Newcastle, Arabia Saudita y el poder de las palabras

Sáb, 25/04/2020 - 16:04
El trato, con un valor aproximado de 370 millones de dólares, se espera que sea ratificado; la Liga Premier todavía no lo aprueba de manera oficial.

A ojos de Neil Postman, el problema se resumía en solo tres palabras: “Y ahora… Esto”. Esa frase fue todo el fenómeno. Aquellos de ustedes que estén en Estados Unidos seguramente han escuchado al respecto; en el Reino Unido también, aunque aquí a menudo ya no es necesario decirlo: es un cambio en el asiento, una variación de los ángulos de cámara, una modificación de tono.

De cualquier manera, es uno de los pilares de las transmisiones informativas. Es el momento en el que un conductor cambia rápidamente de velocidad, deslizándose aparentemente sin esfuerzo desde el negocio serio de las noticias —guerras y tragedia, así como miseria y corrupción— hacia algo sin relación alguna y, con frecuencia, alegre o incluso inspirador: cosas efímeras sobre la realeza, las celebridades o gatitos que no pueden bajarse de un árbol.

 

 

En su innovador libro de 1985, “Divertirse hasta morir”, Postman argumentó que la frase “Y ahora… Esto” era mucho más perniciosa de lo que podría haber parecido (o de la intención que tenía).

Era prueba, escribió, de que las noticias en la televisión habían perdido de vista el límite entre información y entretenimiento, de que habían priorizado darle a la gente lo que quería ver en lugar de decirles lo que necesitaban saber.

La desconexión abrupta —el repentino cambio de tono— era igual de poderosa. Al modificiarla tan rápidamente, en tan solo tres concisas palabras, los programas de noticias difuminaban las líneas entre lo que era importante y lo que no lo era. Al yuxtaponer lo serio con lo frívolo —y a menudo al darles a cada uno el mismo tiempo al aire— le arrebataron a lo serio su significado.

Los medios escritos también hacen esto, por supuesto, ya sea en papel o en una pantalla, con la esperanza de que si no pueden atrapar tu atención con una crónica de eventos, entonces, podrían tentarte con una receta de cocina o una reseña de cine o algo sin importancia sobre un partido de futbol.

A veces, esas secciones tienen márgenes claramente definidos. En ocasiones, se mezclan uno con el otro y los límites entre lo importante, y lo que no lo es, comienzan a desvanecerse.

He estado pensando mucho sobre la obra de Postman en el contexto de la propuesta de adquisición del Newcastle United por parte de un consorcio principalmente financiado por el Fondo de Inversión Pública, el fondo de riqueza soberana de Arabia Saudita.

El trato, con un valor aproximado de 370 millones de dólares, se espera que sea ratificado en las próximas dos semanas; la Liga Premier todavía no lo aprueba de manera oficial.

Por supuesto, ha generado mucha controversia: Amnistía Internacional, que ha etiquetado a Arabia Saudita como el Reino de la Crueldad, ha escrito a la Liga Premier para advertir que permitir que continúe la adquisición ponía en riesgo a la liga de convertirse en un "pusilánime ante aquellos que quieren usar el glamur y el prestigio del futbol de la Liga Premier para encubrir acciones que son profundamente inmorales”.

La Liga Premier respondió, de manera moderadamente brusca, a esa afirmación. Pero será mucho más difícil eludir la queja de BeIN, la cadena de televisión con sede en Catar que funge como el socio de la Liga Premier en el golfo, que sostiene que no se debe permitir la inversión de Arabia Saudita en una liga a la que ha intentado socavar durante una considerable cantidad de tiempo, a través de una cadena de transmisión pirata.

Tal vez piensas que eso sería suficiente para darle una razón a la Liga Premier para suspender el trato o por lo menos acabar con los deseos de los hinchas de Newcastle de ver cómo se completa la adquisición. Cuando eres un niño, sueñas con que tu equipo anote goles, gane trofeos y alcance la grandeza.

No sueñas con que sea arrastrado contra su voluntad y con propósitos desconocidos a un conflicto geopolítico en ebullición entre Estados soberanos.

Es difícil medir las proporciones con precisión, pero es justo decir que de manera evidente al menos una porción de los fanáticos asiduos del Newcastle tiene pocas dudas, o ninguna, al respecto. Existe una gran cantidad de razones para eso, antes de adentrarnos en el fútil debate que tiende a saturar las redes sociales en temas como este.

La principal de ellas es un deseo abrumador, largamente anhelado y entendible de deshacerse del actual dueño del Newcastle, el magnate de la ropa deportiva Mike Ashley, quien ha mostrado poco respeto a la historia del club y a las esperanzas de sus hinchas.

Además, ahí está —de nuevo y de manera comprensible— la creencia de que no les corresponde a los fanáticos protestar por la inversión saudita en el fútbol cuando el gobierno británico hace tratos con el país y cuando Abu Dabi, el aliado de Arabia Saudita en la guerra en Yemen, es el dueño del Manchester City.

