
Álvaro Leyva Durán no es un improvisado. Tampoco un político convencional. A sus 81 años, ha sido protagonista silencioso —y a veces estruendoso— de casi todas las negociaciones de paz en Colombia desde los años 80. Un hombre que aprendió a moverse entre secuestradores, presidentes y diplomáticos como si estuviera en su sala. Hoy, ese mismo hombre es señalado —supuestamente— de tramar la caída del presidente Gustavo Petro.
El escándalo lo han desatado unos audios filtrados al diario País de España, en los que Leyva habla de alianzas con actores armados, de movimientos en el Congreso, de presuntas conexiones con sectores republicanos en Estados Unidos y, de forma inquietante, de la supuesta participación de la vicepresidenta Francia Márquez. En su voz pausada, con tono de estratega veterano, se describe lo que sería un plan para sacar a Petro del poder en “20 días”.
La reacción institucional fue inmediata: la vicepresidenta exigió investigación de la Fiscalía. Petro lo llamó “canalla” y lo acusó de querer convertir el Estado en una herencia para su hijo. Y aunque Leyva admitió que la conversación es real, se refugió en que fue una charla privada, supuestamente informal, que no representa una conspiración. No ha desmentido lo dicho. Solo el contexto.
Pero lo que hace este caso tan delicado no es solo el contenido de los audios, sino quién los dice.
Hijo del exministro de Minas Jorge Leyva, Álvaro nació en Bogotá en 1942, en el seno de una familia conservadora tradicional. Estudió derecho, fue congresista, constituyente del 91, candidato presidencial en 2006, y sobre todo, ha sido un eterno negociador de paz. Trabajó de la mano con Belisario Betancur, Samper, Pastrana, Santos y, finalmente, con Petro. A cada proceso de diálogo ha llevado su nombre como carta de presentación.
Pero su papel nunca ha estado exento de sombras. Ha sido acusado de tener vínculos con las FARC —relaciones que él siempre enmarcó dentro del contexto del diálogo— y de operar como un agente paralelo del poder. Durante años fue visto por sectores del establecimiento como un hombre incómodo que se movía entre la legalidad y la diplomacia subterránea. Su influencia crecía cuando las instituciones fallaban.
Como canciller de Petro, acumuló tensiones. Se enfrentó al entonces director de la UNGRD, al Ministerio de Defensa, y terminó suspendido por la Procuraduría por el escándalo en la licitación de pasaportes, un proceso que —según la propia Cancillería— se volvió “opaco, inflexible y personalista”. Desde entonces, su figura pasó de ser un pilar del gobierno a un satélite errante.
Hoy, lo que debería ser un retiro discreto de la vida pública se ha convertido en el punto más álgido de su carrera. En los audios no solo plantea escenarios de ruptura institucional. También menciona nombres, supuestos apoyos internacionales, y presiona para que le nombren a su hijo en una embajada. Todo eso, desde la aparente comodidad de un salón y un café.
Las implicaciones son graves: si se comprueba que hubo intención deliberada de desestabilizar al gobierno, la historia del “negociador de paz” podría terminar con un nuevo título: el traidor elegante. Y si todo se reduce a una charla sin consecuencias, el país aún debe preguntarse qué hace un hombre con ese poder simbólico hablando así, incluso supuestamente en privado.
En Colombia, las conspiraciones se filtran por WhatsApp. Se graban en voz baja. Se niegan a medias. Y luego, como en este caso, se blindan detrás del “contexto”.
Álvaro Leyva ha vivido en el filo de la política y la sombra del poder. Pero esta vez, no está negociando con insurgentes. Está supuestamente hablando de tumbar a un presidente. Y esa diferencia, por más contexto que quiera dársele, no se borra con silencio.