de la Policía Nacional ha estado al frente de grupos antiguerrillas urbanas. Con orgullo cuenta su vida y la experiencia del trabajo peligroso que realiza. Baja de la patrulla y entra a un local sin nombre que es la discoteca más temida de Kennedy.
Entre ropas desaliñadas, bailes exóticos y litros de ron, las noches de fin de semana transcurren en esta bodega sin ventilación que sirve como punto de encuentro a la comunidad negra de la localidad.
Los vistazos de los asistentes se cruzan retando a los policías. El aire es denso y el suelo pegajoso, cubierto por un sinnúmero de extraños fluidos. Entre el tumulto de musculosos negros, García parece jugarse la vida, ya que en cualquier momento una sola riña podría conducir a una catástrofe.
García cuenta que en esa bodega se puede armar una pelea porque dos mujeres discuten, o porque alguien no paga la cuenta, o porque dos hombres se chocan sin querer en la puerta del baño.
A pesar de su experiencia, a García aún le sorprende el hecho de que alguno de estos simples pretextos dejen uno o más apuñalados, que él mismo ha tenido que ir a socorrer en más de una ocasión.
Así es la vida en El Caracolí, uno de los barrios más peligrosos de Bogotá
Mié, 26/03/2014 - 15:23
Zapatos que cuelgan de cables eléctricos y una alarma que se suma al bullicio del barrio son signos que pasan desapercibidos para cualquier transeúnte, pero para el subintendente Carlos García indi