
“La codicia es la enemiga de la revolución y de la vida.”
Con esa frase, Gustavo Petro no solo despidió a Laura Sarabia. La marcó.
Su mensaje público –cálido, disciplinado, casi paternalista– tiene más de subtexto que de despedida. Porque lo que realmente dijo el presidente no fue gracias, sino: no te dejes tentar por lo mismo que ha devorado a tantos.
Laura Sarabia, pieza clave de la campaña, guardiana del orden interno y operadora silenciosa del poder, deja su cargo. Pero el eco de su figura sigue resonando en Palacio.
Fue ella quien blindó a Petro en los momentos más delicados. Su filtro, su sombra, su “hormiguita” –como él la llama–. Y también la protagonista de los episodios más incómodos del gobierno: el caso de la niñera, el polígrafo, los audios con Armando Benedetti y los señalamientos de abuso de poder.
Aun así, siempre volvía. Siempre estaba.
Por eso su salida no es menor. Y el mensaje de Petro no es gratuito.
“Hay que poner el corazón en los más pobres… nunca dejarse conquistar por la codicia.”
¿A quién se lo dice? ¿A Sarabia? ¿A su gobierno? ¿A sí mismo?
En el trasfondo de esa frase está todo lo que ha puesto en jaque al llamado “gobierno del cambio”: corrupción, sobornos, pactos, mermelada, ambición.
Es como si el presidente entendiera que el enemigo no está afuera, sino adentro. Que no es la oposición la que lo desgasta, sino los que fueron llamados a “hacer historia” y terminaron repitiendo los peores vicios del poder.
Hoy Laura Sarabia se va del cargo, pero no necesariamente del proyecto. Se va con una advertencia, con un mensaje que dice más de lo que parece:
No cambies el ideal por el botín.