El nuevo alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, está disgustado. No por las críticas de los últimos días contra su idea de fusionar las empresas públicas de Bogotá, sino por los costos que tasaron los organizadores del evento de su posesión, el 1 de enero: más de 500 millones de pesos.
Petro entró en cólera y pidió que revisaran el asunto, que coordina la oficina de protocolo de la alcaldía. El alcalde encontró que tan solo en un conjunto musical iban a pagarse 90 millones de pesos, y 50 más en tarjetas de invitaciones. Por eso, a través de sus asesores, le pidió a la Orquesta Filarmónica de Bogotá que, a pesar de las vacaciones de sus miembros, voluntariamente ayudaran en el acto de posesión para evitar costos excesivos. Las cosas en ese sentido van por buen camino.
Petro insistió en que revisarán los demás ítems de gastos porque allí también se habrían encontrado sobrecostos. Luego de su advertencia, como por arte de magia los gastos disminuyeron ostensiblemente. Por ahora hay señalamientos entre los organizadores, quienes acusan en privado que los precios se inflaron en algunas de las actividades.
Petro ha dicho que quiere una posesión austera, de puertas abiertas y donde tenga cabida todo el mundo. No quiere que su ingreso al segundo cargo más importante de Colombia sea excluyente y mucho menos que las finanzas distritales se desperdicien en lujos de ningún tipo.