La danza siempre ha estado ligada a la esencia de Alma Guillermoprieto, su profesión es bailarina y solo hasta los 29 años encontró en su interior la inspiración para escribir y recorrer un largo camino hasta llegar al punto en el que se encuentra hoy, en el que se reconoce como una apasionada por las dos formas de arte y de alguna manera así lo expresa en sus obras.
Así, de manera sencilla, como quien danza con las palabras, dialogó en el Hay Festival 2019, con quien ha sido su editora desde hace muchos años, Pilar Reyes, para hacer un recorrido interesante por su vida como bailarina, periodista y escritora de novelas, crónica y hasta de gastronomía.
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Al hablar sobre su país dijo: "México se desmorona de manera espantosa desde hace 20 años. viviendo los horrores más impensables." Su lugar de residencia fue desde la adolescencia Nueva York, pero ha vivido por largas temporadas en muchos países, atraída por las revoluciones, los conflictos y la pobreza especialmente en América Latina.
Divertida y sorprendida
Vive desde hace seis años en Bogotá y entre divertida y sorprendida comentó que vino al país movida por la esperanza de la paz y agregó: "quería vivir ese optimismo esa esperanza y el día antes de la votación hice una gran fiesta para celebra el SÍ que iba a darse."En medio de la carcajada general del auditorio del Teatro Adolfo Mejía ante el festejo anticipado y que terminó en el fracaso del SÍ, dijo que a pesar de todo no se desmotivó, a pesar de que fue una muy mala noticia. "Eso fue tremendo, pero la idea general después de vivir acá de 1988 a 1992 en momentos muy difíciles, ví y sigo viendo que hay esperanza por la construcción de un país nuevo." Debemos vivir apasionados, la revolución es la gran pasión, la danza es la gran pasión, la revolución es la inmensa pasión, porque abarca todo, la posibilidad de hacer el bien, derrotar a un dictador, ser libre. Su recuerdo sobre la guerra en Nicaragua lo revive como espectadora en una obra de teatro : "Había algo muy interesante con el vestuario de la revolución sandinista, como no había uniformes como era una insurrección popular, los chicos del frente norte, se ponían sombreros mexicanos, rosarios, una mantilla que habían sacado de un cajón de alguien y se iban a pelear como si la revolución fuera un acto teatral, la escenificación de una epopeya. La experiencia me preparo para entender todos esos mecanismos internos y emocionales y me permitió retratar eso"