
No fue una entrevista. Fue una radiografía.
Una que el poder no esperaba. Y una que el país no puede ignorar.
Durante casi una hora, el presidente Gustavo Petro se sentó con Juanpis González —el personaje que parodia el clasismo, la frivolidad y el cinismo del poder— y terminó pareciéndose más de lo que quisiera a todo lo que dice combatir.
La conversación se movió en ese terreno incómodo, entre la sátira y la verdad, entre lo cómico y lo patético. Y Petro, lejos de mostrarse como estadista, apareció como un hombre atrapado en su propio personaje, blindado por su ego, cómodo en la burla, pero incapaz de responder con verdad.
A lo largo del episodio, no solo evadió preguntas sobre consumo, trago, dictadura, insultos y ambición de poder. También trivializó lo inaceptable.
El momento más indignante fue la burla en presencia de Armando Benedetti.
Cuando Juanpis le preguntó —entre comedia y veneno— “¿Cuál es el secreto que le tiene Benedetti?”, Petro se rió y respondió:
“¡Sí, Benedetti! ¿Cuál es el secreto que me tienes?”
Risas. Aplausos. Corte de cámara.
Y así, un chantaje político que estuvo a punto de tumbar su gobierno, con audios y amenazas, se convirtió en punchline.
Un ponche político convertido en sketch.
Pero no fue el único. Juanpis también cuestionó el uso de RTVC, convertido en aparato de propaganda presidencial, y el rol de quien lo dirige. Preguntó, sin filtros, si ese canal es ahora un culto mediático.
Petro no respondió. Se rió. Desvió.
Y otra vez, lo grave se convirtió en meme.
Mientras tanto, el país real no tiene libretos.
No hay guionistas que editen la tragedia nacional:
• Más de 180 líderes sociales han sido asesinados.
• Su hijo enfrenta cargos por lavado de activos.
• Monómeros, la promesa industrial, terminó enredada entre intereses oscuros.
• Las bandas criminales se fortalecen.
• El narcotráfico avanza.
• La justicia cojea.
• Y el presidente, en vez de rendir cuentas, se refugia en una sala de grabación y un personaje ficticio.
Ni siquiera cuando Juanpis intentó llevarlo al plano íntimo, Petro se abrió. No habló. No sintió. No se humanizó.
Siguió interpretando.
Petro eligió el show, no la verdad. Eligió el sketch, no la rendición de cuentas. Eligió la parodia, no el periodismo.
Critica a los poderosos, pero actúa como uno.
Critica la vanidad, pero se presenta como salvador.
Critica al sistema, pero ya lo habita.
Critica el clasismo, pero se siente cómodo en su caricatura.
Critica a los dictadores, pero le incomodan las preguntas reales.
Y lo más doloroso:
Petro se parece demasiado a lo que dice combatir.
Y esa, justamente, es su tragedia.
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Pero el verdadero cierre de la entrevista no vino con palabras, sino con una imagen que lo resume todo.
Juanpis le entrega a Petro una bolsa negra.
Entre chanza y sarcasmo, le dice: “Negocio cerrado, presidente”.
Una burla al caso Monómeros. Una escena absurda.
Pero para Colombia, esa bolsa no es solo un chiste.
Esa bolsa pesa.
Porque recuerda otra. Aquella que Petro recibió en campaña.
Recuerda los videos. El efectivo. Las dudas. El silencio.
Esa bolsa es símbolo. Es sombra. Es memoria.
Una vez más, el poder se ríe de sus propias heridas sin sanarlas.
Una vez más, la política se convierte en sketch.
Y el presidente en su propio libreto.
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Pero ya es tarde.
El hombre que quiso cambiar la historia terminó convertido en su propia caricatura.
Y el pueblo, confundido entre el mito, el ponche y el show, sigue esperando que alguien lo mire de frente, sin libreto, sin personaje, sin bolsa.