Si la Liga Premier está suficientemente feliz de que Mohamed bin Salmán llegue y se una a la fiesta, ¿por qué debería haber una carga moral más pesada para los fanáticos del Newcastle de la que estas instituciones tienen que soportar?

 

 

No obstante, también me pregunto si existe una explicación más profunda, una que Postman podría reconocer, una que tenga que ver con cómo hablamos sobre el fracaso y la decepción en los deportes, con nuestro fracaso al momento de separar adecuadamente lo serio y lo frívolo (en el fondo).

El lenguaje que usamos para el fútbol es, después de todo, el mismo que usamos para el resto de las noticias, para gobiernos que fracasan y políticos que fracasan y, en ocasiones, para las tragedias que ocurren.

Una racha corta en forma o una temporada decepcionante es un desastre. Un directivo o un jugador que se desempeñan a menor nivel de lo esperado es indignante. Un dueño inepto o mal asesorado es una desgracia.

En medio de todo están los fanáticos que están desconsolados, abatidos o cansados o que de alguna manera sufren, al ser víctimas de una letanía de injusticias.

Así es cómo se siente, por supuesto, para todos nosotros, por momentos, pero aquí está ese lenguaje que nos decepciona, en el que el uso por igual de los mismos términos en contextos distintos —el asunto serio de la guerra y la tragedia, así como el frívolo asunto del deporte— es problemático.

No todas las víctimas son iguales. No todo el sufrimiento es el mismo. No todas las historias tienen la misma importancia. Sin embargo, después de un tiempo —para todos, no solo para los hinchas del Newcastle— el lenguaje difumina la línea, borra el límite y por ello la decepción deportiva parece tener la misma importancia que la incompetencia gubernamental.

El “Y ahora… Esto” parece convertirse en algo tan importante como el tema principal.

En ese contexto, la moralidad se vuelve mucho más flexible, y estás preparado para hacer sacrificios y concesiones y pactos con cualquiera que cabalgue para rescatarte, en tanto puedan aliviar el dolor, suavizar la decepción y terminar con el sufrimiento.

Necesitas ser rescatado, después de todo —y mereces ser salvado— y se vuelve más fácil tolerar la idea de que cualquiera, cualquiera de verdad, sea tu salvador. Lo que parece blanco y negro se convierte en gris. Tener una moral, después de todo, es solo para aquellos que pueden costear el privilegio.

Lo que, en otras circunstancias, ha sido serio, ahora apenas parece importar, en un mundo en el que las líneas son difuminadas, los márgenes suavizados y todo es tratado de la misma manera.

Sé cuidadoso con lo que susurras

Respecto a las maneras en que la cobertura de los medios informativos no siempre logra todo lo que podría ser: el jueves, la UEFA, el órgano rector del fútbol en Europa, difundió un comunicado en el que delineaba sus preferencias sobre cómo podría terminar la temporada.

Estaba redactado, como todos estos comunicados siempre lo están, en una jerga técnica moderadamente impenetrable —en la que cosas como la palabra “club” se escriben con mayúscula—, pero, realmente, era bastante simple.

La UEFA quiere que las ligas nacionales intenten finalizar sus temporadas suspendidas. Si es necesario, quiere que las terminen mediante algún tipo de formato abreviado de eliminatorias, para identificar a los equipos que compitan en la próxima Liga de Campeones con base en el “mérito deportivo”.

 

 

Además, si la situación en cualquier país significa que ninguna de esas opciones es segura —lo cual es completamente posible—, entonces, la UEFA desea algún tipo de resultado para definir la temporada: un método para determinar quién acabó en qué posición, tales como asignar puntos a los equipos con base en cuántos puntos los equipos habían estado consiguiendo por partido antes de la suspensión.

Todo esto es muy delicado (la UEFA ha sido un sorprendente bastión de sentido común y paciencia durante la pandemia), pero lo que —en Inglaterra, por lo menos— era más importante fue lo que no se mencionó. Pareciera que la UEFA no cree que invalidar la temporada —anularla por completo, pretendiendo que no pasó, iniciarla desde cero— es una opción.

Lo cual es extraño, porque la conversación en Inglaterra ha sido dominada por esa posibilidad, una que siempre había sido una opción de último recurso. Eso es, en gran parte, debido a un puñado de ejecutivos de los clubes, casi siempre anónimos, que han pasado mucho tiempo del último mes diciéndoles a los periodistas que no era solo una posibilidad, sino un imperativo moral.

La línea ha sido repetida sin cesar casi cada semana a tal grado que ha llegado a ser un tema central de la discusión, incluso cuando fue cada vez más claro que era improbable.

Ese plan siempre estuvo plagado de riesgo, y la UEFA esencialmente ha alzado la voz. Si esos mismos ejecutivos genuinamente —como podrían hacerlo— creen que es impensable volver a jugar futbol hasta dentro de varios meses, entonces deben abogar por un sistema de puntos por juego. Lo cual podría, si sucede, costarle a su club mucho más dinero de lo que le habría costado anularlo.

 

Por: Rory Smith

Creado Por
The New York Times
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