Los rostros del coraje: crónica del desfile del 20 de julio en Bogotá

Dom, 20/07/2025 - 19:35
Aunque el evento inició más tarde, nada le robó el patriotismo y entusiasmo a los capitalinos y miembros de las Fuerzas Armadas, que dejaron el alma en las calles.
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Desde temprano se sentía en el ambiente que Bogotá no viviría un domingo cualquiera. Eran las nueve de la mañana y la ciudad comenzaba a llenarse de colores, sonidos y símbolos patrios. Cientos de capitalinos emprendieron su camino hacia la calle 148 con Boyacá, la calle 80 y otras arterias estratégicas, con una sola misión: ser testigos de lo que prometía ser el evento más memorable del día. El tradicional desfile del 20 de julio se respiraba en cada esquina.

Los ánimos estaban al tope. En medio del gris de las nubes bogotanas y los destellos de sol que se filtraban, la multitud se congregaba ondeando banderas de Colombia, vestida con camisetas tricolor, pitos, cánticos, tambores y, sobre todo, una emoción desbordante. Aunque el desfile estaba programado para comenzar a las diez de la mañana, la ansiedad por ver a los héroes de la patria marchar por las calles de la capital crecía segundo a segundo.

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Pero las agujas del reloj siguieron avanzando y no fue sino hasta las once cuando el presidente Gustavo Petro apareció en escena, aunque no en Bogotá, sino desde Santa Marta, pronunciando un discurso que buscaba combinar historia, memoria y poder. Mientras hablaba sobre el yugo de los pueblos indígenas, la importancia de las Fuerzas Armadas y su propia visión de nación, algunos ciudadanos escuchaban atentos; otros, simplemente, luchaban contra el sueño. En la capital, la vicepresidenta Francia Márquez y el alcalde Carlos Fernando Galán hacían presencia oficial, esperando también el gran arranque.

Y fue sobre las 11:45 de la mañana cuando, finalmente, el desfile comenzó. Y no fue un inicio cualquiera. El bloque de gala montado del Ejército Nacional se robó las primeras miradas: trajes pulcros, sombreros con volantes blancos y una elegancia que imponía respeto. Era el inicio de una jornada de orgullo y memoria.

Pasaron por allí imponentes carrozas, muestras de artillería, perritos entrenados que también sirven a la patria, majestuosos caballos y momentos profundamente conmovedores: los retratos de soldados caídos, aquellos en silla de ruedas que perdieron alguna extremidad en combate, las miradas firmes de quienes alguna vez vieron la guerra de frente. La patria les aplaudía de pie

Entre las 11:45 y las 12:30 del mediodía, Bogotá presenció un desfile pulcro, impecable en su marcha. Pero si hubo protagonistas indiscutibles este año, fueron las mujeres. Nunca antes se había resaltado tanto su labor en las diferentes fuerzas. Más de 43.000 mujeres sirven actualmente en las Fuerzas Militares y la Policía Nacional, y su presencia fue ovacionada. Francia Márquez no ocultó su emoción: se levantaba de su silla, aplaudía a cada bloque femenino que avanzaba. La representación fue contundente, inspiradora.

El desfile siguió su curso hasta las 12:45, cuando el sol bogotano aún caía directo sobre las cabezas de miles de espectadores. En total, desfilaron 3.893 uniformados del Ejército en 31 bloques distintos, cada uno representando las diferentes especialidades de la institución. Marchaban como hombres y mujeres de acero, con voces que retumbaban en cánticos y bandas de guerra, acompañados del aplauso incesante de los ciudadanos.

Luego fue el turno de la Armada Nacional. Con 1.662 uniformados divididos en 16 bloques, mostraron su temple y vocación de servicio. Era imposible no sentirse conmovido. Pero si algo caracterizó esta jornada fue la diversidad de fuerzas. Entre la una y las dos de la tarde, los cielos se abrieron para recibir el rugido de los K-Fir y Tucanos: la Fuerza Aérea Colombiana saludaba desde las alturas, complementando la majestuosidad terrestre.

Y cuando el desfile parecía haber mostrado todo, llegó el broche de oro: la Policía Nacional. Con 2.562 uniformados y 52 bloques, desplegaron todas sus especialidades y direcciones. Las ovaciones no cesaban, menos aún cuando los adorables cachorros entrenados para detectar drogas, divisas u otros roles marchaban junto a sus guías. Vestían atuendos muy curiosos, algunos con gafas, y caminaban con el mismo orgullo que los seres humanos.

El reloj marcó las 2:30 de la tarde. El desfile culminó oficialmente. Pero el sentimiento que dejó no terminó allí. Bogotá se iba a casa con el corazón hinchado de orgullo. Padres llevaban a sus hijos sobre los hombros, ondeaban la bandera tricolor sobre sus espaldas, comentaban entre risas y asombros todo lo que habían visto. Las Fuerzas Armadas de Colombia, una vez más, lo habían logrado: rompieron esquemas, emocionaron multitudes y dejaron claro que, en este país, todavía hay espacio para el honor, la memoria y la admiración.

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Creado Por
Valerie Michelle Skinner Parra
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