
El presidente Gustavo Petro ha intensificado su presencia en distintas regiones del país con una serie de discursos sobre transformación, justicia social y desarrollo territorial. En cada visita, insiste en la necesidad de cambiar el modelo económico y político, haciendo énfasis en la inversión pública y la participación popular. Sin embargo, surge una pregunta inevitable: ¿se trata de una estrategia legítima de gobierno o de una campaña encubierta para fortalecer su imagen y la de su movimiento político?
Una gira con trasfondo político
Desde su llegada al poder, Petro ha apostado por un estilo de gobierno en el que el contacto directo con las comunidades juega un papel fundamental. No es una novedad en su forma de hacer política. Como alcalde de Bogotá y luego como candidato presidencial, usó las plazas públicas como su principal plataforma. Ahora, como jefe de Estado, recorre municipios y departamentos con una narrativa de transformación, en un momento en el que su administración enfrenta críticas por la falta de ejecución y la fragmentación del Congreso.
Esta gira presidencial coincide con la necesidad de recomponer su gobernabilidad y mantener activa su base política. La reciente crisis ministerial, las disputas con el Legislativo y los bajos índices de aprobación en algunas encuestas han obligado al mandatario a reforzar su discurso de cambio desde las calles, en un intento de reposicionar su liderazgo.
El discurso vs. la realidad
Uno de los principales cuestionamientos a esta estrategia es la brecha entre el discurso presidencial y la ejecución real de las políticas anunciadas. Petro ha hablado de grandes inversiones y planes de desarrollo en regiones históricamente marginadas, como el Catatumbo, el Pacífico y la Amazonía. Sin embargo, hasta el momento, muchos de estos anuncios no han pasado del papel.
Por ejemplo, en su reciente visita a Tibú, en la región del Catatumbo, el presidente prometió una inversión de 2,5 billones de pesos para la transformación social de la zona. Sin embargo, líderes comunitarios han señalado que aún no hay claridad sobre los recursos ni sobre los mecanismos para su implementación. Además, la región continúa enfrentando problemas de seguridad y falta de infraestructura básica, lo que genera dudas sobre la viabilidad de los proyectos anunciados.
A esto se suma el desgaste natural que generan las giras presidenciales en la agenda legislativa. Mientras Petro viaja, en Bogotá siguen pendientes debates clave sobre reformas fundamentales, como la de salud y la laboral.
¿Estrategia legítima o campaña anticipada?
El contacto con el pueblo es una herramienta política legítima, pero en este caso, la pregunta que se hacen analistas y opositores es si el presidente está utilizando su cargo para fortalecer su movimiento con miras a futuras elecciones. No se puede ignorar que esta gira también sirve para posicionar liderazgos dentro de su partido y consolidar la narrativa de una transformación que aún no se traduce en hechos concretos.
Desde la oposición, han acusado al presidente de estar en una campaña constante, buscando mantener la emoción electoral y evitar el desgaste natural del poder. Algunos incluso comparan esta estrategia con la de líderes populistas en la región, quienes han usado el contacto directo con la ciudadanía como una herramienta de control político.
Entre la acción y la propaganda
La gira de Petro tiene una doble cara: por un lado, responde a una necesidad de conectar con la gente y mantener viva la idea de transformación; por otro, refuerza la sospecha de que el presidente está más concentrado en la narrativa política que en la ejecución de sus planes.
El tiempo dirá si estas visitas resultan en verdaderos cambios para las regiones o si solo quedarán en discursos para la galería. Mientras tanto, el país sigue a la espera de que las promesas se conviertan en hechos concretos.