
Donald Trump y Elon Musk ya no disimulan. La relación que alguna vez se vendió como estratégica entre el poder político y el cerebro detrás de Tesla, SpaceX y X, hoy es un campo minado de ataques cruzados. Y esta vez, ninguno se guardó nada.
Todo estalló luego de que Musk, que hasta hace poco asesoraba al gobierno en el Departamento de Eficiencia Gubernamental, criticara públicamente el nuevo plan fiscal de Trump. Lo calificó como una “abominación repugnante”, asegurando que suprimía beneficios clave para la transición energética y favorecía a los grandes contaminadores.
Trump no tardó en responder, fiel a su estilo: “Estoy muy decepcionado. Musk se está volviendo loco. Tiene el síndrome del trastorno Trump”, dijo ante medios y en su red Truth Social. Y fue más allá: amenazó con revisar y eventualmente cortar todos los contratos del gobierno federal con las compañías del magnate.
Elon Musk, lejos de recular, lanzó una bomba: insinuó que Trump podría estar relacionado con los archivos no revelados del caso Jeffrey Epstein. “La razón por la que aún no se han publicado es porque podrían implicar a personas que hoy pretenden dar lecciones de moral desde la política”, escribió.
La guerra es total. Y no es simbólica: las acciones de Tesla cayeron un 14 % desde que comenzaron los choques. En Wall Street se empieza a hablar de “riesgo político personal” en torno a Musk. En Washington, algunos ya lo ven como un opositor incómodo que se salió del libreto.
No es solo un berrinche
Esta no es una pelea de egos. Es una señal de ruptura entre dos visiones de país:
• Musk representa un capitalismo tecnócrata, transgresor, digital, obsesionado con el futuro.
• Trump encarna el nacionalismo económico clásico, los pactos de poder tradicionales y un discurso regresivo que aún arrastra multitudes.
Ambos creyeron que podían usarse mutuamente. Hoy están jugando a destruirse.
Cuando el poder se pelea, tiemblan las estructuras. Pero cuando se pelean un político impredecible y un millonario con plataformas propias, lo que tiembla es el sistema entero.
Lo que está pasando entre Trump y Musk no es un escándalo: es un síntoma. De cómo el poder ya no se debate solo en urnas, ni en medios, ni en cortes. También se juega a tuit limpio, a algoritmo suelto y a golpe de ego.
Y nadie sabe aún quién va ganando.